En septiembre de 1925 Almería organizó la Fiesta de la Poesía, un acontecimiento cultural que quería estar a la altura de otros certámenes similares que se celebraban en España. La idea partió del hermano mayor de la hermandad de la Soledad, el comerciante José Soriano Alegre, propietario de los almacenes La Filipinas, que vio una oportunidad para darle un empujón cultural a la ciudad y de paso conseguir ingresos para las arcas de su cofradía.
Para darle realce al acto ‘fichó’ a uno de los grandes oradores de aquel tiempo, el canónigo de la Catedral de Madrid, don Diego Tortosa, para que diera un discurso majestuoso que dejara una profunda huella en todos los asistentes. Para que la fiesta fuera completa se buscó el mejor escenario posible, el Teatro Cervantes, que tal y como era de esperar, se llenó hasta la bandera.
Aquella noche del 21 de septiembre toda la ‘nobleza’ de Almería exhibió sus mejores galas en las bultacas y palcos del gran teatro para disfrutar del espectáculo de la poesía y sobre todo para admirar al ramillete de musas que fueron elegidas para darle al acontecimiento un carácter bucólico. Las señoritas Lourdes Cumella, Purita Spa, Luisa Sánchez, Cecilia Martínez Laguna, María Teresa Granados, Gádor Rico, Carmen González Egea, Carmen García y Lola Morcillo, se encarnaron en musas de la fiesta y vestidas como tales se erigieron en las principales protagonistas de la velada. La belleza de las musas fue el gran atractivo en un tiempo donde las mujeres de Almería ya eran conocidas más allá de nuestras fronteras locales por sus encantos. Algunos de los escritores y artistas que pasaron por Almería en las primeras décadas del siglo pasado se quedaron impresionados por los rasgos de las mujeres almerienses, hasta tal punto que fueron protagonistas en muchos de sus escritos.
Al escritor británico Gerald Brenan, cuando en los años veinte llegó a la ciudad, le llamó la atención el exhibicionismo de las jóvenes almerienses que utilizaban el Paseo como una pasarela para mostrar sus encantos: “Los hombres llenaban los cafés del Paseo y las chicas paseaban en grupos contoneándose, mostrando sus ojos negros que levantaban oleadas de excitación en el aire”, escribó Brenan en su libro ‘Al sur de Granada’.
En sus incursiones por los barrios de Almería, se encontró con mujeres humildes que estaban en las puertas de sus casas o esperando para llenar los cántaros de agua en las fuentes públicas: “Sus cuerpos morenos, escasamente cubiertos por los vestidos de algodón, sus posturas y sus lánguidos gestos no podían se otra cosa, pensaba yo, sino una incitación deliberada. Sin embargo, estás suposiciones carecían de fundamento. Cuanto más subversivo es el clima, más cuidadosamente guardadas están las mujeres y menos oportunidades hay para las aventuras amorosas”, destacaba el aventurero inglés.
En 1930, Miguel La Chica de la Guardia, director y propietario de la prestigiosa revista literaria ‘Reflejos’, que se editaba en Granada, hizo un viaje a Almería para escribir sobre la ciudad. Lo que más le impresionó fue la belleza de las mujeres: “Por su excepcional belleza y por la sutil atracción de su espíritu mundano, son las depositarias más preclaras de la gloria actual de Almería, las vestales de clásico abolengo a quienes la divinidad del lugar confió la custodia y sostenimiento del infinito tesoro de sus gracias”, escribió Miguel La Chica.
El periodista, como unos años antes le ocurrió a Gerald Brenan, subrayó en su libreta las emociones que se desataban en el Paseo cuando por las tardes se llenaba de muchachas: “Quien ha visto desfilar por los andenes de su paseo principal la muchedumbre femenina ha experimentado esa emoción con que los privilegios de la armonía plástica y el magnetismo de los ojos de ensueño conmueven el alma y los sentidos”.
Tan sorprendido estaba el poeta de las gracias de las mujeres almerienses, que no dudó en destacar en su artículo que: “no hay ciudad española que arroje una proporción tan feliz y extensa de mujeres agraciadas por los encantos de la belleza como Almería”.
Mucho más sorprendente que las descripciones de los escritores foráneos, fue un artículo publicado por el poeta local don Sixto Espinosa Orozco en su “Guía Turística y Sentimental de 1949. A pesar de las limitaciones de la época y de las dificultades para eludir el brazo de la censura, las afirmaciones de don Sixto sobre la mujer estaban encendidas por el mismo fuego: “¿Será posible inhibirse de toda perversidad, de todo propósito libidinoso, para describir el encanto de las mujeres en la playa de Almería?”, se preguntaba el periodista, que con la moral muy alta de ver a tanta belleza frente al mar, no dudaba en afirmar: “con todos los respetos que imponen la moral cristiana y las buenas costumbres, ¿quién es el hombre que contempla con placidez y con platonismo a estas sirenas que hacen hervir el agua de los mares cuando la bendicen con el fuego espléndido de su juventud?”.
Don Sixto terminaba el artículo reconociendo su condición de mirón, impuesta por los años: “Los viejos vemos ya estas maravillas con cierta tranquilidad, que no deja de ser una desesperación adormecida".
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