Las otras fallas de Almería

En 1934 el Ayuntamiento sorprendía a los almerienses con la instauración de las fallas

Falla en Puerta Purchena. Almeria. Foto Domingo Fernandez Mateos.
Falla en Puerta Purchena. Almeria. Foto Domingo Fernandez Mateos. La Voz
Jesús Ruz de Perceval
19:57 • 28 abr. 2024

Ya en silencio, disipado el olor a pólvora y lejanos los pasos acampanados de las falleras que arribaron de Valencia para hermanar arroz con trigo o fideuá con gurullos, vengo a hablarles de las fallas, no de las recientemente acogidas sino de otras más distantes que, aunque efímeras, fueron netamente almerienses.



Tendemos a considerar que cualquiera de nuestras ocurrencias es genuinamente única, brillante o primigenia. Así alimentamos el ego hasta que la realidad o la historia nos muestra cuán errados estábamos. Hace escasos días celebramos unas fallas anunciadas a bombo y platillo como acontecimiento nunca visto en nuestra ciudad. Olvidamos que Almería ya las tuvo, realizadas por artistas locales y establecidas con vocación de continuidad en 1934.



Sentenciaba el filósofo Eugenio D´Ors que lo que no es tradición es plagio. No sabría decir cuánto de una u otro hubo en aquellas fallas almerienses, cuánto del terruño y cuánto de Valencia. En Almería son muchos los festejos vinculados al fuego, baste citar las antaño famosas hogueras de San Sebastián, algunas de las cuales se asemejaban a las valencianas a fines del s. XIX, época en la que también quemábamos decorados con muñecos en la feria. Fallas eran las luminarias que ardían en las torres vigía de la costa y las antorchas de las tropas que trajo el valenciano Jaime II para su fallida conquista de Almería en 1309. Nuestra constante herencia levantina hace que no nos causen extrañeza los usos y los trajes falleros, esos que nos recuerdan a refajonas y zaragüelles.



En 1934 el Ayuntamiento sorprendía a los almerienses con la instauración de las fallas, que no serían josefinas sino en honor de la patrona, la Virgen del Mar. La gran falla se instaló en la Puerta de Purchena y objeto de su sátira fueron el multiempleado presidente de Diputación José Guirado y otros políticos locales. En el lado que miraba al Paseo aparecía la efigie del Tío Sam, yanqui con levita y sombrero de copa que, lupa en mano, examinaba un racimo de uvas en busca de la mosca que tantos problemas había causado a la exportación uvera. Acompañaba al americano la figura del delegado de Festejos caracterizado de flamenco, José Alemán Illán, apodado por ello como “el concejal de la guitarra” y, sobre el conjunto, se alzaba un torreón de la Alcazaba.



Su presentación a mediados de agosto causó similar expectación a la que días antes provocara el dirigible Graf Zeppelin sobrevolando la ciudad. Ardió la noche del 28, coincidiendo con la traca final de feria, tras el espectáculo taurino de Juanita de la Cruz y endulzados los paladares con el turrón que entonces se despachaba en el inmediato kiosco Amalia. La quema de la falla clausuró también la exitosa Exposición de Bellas Artes en la que un joven Perceval se alzó con la medalla de Honor y el premio del Presidente de la República.



El triunfo de falla y exposición obligó a su repetición en 1935. Tres grandes fallas se instalaron entonces en la Puerta Purchena, plaza de Santo Domingo y cauce de la Rambla. Fueron sus artífices los escultores Jesús de Perceval, Gonzalo Sáez y Manuel Castañeda bajo la coordinación de Francisco Rodríguez Simó, un cartelista y empleado municipal al que se encomendó la dirección. Intervinieron también Latorre, Enrique



Velasco o el ebanista Augusto Torres, y un grupo de mujeres confeccionó las vestimentas y los decorados. Todo se realizó en la vivienda de Simó y en los bajos de una casa en la plaza de la Catedral, esquina entre las calles Eduardo Pérez y Lope de Vega, que Perceval había alquilado a Juan Barqueri Salazar para realizar sus trabajos de escultura.



La falla de Santo Domingo, dedicada al Turismo, lucía en lo alto una gitana monumental con sobrero, guitarra y bata de cola. Bajo ella, una antigua locomotora reivindicaba mejoras ferroviarias y, entre bañistas, un paisano remolcaba una barcaza llamada “Delfín”, guiño a la necesidad de mantener las conexiones marítimas con Melilla, pues así se llamaba el buque que entonces unía ambos puertos.


La de Puerta de Purchena estaba coronada con la figura del ya alcalde, Alemán Illán; bajo éste, los responsables de diputación, Guirado, Gálvez Gil y Julio Esteban; los concejales García Cruz, Villegas, Vicente Pérez y, amenazante con un bastón en alto, Bascuñana.


La tercera de las fallas, alegoría del Periodismo instalada por la Asociación de la Prensa en el cauce de la Rambla, muy posiblemente contara con la efigie de su presidente Francisco de Burgos Seguí, hermano de la célebre Colombine.


Los fuertes vientos que soplaron amenazaban con dejar en paños menores a los muñecos de nuestros políticos y una voz bondadosa pidió el adelanto de la quema “Porque más vale morir quemado que vivir en ridículo”


Algunos no vieron en las fallas hoguera de vanidades sino la excusa de la sátira al servicio de la propaganda política; razón no les faltaba si atendemos a las seis mil pesetas que destinó a ello el Consistorio, la partida más cara de la feria y en fechas, además, azotadas por el hambre. Ello contrastaba con la ridícula aportación hecha para la Exposición de Bellas Artes, lo que obligó a sus organizadores Jesús de Perceval y Fernando Ochotorena a buscar patrocinio, que encontraron en el industrial Francisco Oliveros y el Círculo Mercantil, sede de la muestra en la que participaron, además de los autores falleros, Moncada Calvache, Gómez Abad, Guillermo Langle, Rull, Godoy, Moreno Ortiz, Morales Alarcón, Castillo o Márquez, entre otros. Coincidiendo con la inauguración Perceval dio a conocer su idea de crear una sociedad de artistas -germen de lo que sería el Movimiento Indaliano- proyecto que, como tantas otras cosas, se vio truncado con el inicio de la Guerra al tiempo que apagadas para siempre quedaron las fallas de Almería.


Como si un rescoldo de aquellas hogueras nunca se hubiera extinguido, el almeriense Jesús de Perceval sería nombrado “Fallero de Honor” de la famosa falla de plaza Lope de Vega en Valencia en 1983.


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