La suciedad, la basura acumulada, empieza a hacerse invisible en una ciudad que no consigue levantar cabeza en asuntos de limpieza. Quizá estemos ya tan acostumbrados a convivir con ellas que las hemos aceptado como parte del paisaje y se nos presentan a diario en cualquier sitio sin que nadie levante la voz, ni los vecinos, ni la prensa ni los que nos gobiernan. El foco de la culpa no hay que ponerlo solo en los políticos, que viven instalados en otras esferas, también en el conformismo de los ciudadanos que teniendo limpia la puerta de su casa ya se dan por satisfechos.
En qué ciudad andaluza se podría permitir que una de sus calles principales como es la calle de las Tiendas de Almería tenga una capa de costra negra en las losas donde reinan los bares y no pase nada. Y no es un problema puntual que aparezca cada fin de semana. La capa de mugre es por acumulación, el resultado de años, y señala con el dedo a los dueños de los establecimientos, al sistema que se utiliza para la limpieza, a base de manguerazos, que no sirve para arrancar el sedimento pegado en las losas, y a los políticos que dirigen las riendas del Ayuntamiento, que por lo que se ve no pasan por allí o tienen la mirada tan alta que el problema se les queda muy abajo.
Esa suciedad que nadie ve se ha hecho fuerte también detrás del edificio de Urbanismo, a cincuenta metros de la Plaza del Ayuntamiento. Lo que era la antigua calle de Platón, convertida ahora en una avenida que une la ciudad desde la subida de Antonio Vico hasta los pies de la Alcazaba, presenta un aspecto deplorable en la zona de los solares que han quedado libres, que son propiedad municipal. Allí se acumula la suciedad como en los rincones más deprimidos del barrio de la Joya o en las esquinas prohibidas del olvidado barrio de El Puche. Lo más grave es que por esta avenida pasan a diario los concejales con sus coches camino del trabajo y parece que se han quedado ciegos.
Después aparecen en los periódicos sacando pecho cada vez que se adquiere una nueva máquina de limpieza para recordarnos el eslogan de ‘Almería más limpia que nunca’ cuando la realidad es completamente distinta. El problema que tiene Almería con la limpieza no es cuestión de tecnología. Lo que falta es compromiso político, voluntad de trabajar de verdad por la ciudad y mucha más conciencia en la ciudadanía. El suelo lleno de mugre de la calle de las Tiendas no se limpia con una inyección de agua, sino doblando la espalda y rascando, y exigiendo de paso a los dueños de los negocios que también tienen que asumir el compromiso de velar por la higiene del trozo de acera donde instalan sus terrazas.
Los solares llenos de basura de la Avenida de la calle Pósito no se adecentan con las aspiradoras que llevan ahora los operarios de la limpieza, sino entrando detrás de la alambrada, recogiendo los desperdicios con las manos y recordando a los vecinos de la zona que están obligados a cumplir las ordenanzas municipales, que no es de recibo organizar botellones familiares en la calle y dejarlo todo en medio hasta que pase el barrendero.
Ahora que la tecnología invade las calles y sufrimos el ruido del infernal camioncillo que por la noche y a primeras horas de la mañana nos despierta con el estruendo de los motores de la bomba del agua, cuánto echamos de menos al humilde barrendero de carro, escoba y recogedor que no dudaba en pasar el rastrillo cuando se encontraba con una costra en el suelo.
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