No podíamos jugar a la pelota con la ropa de los domingos. Tras recibir la ‘paga’ de nuestros padres, había que ir a Misa de las 12 en Los Franciscanos y salir pitando con la comunión en la boca hacia la empinada cuesta del Quemadero para ver jugar a las estrellas en el campo de La Calera. Durante la semana era una fábrica de trozos de piedra caliza para el blanqueo de las casas a golpe de martillo, y los domingos un lugar donde jugaban los mejores niños de aquella zona.
Hoy es un depósito de agua, pero se mantiene el mismo entorno con la empinada cuesta del viejo repetidor de TVE, que fallaba más que la carta de ajuste, y que propició que el camino de acceso a La Calera se asfaltara a la mitad, para que subieran los técnicos a reparar el viejo ‘poste’ mientras Almería veía en la pantalla una imagen de La Alhambra granadina.
El Quemadero ha sido una gran cantera de futbolistas. Sirva de ejemplo Juan Antonio Román, que hizo carrera en el campo y en los banquillos. Su plaza era un improvisado terreno cuando todos no cabían en La Calera, y se montaban ‘desafíos’ con un ojo puesto en los municipales y en la moto del ‘El Cañaero’.
La Calera
No había una cueva libre en aquellos años sesenta, cuando vivir en el Quemadero era hacerlo a un paso de la Puerta de Purchena, y económico, ya que por una cueva o una casa de planta baja se pagaba poco alquiler. Subiendo hacia La Calera a mano derecha estaban pobladas todas las cuevas y el cerro lleno de excrementos, dado que las viviendas no tenían baño
.
Lo que era un camino de cabras cambió con la llegada de la televisión y se asfaltó la empinada cuesta, donde justo al final había un hueco artificial en un cerro, realizado a martillo y cincel. La Calera daba trabajo a muchos hombres que picaban la piedra caliza durante la semana, con su oficina y todo, para bajar primero en carros y luego en camiones esa cal con la que relucía Almería gracias a la brocha de ‘Luis el de los Perros’. Aquellos hombres con un mono azul y un botijo le daban al martillo en invierno y en verano, y nunca les faltó el trabajo formando lo que los domingos era un terreno de juego para que explotaran sus virtudes los niños del Quemadero, en aquellos desafíos contra Pescadería, Regiones o Plaza de Toros. Bonitos tiempos.
El campo
A primera hora de los domingos los propios futbolistas adecentaban el terreno de juego y lo limpiaban de piedras. En los dos cerros laterales con la mejor visión se colocaban los aficionados y empezaban los partidos sobre las diez de la mañana, haciendo de teloneros los más jóvenes para el gran ‘desafío’ de la jornada que comenzaba a las doce, y pillábamos al filo del descanso los niños que estábamos en la Catequesis de Los Franciscanos.
La segunda parte era nuestra, y de rodillas con los pantalones cortos de aquel tiempo, veíamos con asombro cómo se tocaba la pelota de reglamento y se marcaban goles que nosotros empezábamos a ver por televisión las noches de los domingos.
Con los bolsillos llenos de estampas de fútbol de ‘aca Paco el del kioskillo’, echábamos el domingo y pasábamos por la fuente para limpiarnos las rodillas de churretes antes de llegar a casa, que los domingos hacía mi madre macarrones a la italiana.
La Plaza
A mí me gustaban más los partidos de la Plaza del Quemadero porque además de ser un campo más pequeño tenía el aliciente de estar en cada bocacalle un niño pendiente de los municipales y del temido ‘El Cañaero’, que si te pillaba la pelota te quedabas sin ella y se terminaba el fútbol. Más de una vez la moto salía tras el propietario del balón que buscaba en los cerros cercanos el amparo de un vecino que le abriera la puerta.
El ‘poste’
El repetidor de televisión que se colocó justo encima de la ciudad sobre el Colegio de las Adoratrices era una ruina en aquellos tiempos, y cada vez que caían cuatro gotas o soplaba el viento se averiaba y nos ponían en la pantalla una imagen de La Alhambra, y hasta que el técnico no subía a repararlo no había TVE.
Se averiaba tan fácilmente que llegaron a asfaltar parte de la cuesta porque la ‘furgonetilla’ derrapaba por la pendiente cuando era de tierra. El técnico se hartó de subir andando y se plantó. El asfaltado facilitó el camino de los aficionados al campo de La Calera cuando los domingos mirábamos al cielo para que “no se fuera la tele” como se decía, porque “el ‘poste” siempre estaba fallando. La palabra repetidor llegó pasados unos años a Almería.
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