
En agosto de 1972, cuando empezaron a venir para la Feria las fantásticas Majorettes de Francia, no se alojaron en ningún hotel de moda, sino en la residencia que las monjas de María Inmaculada tenían en la calle Infanta. Como en el verano el colegio se quedaba casi vacío y la mayoría de las internas regresaban a sus lugares de procedencia, las habitaciones de las muchachas que estudiaban y residían allí durante el curso sirvieron de morada para las ‘artistas’ de Mont de Marsan. Los niños y los adolescentes que montábamos guardia a diario para admirar a las francesas, desconocíamos que aquel improvisado hotel había sido la primera escuela que tuvo Almería para enseñar el oficio del servicio doméstico.
En los años sesenta, todavía existía la costumbre, en las familias más acomodadas, de tener una asistenta. Los bancos del Parque se llenaban cada tarde de criadas que salían con los niños a tomar el aire puro y la brisa reconstituyente del mar. El Parque era el territorio de estas jóvenes niñeras que en muchos casos habían llegado del pueblo buscando una profesión.
Había criadas que heredaban el oficio de sus madres y lo iban aprendiendo desde niñas. Otras necesitaban un período de aprendizaje, por lo que sus familias las mandaban a la escuela para que las instruyeran. En Almería el primer colegio de sirvientas lo abrieron las religiosas de María Inmaculada en 1908, por iniciativa del Obispo Vicente Casanova y Marzol. Se instalaron, de forma provisional, en la casa aneja a la iglesia de San Juan, en el barrio de La Almedina.
En el discurso de inauguración de la escuela, el Obispo Marzol dejó claros los objetivos del centro: “En primer lugar, aquí se impartirá a las jóvenes la enseñanza del catecismo y temor de Dios, y en segundo lugar, las cosas necesarias para ganarse honradamente la vida y ser útiles en la sociedad”.
Se les remitió una carta a los párrocos de todos los pueblos y de las iglesias de la capital, dándoles la noticia de la implantación de la congregación, para que enviaran directamente al colegio a las jóvenes que desde los distintos puntos de la provincia se desplazaran a la capital en busca de una colocación.
El centro fue creciendo semana a semana y a finales de 1908 ya funcionaban la escuela nocturna y la dominical para las criadas con trabajo. En 1911 introdujeron las clases de labores, corte y francés.
Desde que las religiosas de María Inmaculada llegaron a Almería, su aspiración era poder tener algún día sus propias instalaciones. En julio de 1918, la congregación compró la casa de Francisco Jover y Tovar, en el número ocho de la calle Infanta, y otra vivienda, justo detrás, en el número uno de la calle Campomanes. Las unieron y en 1919 se trasladaron al nuevo colegio donde además del servicio doméstico se daban clases de educación primaria.
En 1928, las religiosas ampliaron los servicios del colegio, abriendo un centro pensionado para señoritas en la casa residencial. Estaba destinado a las jóvenes que llegaban a la ciudad procedentes de los pueblos de la provincia para estudiar el Bachillerato, Comercio y Magisterio. A cambio de una mensualidad, las estudiantes tenían derecho a alojamiento con desayuno, almuerzo y cena.
Las religiosas de María Inmaculada estuvieron ejerciendo su labor sin interrupción hasta en los difíciles años de la República, pero al estallar la guerra, viendo que su integridad corría serio peligro, tuvieron que marcharse. Una vez terminada la guerra, el colegio se reorganizó y volvió a abrir sus puertas. En 1943 la escuela funcionaba a pleno rendimiento, con trescientas cincuenta externas, treinta internas para colocaciones y ochenta pertenecientes al Patronato de Redención de Penas. Estas niñas no habían cometido ningún delito, sino que en su mayoría eran hijas de reclusos a las que la iglesia les abría sus centros para evitar que se convirtieran en ‘ovejas descarriadas’.
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