Ayer nos dejó, a los 91 años de edad, el polifacético empresario almeriense Ramón Gómez Vivancos. Cualquiera necesitaría dos vidas para poder hacer todo lo que Ramón Gómez Vivancos hizo en sus 91 años de existencia. Este empresario almeriense no tuvo un día de descanso desde que era niño.
Su mente fue un volcán en erupción permanente: siempre inventando nuevos retos, abriendo caminos a través de la imaginación para mejorar y crear progreso. Su lucha personal tuvo un objetivo común: Almería. Muchos de sus esfuerzos, de su tiempo gastado, no tuvieron más beneficio que la satisfacción de estar haciendo algo por la ciudad donde nació. Estuvo durante más 20 años desempeñando cargos honoríficos sin cobrar una peseta y a veces hasta tuvo que poner dinero de su bolsillo. Pero lo hizo con gusto porque contribuyó a escribir algunas páginas importantes en la historia reciente de esta tierra.
Hijo de un mecánico de Cartagena que llegó a Almería en los años treinta para trabajar en la instalación de la fábrica de hielo, Ramón Gómez Vivancos vivió una infancia marcada por la posguerra y una grave enfermedad que lo tuvo flirteando con la muerte hasta la adolescencia. Con nueve años se hizo una herida jugando al fútbol que le causó una infección en la sangre y tuvo que pasar tres veces por el quirófano. La osteomielitis fue también clave en la configuración de su personalidad. No pudo ir al colegio de forma regular, ni jugar en la calle como los niños de su edad. La posibilidad de morir joven contribuyó a forjar ese espíritu de luchador, de corredor de fondo que demostró a lo largo de su vida. Con catorce años empezó a trabajar en una tienda de comestibles de la calle Restoy y posteriormente en la droguería La Mezquita, en la Rambla Alfareros. Aquí conoció a una persona que fue muy importante en su vida. Era el dueño, José Hernández López, un hombre culto que le ayudó a dar los primeros pasos en el mundo laboral y le sirvió de maestro, ya que le enseñó a escribir y a redactar correctamente.
Como su padre mantenía una estrecha relación con el mundo de la pesca, Ramón Gómez Vivancos aprovechó los contactos para hacerse vendedor de redes, cuerdas y motores de barcos. Traía cables de acero importados de Inglaterra, cuerda de Portugal y se iba por el litoral hasta Cádiz vendiendo. Su espíritu emprendedor le llevó a embarcarse en proyectos que en aquellos tiempos rozaban la locura. A nadie nada más que a él se le hubiera ocurrido ponerse a vender ácido bórico por toda Andalucía o a plantar un campo de pitas por las estepas del Toyo. Esta idea se le ocurrió con un socio portugués en 1959. Entonces en España se importaba la cuerda que se obtenía de las plantaciones de pitas de Mozambique y pensó que por qué no podía hacerlo aquí. Se puso manos a la obra y con la colaboración del Ministerio de Agricultura plantaron cientos de hectáreas con pitas. El negocio fue redondo. No pudieron sacar ni un gramo de cuerda porque las pitas no crecieron por carecer de la humedad suficiente.
La necesidad de buscar motivaciones distintas y de encontrar el negocio de su vida le llevó a montar en la carretera de Aguadulce el complejo Bayyana. Puso una gasolinera, una discoteca que fue punto de referencia de la juventud almeriense en los años setenta y un restaurante. Bayyana le permitió entrar en contacto con el mundillo del automóvil, fundamental en su vida durante aquella década.
Fue uno de los fundadores de la Escudería Costa del Sol y el Automóvil Club de Almería, organizando los primeros Rallyes Costa del Sol que fueron retransmitidos en directo por Televisión Española, con lo que aquello representó para la imagen de la ciudad. Cuando estos proyectos se le quedaron pequeños, intentó el más difícil todavía, algo así como un doble salto mortal sin red, traer a Almería una prueba de prestigio mundial como el Rallye de Montecarlo. Un día vio por televisión que en la salida, que se hacía desde Lisboa, había muy poca gente. Se le ocurrió escribir una carta a Mónaco, al director del Rallye, diciéndole que Almería, por su clima, podría ser el lugar idóneo para que la prueba pasara por aquí. A los tres meses le dijeron que aceptaban su propuesta. En 1972 Almería acogió una etapa y un año después la salida.
Ramón Gómez Vivancos tuvo también sus escarceos con la cultura. Se rodeó de gente preparada, de eruditos como el abogado Juan José Pérez Gómez, Jesús de Perceval, Manuel del Águila, Bartolomé Marín y el arquitecto Ángel Jaramillo para establecer los premios Bayyana, que reconocían a los almerienses del año.
La necesidad de ser independiente, de mantenerse al margen de los partidos políticos y sus redes, le cerró muchas puertas durante la Transición. A pesar de ello, el prestigio que se había ganado en la ciudad, sobre todo entre los empresarios, le abrió las puertas de la Cámara de Comercio, donde estuvo cuatro años. Durante su mandato dirigió las primeras misiones comerciales de productos hortofrutícolas al extranjero y tuvo la brillante idea de organizar la primera Expo-Agro.
Antes de regresar al anonimato como un empresario más de la ciudad, Ramón Gómez Vivancos viajó por Europa gracias a su cargo de Cónsul de Suecia. Sus años de lucha sin tregua, ocupando siempre las primeras líneas de fuego de la sociedad almeriense, las grandes iniciativas que tuvo, que le dieron vida y nombre a la ciudad y a su economía, no fueron nunca suficientemente reconocidas en su querida ciudad.
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