Ha sido nuestro almeriense en el gobierno durante años y mucho antes miembro del trío Richoly. Jesús Miranda-Hita lleva 23 años fuera de su tierra pero no falta a su cita con la feria.
¿Cuándo fue la última vez que se subió a un cacharrico?
Cada año lo hago: la noria es mi especialidad, ¡aunque no recomiendo a nadie que se suba conmigo, porque el vértigo que siento me hace chillar incontroladamente nada más emprender el descenso de cada vuelta! En serio: las vistas que ofrece la noria y el frescor que proporciona en medios de tanto bochorno no tienen precio.
Como economista, ¿ve razonable el mercado libre en los precios de los cacharricos?
Como dice, los precios los fija el mercado, y es bueno que así sea, pues carece de sentido subvencionar con fondos públicos una actividad así. Darse unos zarandeos en el pulpo no es cosa de interés general, así que toca que cada cual se pague lo suyo, y si los feriantes cuadran sus cuentas con esos precios, es señal de que hay clientela suficiente. No es serio ni sensato hacer demagogia con esto, y menos en las circunstancias de estos años, en los que casi todos estamos sufriendo el desmantelamiento impío del Estado del Bienestar.
¿A quién le daría un buen susto disfrazado en el pasadizo del horror?
Le agradezco la pregunta: a la señora Merkel y a los señores del Bundesbank, que nos traen por la calle de la Amargura. ¡Ahora resulta que como parece que hemos hecho pocos sacrificios, viene y le exige al presidente del Gobierno de la Nación que dé otro par de vueltas de tuerca! Pero, si me dejara usted más espacio del que me deja, le podría hacer una lista kilométrica de gente merecedora de un buen escobazo, empezando por la caterva de corruptos que nos han colonizado, entre los que no faltan buenos ejemplares en nuestra tierra.
¿ A qué conciertos acudió como público?
Muchos artistas de pop, como Rita Pavone o Tony Ronald. Lo vi en el puerto. Su “Help!” me entusiasmó y eso que yo era ya un estudiante de música clásica...
Además estaba el Festival de la Canción de la Ciudad Luminosa de la Costa del Sol, que se celebró entre 1970 y 1975, en el que participaron grandes músicos, como el maestro Ibarbia al frente de la orquesta de TVE -lo nunca visto aquí por aquel entonces- y grandes cantantes. También hay que recordar a nuestros Cal y Canto, un estupendo grupo que hizo cosas realmente admirables y al que, en mi opinión, también se le debe un homenaje. Y, por supuesto, al grandísimo Miguel Ríos, un fenómeno irrepetible con el que tuvimos la suerte de coincidir en varias ocasiones mi hermano y yo cuando acompañábamos a nuestro querido y recordado amigo (y por entonces jefe) Carlos Cano.
¿Y como músico? Supongo que usted tocó en varias ocasiones en la feria.
Hay dos momentos especialmente memorables: uno fue un concierto del Trío Richoly en el patio de la Escuela de Artes, en el que tocamos algunas piezas, arregladas por nosotros, de nuestro querido amigo, y gran poeta, artista y músico, Manuel del Águila, y al que asistieron muchos amigos como don Juan Sogorb, o el gran Lucas López.
El otro, el concierto que dimos en el salón de actos del ayuntamiento de Almería, en el que estrenamos una suite del director de la Banda Municipal, el maestro Celdrán, y que formaba parte del homenaje a los Coloraos de ese año. Podría añadir, sin ser un concierto, una anécdota curiosa: la mañana, también en feria, en la que le escribimos en un pedazo de papel pautado la melodía del Fandanguillo de Almería al relojero que iba a incorporarla al carillón del reloj de la casa consistorial, que hasta hoy ahí sigue, y espero que lo haga in “saecula saeculorum”.
¿Qué quitaría o añadiría a la feria?
Yo volvería a ponerla en el puerto, y reactivaría los festivales de España, o los de Andalucía que se hicieron después, en los primeros años de la Democracia. Eran espectáculos magníficos en un escenario inmejorable, y es una pena que se hayan perdido. También reorientaría el énfasis religioso hacia un plano igualmente respetuoso pero menos oficial, como se hizo en los primeros gobiernos municipales de izquierdas.
¿Cómo ha evolucionado su actitud hacia la feria?
Siempre he sido fiel a la Feria de Almería, incluso durante los más de 23 años que hace que vivo fuera. Cuando se ha vivido la feria tan intensamente como yo lo hacía en la infancia y la adolescencia, es imposible desprenderse de ella, aunque es cierto que con el tiempo se vive de otra manera.
Antes, como todo niño, pugnaba por llegar el primero a los coches de choque (donde me dejé los incisivos en un encontronazo frontal), o al látigo. Ahora voy paseando (pero con rumbo no menos fijo y firme) hacia el puesto de pinchitos morunos por antonomasia. Tampoco falta, hasta ahí podíamos llegar, una vuelta por la caseta de LA VOZ, en la que siempre se encuentran a los grandes profesionales de esta casa y a muchos amigos y conocidos.
¿Significaba mucho?
La feria para un muchacho de los años 70 era como el fin de fiesta de un verano tan intenso como largo, que venía a ofrecer diversión, fantasía, luz y color en proporciones inabarcables, como no se podía tener el resto del año en una ciudad como la nuestra de aquellos tiempos. Era también la oportunidad de ver a artistas internacionales que de ninguna otra forma pasaban por aquí. Y también, para mí y mi hermano Francisco Luis y nuestro maestro Richoly, era el momento cumbre de nuestro año guitarrístico, pues nunca faltaba en el programa oficial de festejos un concierto del Trío Richoly en la Escuela de Artes, el Círculo Mercantil, o la Caja de Ahorros. ¡Allí estábamos nosotros, en el renglón siguiente al de la corrida de toros de esa tarde!
¿Para cuando bajarán los almerienses de levante a la feria en AVE?
Eso hay que preguntárselo a quienes han decidido tapiar los túneles y dejar a Almería fuera de juego. Nosotros lo llevábamos viento en popa, convencidos de la importancia de esa infraestructura para nuestra provincia. Que cada palo aguante su vela y que cada demagogo se coma sus palabras. ¡Y feliz feria a todos, todos!
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Javier Adolfo Iglesias