Han entrado las máquinas al solar donde estuvo la vieja perrera municipal. Después de varios años abandonado en un rincón estratégico de la ciudad por ser lugar de paso hacia el entorno de La Alcazaba, el ayuntamiento ha decidido adecentarlo para dignificar una zona donde sobra abandono y faltan iniciativas reales que vayan más allá de un papel y de un plano, que con tanta frecuencia acaban durmiendo el sueño de los justos en un cajón.
Se trata de un proyecto enmarcado dentro de las actuaciones del plan Urban, que da respuesta a la demanda vecinal que durante años llevaba pidiendo que se aprovechara aquel terreno para poner en valor esa zona de la manzana de la Alhóndiga Vieja que fue quedándose despoblada y aislada del casco histórico.
El solar, de más de trescientos metros cuadrados de superficie, se va a transformar en unos meses en dos espacios de muy diferente utilidad: en la parte baja se habilitará un sótano donde se construirá un almacén municipal, que posiblemente se utilizará como nuevo cuartelillo de la limpieza , donde irán destinados los servicios que actualmente se encuentran en una cochera de la Plaza de la Catedral. En el piso superior del almacén se levantará una gran plaza pública que por su situación y por su altura, se convertirá en un balcón privilegiado para poder contemplar toda la muralla sur de La Alcazaba, la parte menos conocida del monumento. La plaza contará con bancos para el descanso de los vecinos y con espacios verdes para su ornamentación.
La puesta en marcha de este proyecto es un primer paso para tratar de darle vida a una manzana del casco histórico que estaba marcada por la dejadez más absoluta y por la soledad a la que quedó condenada desde que desaparecieron las casas de la ladera de San Cristóbal y la calle del Pósito se quedó prácticamente vacía. También se quedó sin vida la calle de la Música, a la que daba una de las fachadas del solar de la perrera, acentuando aún más el carácter de suburbio del lugar.
Con la desaparición definitiva del solar se va para siempre un trozo importante de la historia de la ciudad. La vieja perrera formó parte de la vida del barrio durante décadas. Era una nave fría y desvencijada con un portón destartalado de madera y un gran patio con habitáculos formando celdas donde los empleados municipales encerraban a los perros vagabundos que iban recogiendo por las calles.
En los años setenta, todavía era habitual la estampa de aquellos policías caninos patrullando con sus lazos y sus jaulas en busca de los animales considerados potencialmente peligrosos. En teoría iban en busca de los perros enfermos, aquellos que podían tener la rabia, pero en la práctica acababan apresando a todos los que veían sin dueño en medio de la calle.
El local de la perrera se convertía a veces en un lugar siniestro cuando en el silencio de las tardes se escuchaba por el barrio el quejido de los perrillos que iban a ser sacrificados. Si no aparecía el dueño, si nadie los requería, los ‘reos’ acababan muriendo ahogados en un pilón que para tal fin existía en el patio de la perrera.
Casa de música
El solar sobre el que en breve se levantará la nueva plaza pública tiene también la historia que le dio la casa que existía al lado de la perrera, que fue lugar de ensayo de los músicos de la banda municipal.
A este improvisado conservatorio se entraba por el callejón lateral que antiguamente fue calle del Matadero, pero que cambió de nombre cuando el director de la Banda Municipal de Música, don Eusebio Rivera, abrió una escuela para los aspirantes a músicos. Allí iban los niños a aprender solfeo y allí ensayaban los miembros de la banda. Desde entonces, el viejo callejón donde estuvo el matadero municipal empezó a ser nombrado como “la calle donde tocan la música”, hasta que en los años cincuenta, el Ayuntamiento le puso definitivamente calle de la Música.
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