Nuestra sociedad ha cambiado mucho en los últimos años, en especial por la irrupción de las nuevas tecnologías, la crisis económica y la falta de fe en el progreso. Debido a ello, tenemos una escala de valores muy diferente a la de nuestros padres y abuelos, dejándonos llevar por atracciones pasajeras, el relativismo moral, el culto al cuerpo y el descrédito del trabajo y el esfuerzo personal. Bastan unos pocos ejemplos para comprobarlo.
En televisión triunfan programas como Mujeres y hombres y viceversa o Gran hermano, que se han convertido en referentes intelectuales de nuestros hijos en lugar de un buen libro. Además, pasamos el día entero pendientes de las redes sociales a la espera de un “Me gusta” que acreciente nuestra autoestima, o navegamos durante horas por Internet sin un fin claro, simplemente como una manera de pasar el tiempo sin preocupaciones.
Del mismo modo, el relativismo impregna nuestras vidas. Por ejemplo, si un político es acusado de corrupción la oposición pide de inmediato su dimisión, pero si el caso afecta al propio partido se le resta importancia e incluso se defiende su inocencia. Pero esto no es exclusivo de la vida política, sino también de nuestro día a día, pues tan pronto defendemos una idea como la contraria en función de lo que nos convenga en cada momento.
Por otra parte, hemos acostumbrado a nuestros hijos a darles todo lo que piden -dinero, ropa de marca, el móvil de última generación, juguetes, videojuegos, etc.- sin explicarles los sacrificios que, en muchas ocasiones, tenemos que realizar para conseguirlo. De igual manera, recogemos todo lo que dejan tirado por la casa y evitamos asignarles tareas, creyendo que así contribuimos a su bienestar y que serán responsables en el futuro aunque ahora no lo sean.
Estas situaciones se viven en muchos hogares, pero no son inmutables, pueden cambiarse. Por un lado, la televisión y las nuevas tecnologías no son solo un medio de entretenimiento, sino que ofrecen un caudal de información inestimable y nos aportan una visión crítica de la realidad. Por otro lado, debemos sustentar nuestra sociedad en unos valores sólidos, no pasajeros, basados en el respeto, la solidaridad, la justica, la honestidad…
Por último, debemos enseñar a nuestros hijos que para conseguir algo es necesario esfuerzo, responsabilidad y constancia. Un profesor o un médico no han llegado donde están por casualidad, sino gracias a muchos años de dedicación. Y para que esto sea posible, para conseguir que las nuevas generaciones sean cultas, responsables y tengan una escala de valores sólida, profesores, padres, políticos, medios de comunicación… debemos trabajar unidos en la misma dirección.
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