El 26 de febrero del año que viene cumplirá 102 años. Nació apenas un mes después del asesinato de Concha Robles en el Teatro Cervantes, a ocho meses vista del golpe de Primo de Rivera. Educado en La Salle, con 16 inviernos empezó a crear sus primeras figuras. “Aún las tengo. De barro. Eran pequeñicas”. Hace más de 70 años que hizo el primer Nacimiento, la construción más vieja del Belén del Patio de Luces de la Diputación. Y así, tras 86 años de dedicación, Antonio Miras Belmonte ha creado el más logrado Belén monumental de Almería. Atrás quedan sus días como labrador, tramoyista en el Teatro Cervantes, currante en el almacén de la CASI. Atrás, muy atrás, una ausencia presente: la muerte de su madre. Solo tenía nueve años cuando él y su hermana la velaron en soledad. Era el año 1932. Luego, la guerra. La mili. La lucha. La vida. Y su vida: el Belén interminable.
Ha sobrepasado los 100 años, pero su vida (y no es un tópico) no ha sido fácil.
En 1935 yo estaba estudiando, pero entonces llegó la guerra y tuve que ponerme a trabajar. Mi abuelo tenía diez hijos y vivíamos de la agricultura. Yo he trabajado en muchas cosas.
¿Cómo eran aquellos belenes de su juventud?
Se hacían solamente en las parroquias. En las casas era raro ver alguno.
¿Cómo sintió esa llama por los belenes?
Yo me eduqué en el colegio religioso La Salle y allí me inculcaron la vida cristiana.
Supongo que la pasión belenista se la transmitió algún familiar.
Nada. Yo fui el primero de todos. Yo empecé en mi casa. En el comedor, con permiso de mi mujer, hacía yeso para los montes. Después seguí en la finquilla de mi hijo en Pechina. En un garaje. Ahí fuimos montando las piezas una pila de años. Hasta que la Hermandad de las Angustias se empeñó en colaborar. Y llegó la Diputación.
¿Se implica su familia en esta vorágine?
Mis hijos, mis dos nueras, mis nietos... Aquí trabajan todos. Hasta el hijo de mi Pepe, que es médico, se encarga de diseñar las casas. Este año aún no ha podido venir porque tenía guardia (sonríe). Cuando los veo, siento una alegría inmensa.
Su Belén está bien custodiado, entonces.
Sí, el día que me vaya, lo haré tranquilo porque sé que está en muy buenas manos.
Porque esto requiere compromiso, eh.
Cada construcción admite mucho trabajo. El yeso, la pintura... Las casas, los enseres, la instalación de luz y de agua, todo eso lo hemos hecho nosotros. Se necesita tranquilidad y habilidad.
Y muchas horas de paciencia, claro.
Cuando yo trabajaba, le dedicaba los días libres, pero ahora todo el año. En ocasiones, todo el santo día. Hay veces en que las cosas salen de golpe, pero otras... hay que esperar. Tengo motores en las casas más antiguas que me han aguantado bien y los modernos no me aguantan un año.
Los oficios son, quizás, de las cosas que más atraen al visitante: cuando el abuelo le explica al nieto qué es un horno de leña, Antonio.
Los que aquí se ven son muy antiguos. Muchos los he vivido yo: la trilla, la vertedera, los araos, la labranza. He sido también matarife. Con tal de llevar más dinero a la casa...
Hace poco se inauguraba el EcoMuseo de la Vega. Era de justicia. Le pregunto, claro, a todo un veguero.
Sí, porque es una forma de reconocer el trabajo de tantas personas que se dedicaban a la agricultura fina. Yo he trabajado en la huerta muchos años. He vivido al lado de La Salle, en la finca de mi abuelo. Allí pasé la guerra.
Habla mucho de su abuelo.
Sí, él era perito agrícola. Era hijo único. Su finca llegaba desde la Carrera del Perú hasta el Camino de la Estación. Se llamaba La taquilla. Tenía diez hijos. Yo soy hijo del mayor.
Más de 1.000 figuras, casas, motores... Tiene usted un ejército a su servicio. Montar esto es un desafío.
Los costaleros y los hermanos de la cofradía nos ayudan en el montaje y mi hijo y mis nietos organizan. El trabajo mayor es la electricidad. Hay cables por todos lados.
Hasta 180 puntos de luz. Motores para el agua, para el aire, para el humo...
Sí, este año han estado ayudando 15 jóvenes que están estudiando para ser electricistas.
Por cierto, ¿cómo es el Belén de su casa, Antonio?
Figuras chiquiticas. Mi casa es un museo. Hay de todo. Guardo de todo. Hasta la prensa de los años que llevamos aquí (en la Diputación). Mi mujer decía: “Antonio, vamos a tener que irnos de la casa”. Yo le decía: “Mira, si yo me muero antes que tú y no te queda dinero, pues ve vendiendo” (carcajea).
Cuando llega el Adviento, viene casi todos los días por aquí.
Yo me siento ahí (junto a la puerta principal) y disfruto al ver la gente. De vez en cuando, me levanto y comprobamos que todo esté bien. Lo que hay roto, se repara por la noche.
Me dicen que el jueves pasado le dieron el alta en el Hospital Torrecárdenas. Y un día después, queda conmigo para la entrevista. No hacía falta, Antonio.
Qué va, tenía la rodilla inflamada. Yo no quería ir, pero se empeñaron mis hijos... Estoy bien.
Antonio ha visto pocos médicos en su vida. Camina lento, pero erguido. Durante la entrevista, se para, despacio, frente a las escenas y sonríe sin disimulo. “¿Quién es el belenista?”, dice una abuela, que va con un crío. Antonio, que es lisonjero, se acerca y acaricia al niño. “Qué maravilla de Belén”, exclama la señora. Su hijo Pepe nos cuenta que Antonio Miras tiene su carácter y que eso le ha labrado una personalidad muy vital. A sus casi 102 años, es independiente en casi todo. Se siente útil, es tenaz, hablador casi sin pausa y no ha perdido ni un ápice de ilusión por aquello que, verdaderamente, es importante: lo pequeño.
Lo pequeño, aquí se ve, es hermoso. Antonio no deja de ser un niño centenario. Como ese imberbe crío que prepara con mimos el rincón de la chimenea en espera de los Reyes, el más longevo belenista de Almería emplea sus horas más preciadas en la honrada labor de viajar a la Palestina de hace dos mil años. Lo hace cada día con la misma fe con la que construyó su primera pieza allá por el año 1939. Luego llegaron las figuras de 21 centímetros. Y el portal donde nació Jesús. Y los hijos se fueron empapando de la vehemencia de Antonio. Y nació en ellos la misma fe. Y hasta hoy.
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