Llega Ikea y se va Rosaflor; aparece el mayor imperio del mueble y cierra la mercería ‘ultima de Filipinas’ de la calle Las Tiendas. Lo hará la semana que viene, justo 75 años después de que abriera sus puertas en un lejano abril de 1942. Allí está aún, por unos días, todo ese pequeño museo de la botonería, de la quincallería, de filigranas y cintas de brillo, que ya no caben -llevan tiempo sin caber- en los nuevos tiempos comerciales del siglo XXI.
“Cerramos porque nos jubilamos y cederemos toda esta mercancía y muebles a un museo”, admite Diego Pérez Sánchez, que ha sumado 40 años, junto a su esposa, detrás del mostrador, frente a la puerta de la Iglesia de Santiago.
Rosaflor debutó al poco de finalizar la contienda, cuando los escaparates aparecían con letreros de ¡Saludos al Caudillo! en el mismo local que ocupó la tienda de Pedro Llorca antes de la Guerra. Allí fundó Diego Pérez Segura, esta mercería y perfumería que ahora fenece. Era un joven de 29 años que venía de aprender el oficio en Almacenes Segura. Se agenció a varios dependientes y abrió también almacén al por mayor en la calle Real, en los antiguos Almacenes El Siglo, donde se nutrió de una nómina de viajantes como Antonio Sánchez Pozo, quien había adquirido experiencia trabajando en Los Madrileños.
Tras unos años iniciales, Diego Pérez trasladó el negocio del almacén a la calle Gregorio Marañón, que cerró en 1988, cuando el patrón ya decidió retirarse para fallecer una década después en 1998.
Su hijo se incorporó al negocio en 1976, cuando junto a Rosaflor se situaban Minerva y Sorpresa, cuando la calle Las Tiendas aún conservaba ese aroma de populoso centro de compras para los vecinos de los pueblos almerienses que venían en el Alsina, con comercios como La Sirena, Blanco y Negro Sombreros Paza o La Tijera de Oro.
Jabón de tocador y cruzado mágico
Uno entra a Rosaflor en estos postreros días y es como si acudiera al sepelio de uno de los últimos bazares de la ciudad antigua: allí permanecen los anaqueles preñados de botones que dejaron de venderse cuando desaparecieron las modistillas, los botes de perfume Old Brown y Farala de los 70, y en el mostrador de caoba sobre la losa hidráulica, las cajas de bragas antediluvianas, el jabón de tocador, los eróticos pantys Filodoro sobre la pierna del maniquí, el cruzado mágico de nuestras abuelas, las cintas de terciopelo, los mantones de manila bordados y el aroma infantil a Heno de Pravia.
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