Hay un lugar en España, en medio de la nada, sin comunicaciones potables, con infraestructuras mínimas, en la que ha florecido, como un trébol de cuatro hojas, la mayor empresa mundial de superficies para la arquitectura, desde unos comienzos como mero fabricante de encimeras de cocina.
Ese lugar está en el almeriense Valle del Almanzora y es el Parque Industrial de Cosentino, que acaba de dar un nuevo paso de gigante: la Comisión Delegada para Asuntos Económicos de la Junta de Andalucía ha dado a conocer que se ha dado el primer aldabonazo para la declaración de proyecto de interés estratégico “la propuesta de implantación industrial y ampliación del Grupo cosentino”.
Este proyecto de ampliación comprende una extensión de aproximadamente 145 hectáreas en los municipios almerienses de Cantoria, Partaloa y Fines y conllevará una inversión directa aproximada de 719 millones de euros en los próximos diez años, así como la generación de 740 puestos de trabajo directos.
En la actualidad el Parque industrial mide más de 300 hectáreas y cuenta con cerca de 2.000 empleados.
El Grupo Cosentino, según detalla en el informe elevado a la Comisión, tiene previsto ampliar su extensión e incorporar 13 nuevas instalaciones que supondrán un aumento de la capacidad productiva de los productos Dekton y Silestone, que representan respectivamente el 13 y el 68 por ciento de las ventas del grupo. Además, prevé una inversión en nuevas instalaciones auxiliares, entre las que se encuentra el denominado 'Proyecto Reborn', cuyo objetivo general es la valorización de los residuos resultantes de los procesos productivos, utilizándolos en la generación de nuevos materiales, o en aplicaciones diversas de otros sectores. La firma facturará este año más de 1.000 millones y ha abierto nuevas conexiones marítimas desde el Puerto de Almería.
Una historia de vértigo
Su padre tenía una fabriquita en Macael junto a una vaquería, donde trabajan una docena de empleados. Él, Paco Cosentino, el protagonista de esta historia de obsesiones, aprendió a ver trajinar, a observar las faenas de los hombres y de las mujeres, a valorar el trabajo bien hecho.
Con muy pocos años se marchó a Barcelona con el título de maestro en la cartera. Pero volvió pronto a Los Filabres, a los fríos inviernos, a hacerse concejal de Hacienda y Cultura, a mantener la empresa del autor de sus días, a recordar sus correrías con su amigo de la infancia, Luis Pastor.
Han pasado muchos años de eso, muchas nieves en las cumbres de Los Filabres, mucha piedra rebanada del subsuelo. Pero Paco habla aún -con casi 1.000 millones de facturación anuales, con picas en el Viejo y Nuevo Mundo- con la oratoria del tipo que se levanta por la mañana dispuesto a agotar los minutos y hacer todos los recados, como esos jubilados que salen de casa por la mañana con la obsesión de que les dé tiempo a hacer una fotocopia, a echar la primitiva, a comprar la barra del pan tierno diario.
Paco, por sus palabras, es Paco, no Mr. Cosentino, como lo conocen por el mundo. Es un hombre de pueblo, de Macael, por muchos negocios que tenga en Australia y Singapur, en Río de Janeiro o en Oslo. Cuando se levanta por la mañana temprano habrá vendido ya miles de encimeras en los cinco continentes. Pero no se para, sigue obsesionado con el trabajo, comiendo sandwich de jamón en su despacho, viendo cómo evolucionan las ventas de Dekton en Asia o el Sensa en Brasil, arañando tiempo al tiempo, leyendo biografías de generales romanos, soñando con el fin de semana en las cumbres de su finca de Mojácar, mirando al mar latino de Escipión.
Cuando salió del vientre de su madre aún quedaban gañanes y bueyes bajando de las canteras de Macael, aún existía la figura del Rematante como dueño de la sierra. Ahora el General es él, al menos como presidente de la mayor empresa de la historia de la provincia (con permiso de aquel Ramón Orozco que llegó, desde Vera, a acumular uno de los mayores patrimonios de Andalucía). Pero Paco es distinto: él no colecciona posesiones, él reinvierte casi todo lo ganado, colonizando nuevos mercados, avizorando nuevos productos. Suma ya varios miles de asalariados de 50 nacionalidades, pero sigue viviendo a un tiro de piedra de la casa donde nació. No se ha ido. Cuando lo fácil (sin autovías, sin ferrocarril) hubiera sido irse y volver a Macael por Navidad.
Pero él, en el fondo, sabe que se queda porque donde quiere que aprecien su esfuerzo, su olfato natural para los negocios, para crear empleo de la nada, es entre la gente que le vio crecer, en las calles donde apedreaba perros, en donde compartió sabores y sinsabores junto a la lumbre del hogar familiar.
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