La dialéctica entre la conservación del entorno y el desarrollo de nuevas infraestructuras es tan antigua como Viriato, a quien los romanos acusaban de impedir la apertura de sus calzadas y lo mandaron asesinar a traición por uno de los suyos. Los vecinos - nativos y agregados- del Almanzora, de los Vélez y del Levante almeriense se han movido en las últimas décadas en esas arenas movedizas que son la conciliación de los sentimientos de pertenencia al paisaje de sus mayores y las legítimas aspiraciones de progreso económico; se han batido en ese territorio mestizo de la pasión por el no cambiar nada de ‘lo nuestro’ con el de apartar todo aquello que entorpece 'nuestro avance'.
Toda obra que se precie hace sangrar: sangraron olivos y naranjos de Guazamara cuando la Autopista a Cartagena; sangraron cortijos de Sorbas y Los Gallardos, cuando la Autovía del Mediterráneo; sangraron campos de cultivo de Cucador o de Palacés con la Autovía del Almanzora. Algo sangra siempre cuando algo se mueve. A muchos les van a expropiar quizá parte de la finca que heredaron de sus abuelos o aquellos almendros que son de la familia desde los tiempos de los moros. Es como tener que poner a la venta, a la fuerza, la casa del pueblo donde naciste tras morir tus padres. Querer conservar significa renunciar a otras cosas, no todo es siempre compatible. Almería, el Levante, el Almanzora, llevan peleando por la nueva línea de La Ribina, no desde Viriato, pero si desde los tiempos en que José Antonio Flores era presidente de la Cámara de Comercio, hasta que por fin las Diputaciones de Granada y Almería consiguieron en 2018 meter en el saco de las inversiones de Red Eléctrica la nueva infraestructura de alta tensión con una inversión de 73 millones de euros.
Es algo tan simple como que si queremos subirnos a un tren AVE para llegar a Madrid en tres horas, necesitamos electrificación, es el peaje que hay que pagar: sin esas torres como gigantes de acero en el horizonte no hay Corredor Mediterráneo que valga. Siempre tiene que haber letra pequeña para hacer el menor daño posible al paisaje, para no estropear más de lo justo, para apretarle las clavijas a Red Eléctrica en su trazado, pero sin torres no hay paraiso.
Los almerienses pueden elegir entre seguir siendo la provincia española más huérfana de conexiones eléctricas, el paladín ibérico de la España vaciada, o empezar a fijar población en esos más 70 pueblos de interior que se mueren porque allí no hay nada que hacer, porque se han ido convirtiendo en pequeños parques temáticos para domingueros egoístas que quieren fibra óptica en su casa de Oliveros o de Nueva Almería pero que nada cambie en Felix.
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