32 días con sus noches ha permanecido silenciosa y cubierta de polvo -como el arpa de Machado- la vieja taberna de la calle Jovellanos. Un mes con propina, como las que recibían sus camareros, en el que un algo faltaba en ese rincón del centro histórico de la ciudad: procesiones con clarinetes, nazarenos e incienso, en las que se ha echado de menos esa bodega con barra de mármol y feligresía de Albuñol.
Ayer, a primera hora de la tarde, se rubricó el acuerdo entre las tres partes implicadas (propietario, anterior y nuevo arrendatario) en una notaría del Paseo, tras varias semanas de negociaciones.
Ha sido necesario un pacto tripartito entre el propietario del local, José Navarro Berenguel, con la empresa Servicios Hoteleros La Catedral (Lázaro López, Antonio Cantón y José Torrente) y con el anterior gerente del célebre establecimiento, Leonardo Martín López. Durante los últimos días, los nuevos responsables han venido trabajando con el equipo de siempre de la tasca para integrar a los nuevos que se incorporan. Los camareros y cocineros de toda la vida se mantendrán al frente de la barra y los fogones, con el fin de mantener el encanto.
La compañía titular del Hotel Catedral Almería, a escasos metros de Casa Puga, reafirma su apuesta por el centro histórico de Almería, mediante la gestión de negocios especialmente diferenciados, dentro del sector turístico y hotelero.
Empleados y clientes
En las últimas décadas han estado a pie de barra sirviendo populares tapas como los champiñones a la plancha o el boquerón adobado, Leo y su hermano José, Adolfo, Juan, Rafael, Moisés y las cocineras, Paqui, Angustias y Carmen. Con anterioridad trabajaron Juan García Cruz, Guillermo Rodríguez, antonio Acosta y Pepe Iborra.
Desde que este periódico publicase el pasado 13 de enero el posible cierre de Puga, se han dado diversos pasos para que esta botillería, con más de un siglo de poso, no tuviese que claudicar como lo hicieron numerosos locales de culto de esta ciudad ya milenaria. Se llegó, incluso, en esos días de melancolía, a iniciativa de algunos asiduos clientes, a formar una plataforma vecinal contra el cierre de Puga en la que se apuntaron más de un millar de almerienses.
Leonardo, en esos días, fue recibiendo algunas ofertas para el traspaso del cotizado establecimiento al estar próxima su jubilación y su merecido descanso. LA VOZ anunciaba el pasado 22 de febrero el inicio de las conversaciones entre el Catedral y los dueños de Casa Puga, que ha cristalizado en contrato mercantil dos meses después.
Está documentado que en 1870 este establecimiento ya era utilizado como posada en su planta alta y para guardar los carruajes en la baja. Veinte años después se convierte en taberna de la mano de Luis García Romero, en la entonces calle Santo Cristo. En 1900 pasa a propiedad de Juan Puga Antequera, el fundador. Más tarde, un sobrino, Leonardo Martín, se hace cargo del negocio y al retirarse se lo lega a sus hijos Leo y José Martín.
Hasta ahora, que da un nuevo giro, bajo la dirección de Lázaro López, pero con el afán de mantener la esencia de siempre. La cita, el próximo lunes 27 de abril en Casa Puga.
El río de la vida de una ciudad
La historia de una ciudad es la sus hombres y mujeres, la de sus gobernantes, la de sus obispos, la de sus deportistas más celebrados. Pero es también la de sus bodegas, cantinas y mesones, donde los parroquianos se quitaban el frío con tragos de coñac o chatos de clarete, donde la gente se ponía y se pone al día de lo que pasaba y pasa en el barrio, donde se hacían los tratos y donde la gente conocía a más gente. Así sigue siendo, aunque algunos de esos bares y cafés permanecen solo en el recuerdo.
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