Una vez leí un viejo proverbio chino que decía así: "Hay tres cosas que nunca vuelven atrás; la palabra pronunciada, la flecha lanzada y la oportunidad perdida".
A los devaneos del destino y del azar corresponde la "responsabilidad" de que esta madrileña tenga la posibilidad de dibujar con estas letras algo desde lo hondo. Porque, esta vez, la oportunidad del proverbio no va a pasar de largo.
Descubrí a David Bisbal por casualidad (como casi todo lo importante) cantaba "Y, si fuera ella" de Alejandro Sanz. Ignoro la naturaleza de mi reacción si la suerte hubiese querido que "ella" fuera la que esto escribe. Pero, en ese momento, sólo conseguí acurrucarme en el sillón de mi casa y rezar para que aquella canción no acabara nunca.
La música siempre ha estado presente en mi vida como un pespunte que sostiene y enreda cada paso que doy, cada acontecimiento que vivo, cada hecho que me sucede. Gracias a la música he conseguido poner palabras a ideas que no podía expresar, a emociones que no podía compartir. Es la música mi compañía incondicional cuando amo y cuando sufro, cuando caigo y cuando me levanto. Es la música mi aliada para reír y para llorar, para ganar y para perderme, para mantenerme en vela cuando conduzco y para relajarme antes de dormir.
Desde el día 14 de enero de 2002, desde la noche de aquella actuación, es David Bisbal el que hace hablar a mis sentimientos. Me gusta escuchar con su voz que es posible amar hasta el extremo, que la felicidad se esconde detrás de un velo tenue, tejido de pequeñas cosas. Me gusta que ponga notas al sufrimiento de los que le piden a la vida con su grito una nueva oportunidad para ser felices. Me gusta bailar cuando el ritmo, la sabrosura y la alegría llenan su garganta. Desde hace un mes, nada más despertarme, escucho su versión de "Sueña" porque me ayuda a creer que lo mejor de mi vida aún está por llegar.
Todos y cada uno de nosotros hemos amado y sufrido, hemos conjurado recuerdos y hemos sido o somos felices. Por eso creo que David posee un don muy bello: para mí no hay nada más hermoso que regalarle una "banda sonora" a cada uno de esos momentos.
Mis conocimientos de música me impiden hacer críticas de su voz que vayan más allá de lo que mi gusto reclama. No puedo hablar de su color, su timbre, su registro o su dimensión. Pero ya lo dijo Paulo Coelho en su novela Brida: "sólo conoce el vino bueno quien probó el vino amargo". Así, mi experiencia en relaciones humanas, con sus éxitos y sus fracasos, me concede un poco de criterio para justificar mi admiración por su persona, lejos de los furores hormonales adolescentes (que, dicho sea de paso, ya me quedan algo lejanos).
La personalidad de David Bisbal me interpeló desde el principio, pese a los contornos inexactos que perfilan las cámaras. Los ojos indiscretos de la televisión me mostraron un día que, frente a los que resuelven la ecuación del triunfo con soluciones que se ajustan a lo seguro, cómodo y barato, un alma rizada de sonrisa fácil y "olés" generosos eligió por respuestas el riesgo, el trabajo duro y el sacrificio sin precio.
La discreción, la humildad, la sencillez, la constancia, los fallos asumidos, la voluntad de superación, el esfuerzo sin tregua, la ternura, la nobleza, la dulzura y todo lo que en David hay de bueno, amable y admirable, me recordaron, cada vez que me colaba en su peculiar "prisión", que todavía existen razones para creer en la buena gente. Para creer en aquellos que hacen olvidar las malas experiencias que brotan del egoísmo de los que no ven más allá de su sombra.
En un tiempo como el nuestro, en el que el orgullo, el individualismo, la soberbia y la prepotencia están a la orden del día, reconforta saber que alguien se esfuerza por conjugar fama y familia, éxito y amistad, para escribir la misma frase.
Por todo esto David Bisbal se ha instalado ya en mi realidad y, me atrevería a decir, que en la realidad de todos. Porque él ya es un poco "nuestro". Nuestro, como ese deje flamenco que de vez en cuando hilvana su voz. Nuestro, como aquel "Mamá" que brotó de su cansancio para reflejarse en los espejos del gimnasio solitario de la academia. Nuestro, como ese impulso que le hace girar sobre las tablas para llenar el aire de caracolas. Nuestro, aunque la obligación interponga océanos entre nosotros porque, como alguien cantó una vez, "los corazones grandes hacen al mundo pequeño".
Desde este espacio quiero desearle a David todo lo mejor y lo más bello. Que nunca olvide que "lo esencial es casi siempre invisible a los ojos". Que nadie borre de su alma la paz que destila la satisfacción de ser uno mismo. Que el tiempo lo vea por siempre seduciendo sobre un escenario. Que a cada paso encuentre a su lado una mano que le hable de calma y le recuerde que el cariño verdadero nunca pide nada a cambio. Que el precio de la fama no nos haga escuchar de él ecos que no tenga que ver con su música. Y que, cuando lo duro del camino borre la ilusión de su horizonte, imagine que alguien como yo espera sus canciones para hacer especiales todas las cosas.
Tal vez mi buena estrella tenga a bien que nuestros senderos se crucen. Entonces le explicaré encantada por qué creo que, si en verdad Dios existe, enseña a los ángeles a cantar con una de sus baladas.
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