Las manos del cantero, sobre un mármol tan blanco que sobrecoge. La lucha del hombre contra los elementos. De cada golpe brota el polvo de la piedra que, visto al trasluz, suspendido en el aire, bien puede ser la materia de la que están hechas las estrellas. Estrellas que cada noche iluminan las canteras como los fuegos artificiales, aquí y ahora, rompen el cielo de Almería.
El Parque de las Almadrabillas, “el mejor teatro del mundo junto al Mediterráneo”, acogió este viernes -alberga en este preciso instante- el célebre concierto de Feria de la Orquesta Ciudad de Almería (OCAL) que, bajo el título de Nuestra tierra, supone el estreno absoluto de Canteras de las estrellas. Una obra encargada por la empresa Cosentino al compositor Juan Cruz Guevara que, al ser interpretada en este recital, contrapone el frío mármol con el fuego de la pirotecnia, lo inmaculado de la piedra con la noche oscura en la que 70 músicos se han propuesto volver a robar el corazón de 5.000 espectadores.
Sobre el escenario, los músicos tocan por vez primera esta partitura, mientras en dos pantallas se proyectan las fotos nocturnas que Carlos de Paz y Francisco Villegas captaron, tras dos meses de madrugadas mirando al cielo de Macael, para el calendario Canteras de las estrellas.
Las instantáneas transmiten paz. Y menos mal porque minutos antes del inicio del concierto señoras entradas en años buscaban con cara de pocos amigos un asiento. “La gente se mata por conseguir una silla, es una jauría”, comentaban entre ellas.
La Sexta Sinfonía de Beethoven deja una certeza: este público, quizá por la edad, parece estar a salvo del mal del móvil. De la tiranía de ver la cultura a través de una pantalla. Excepto una loca que, en un alarde de temeridad, se agacha sobre su regazo y contesta una llamada: “No puedo hablar, te echo de menos”. Sus compañeros de fila la indultan, porque -como dice Savater- cuando el amor es amor, no te lo puedes quitar de encima.
En Noches en los jardines de España, de Falla, En el Generalife es en realidad la Alcazaba y el agua recorre todo el monumento y se traduce en un diálogo entre el piano de Miguel Ángel Acebo y la sección de cuerda de la OCAL. Tanto es así que el concertino de la formación, José Vélez, por momentos se eleva dando pequeños saltitos y el director, Michael Thomas, parece salir del piano de cola como la bailarina de un joyero.
En un programa dedicado a la tierra del indalo, y con tres solistas almerienses, no puede faltar una obra dedicada a nuestra luz, a nuestro sol. Así en O sole mio de Di Capua y Mazzucchi, el tenor Juan de Dios Mateos araña la primera gran ovación de la noche. Vestido de esmoquin, acude a su cita con la OCAL -una cita en la que solo se echa de menos a la luna- para regalar también Los pescadores de perlas de Bizet y Pobre Almería de Barbieri, esa pieza que se mandó componer a beneficio de los damnificados por las inundaciones de 1871 cuya partitura estuvo perdida.
La cosa no queda ahí. En el año de la capitalidad gastronómica, el chef Thomas se pone a los fogones con la alegre El buey sobre el tejado de Milhaud y dirige a la OCAL como si estuviera echando con desparpajo ingredientes a la olla. Es la alquimia de la cocina y queremos la receta. Porque a pesar de la sandía fresca repartida al principio por Grupo Caparrós, el hambre aprieta y sentimos tantos fuegos artificiales en la boca como hay en el corazón del cocinero.
Aún hay tiempo para que la bailaora Inés de Inés enamore repartiendo violetas mientras suena La violetera de Padilla y nos recuerde en uno de los bises a esa figura de gitanilla que permanecía encima de la tele en cada casa. Es el concierto de Feria de la OCAL -el mismo que vivió su punto álgido en 2016 con el programa Guerra y paz- y todo es posible. Incluso que en mitad del recital se coloque un sofá sobre el escenario y el presentador, Cristóbal Cervantes, se marque una entrevista. Hasta que 5.000 almerienses asistan a dos horas y media de música clásica.
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José Padilla