Además del afán, cada día tiene su mercadillo. Los domingos en Villaricos, sábados en Vera, los viernes en Garrucha, en Carboneras los jueves, los miércoles son de Mojácar, de Los Gallardos los martes, Huércal-Overa los lunes y así de seguido. Al mercadillo no se va para ir, se va para estar, para meterse de lleno en él, sumergirse, recrearse, tocar el género, embutirse en la bulla continua de idas y venidas de gente, para recibir el atropello con la posterior disculpa de una cara amable, para que a las mujeres de cualquier edad les digan guapas, para peregrinar el camino del dos por uno, del todo a un euro, de las avisadas imitaciones de grandes marcas, aquí no se engaña a nadie, están al día. No faltan prendas: camisas, polos, parcheadas con el cocodrilo o el jugador de polo a lomos de caballo. Gafas de sol, firma a escoger porque las hay de todas, y relojes, o sea, pelucones de mucha compostura en muñecas de influencers y deportistas, de las deportivas a los calzoncillos sin olvidar bolsos o carteras de ilustres firmas: ‘NIKE’ (pequeño defectillo en el ala de la diosa Niké), ‘CarolinaFerrera’, ‘Cchanel’, ‘Hermé’, ‘Buitton’, ‘DolceGusto’. Zapatos, zapatillas, botas, botines, calzado de diseño faltaría más. En los mercadillos te enseñan si quieres aprender algunos trucos: el principal, como ganarse el cocido. Para ello te venden con una ‘jartá’ de salero hasta lo que no usarás jamás. Las ofertas son tentadoras: lencería fina de mujer a un euro; tres pares de calcetines a euro y medio; dos pantalones de verano por cinco euros; en este plan.
Rebuscamos en los mercadillos la pieza única, la que nunca se va a encontrar, fundamentalmente porque estos mercadillos no son los mercadillos de las piezas ‘cool’, ahí pierdes la brújula en tanto aquí estás en lo tuyo. Aquí, de maldad la justa, la que uno esté dispuesto a pagar. Es un consuelo y una verdad. Según dónde se comience el recorrido del mercadillo, lo primero es la fruta, verdura, hortalizas, buenas y baratas al decir de los compradores. Después, gladiolos, orquídeas, ficus, kentias, lantanas, bambúes, se esparcen a lo largo de un césped artificial entre otros puestos de bisutería fina, frutos secos, dulces marroquíes y textil, mucho textil. Como el Cortinglés sin escaleras te dicen con el puesto por delante.
Dos de churros, uno con leche y un cortado. El camarero atiende amablemente el pedido de la pareja recién sentada en las sillas correspondientes a una de las mesas de la terraza instalada frente al puerto de la Esperanza de Villaricos. En la mesa contigua, una mujer de elegante ancianidad mueve su silla de ruedas hasta acomodarse de vista al mar. Su marido, supongo, recoge suavemente la funda de las gafas caída al suelo por descuido. Abajo, en el puerto, apenas hay movimiento; el ajetreo se pasea por entre las dos hileras de puestos y tenderetes.
En Vera, la comitiva de novios e invitados cruzan todo el mercadillo hasta alcanzar el Ayuntamiento. La gente aplaude, los contrayentes saludan, alguno de los convidados aparece en la ceremonia con una bolsa bajo el brazo. Algo ha caído, no ha podido aguantar la tentación. La mañana está cubierta de sol; los aromas de las especias de uno de los puestos del mercadillo se aferran al olfato, de algo más lejos, aunque totalmente perceptible, la mixtura se adoba con el aroma de los pollos asados.
Una señora de apariencia ‘britis’ empuja dos cochecitos de niño con dos criaturas en cada uno. Los bebés son rubios del rubio de los querubines rubios de Rafael, o sea, una monada de críos que centran la atención de todo el largo mercadillo de Garrucha. ¿Quién compra más, el turista o la gente de aquí? “El turista francés en Carboneras; el inglés en Mojácar y Garrucha. La gente de la comarca, pssshhhh, poco, la verdad que compra poco. Ya no podemos bajar más los precios”.
Este microcosmos de venta ambulante es plurinacional, multirracial, babélico. Desde el porteño ‘podés tocar sin aportar plata’, al multilingüismo ugandés, senegalés, maliense, bereber, inglés, francés, naturalmente el caló, y, alguna vez, a voces: “Pacoooo, ¿tienes cambio? ¿De cuánto? De cincuenta.
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