Los martes toca visita al hospital La Inmaculada, de Huércal-Overa. Es su contribución voluntaria, sincera, desde su integración en la I Promoción del Voluntariado del centro hospitalario. Su labor semanal trata de reconfortar a enfermos oncológicos, orientar a sus familias, hacer más llevadera la estancia hospitalaria, mediante su propia experiencia personal. Antes, cuando entonces, julio de 2013, Miguel Díaz Martínez frecuentó el mismo hospital. Sin pedir permiso, inquilinos de negra negrura se alojaron en algunos ganglios de su colon. Él intuía un tumor. Se lo confirmó sin anestesia previa, sin delicadeza por mejor decir, un médico ya casi en la anochecida: “¿no lo sabe?, lo que usted tiene es un cáncer y eso es malo”. Fue una explosión en su cerebro, un ‘gancho’ preciso en el mentón. El anochecer se hizo opaco, tomó el color negro de la renegrida confusión; el sabor en la boca era de pan quemado con vinagre; la mente giraba como una peonza. “Aquel médico totalmente falto de humanidad se me presentó como Lucifer con bata”. O como la Virgen, porque en ese momento Miguel tomó la decisión de luchar: “Miguel, esto no va a poder contigo”. No ha podido.
Antes de cuando entonces, Miguel lo tenía todo o eso pensaba: familia, empresa, música, tenis, creó la Asociación Amigos del Vino del Levante Almeriense, navegó con buen gobierno la crisis del 2008, escribía acerca del vino, poemas… Habría encajado como un personaje del Renacimiento. Ahora, después de cuando entonces, su vida ha adoptado otra conciencia de prioridades, ni mejor ni peor, otra. Así de simple, así de complejo.
Miguel Díaz Martínez es prolijo en su narración. Detalla fechas, pruebas médicas, diagnósticos, nombres, todo permanece en su memoria, nada queda fuera de su libro titulado ¡¿Si lo hubiera sabido antes?! Este hombre de casi dos metros de altura se quedó en sesenta kilos, perdió masa muscular. En la Unidad de Oncología de Almería le dieron 28 sesiones de radioterapia, pero no en 28 días sino en dos meses: en ocasiones se suspendían por avería de la máquina, en otras por la máquina en revisión, y el tumor seguía su curso, es decir, creciendo. La secuencia de radioterapia se combinó con la quimioterapia, era necesario reducir el tumor para operar. “El cirujano me dijo: cortaré, pegaré y a su casa, de esto nunca se resentirá. Acertó y hasta ahora”. Hasta ahora con paréntesis. El de la bolsa pegada al cuerpo durante un año, “era la bolsa o la vida con todos los inconvenientes de llevarla en el costado. Antes yo dormía de costado, con la bolsa debía hacerlo obligatoriamente boca arriba. Con todo, este era uno de los menores trastornos”. Nos situamos ya en diciembre de 2014. Es conveniente datar los distintos episodios porque hubo más.
Uno, por fuerza, ha de suponer el tremendo desgaste mental y físico de esta lucha cuerpo a cuerpo contra el cáncer. Aquí, la barba blanca echa un capote a los labios estremecidos, contraídos ligeramente, es la turbación legítima de quien rememora el sufrimiento, el suyo y el de cuantos estuvieron a su lado. “¡Cómo podría definírtelo! Hubo momentos de todo tipo, desde aquellos con la moral por los suelos, otros con un nudo en la garganta hasta conocer el resultado de cada prueba. Mira, tener miedo es inevitable. ¡Te cambia la vida! Asimilar esto cuesta, como cuesta entenderlo; es difícil aceptarlo. Intentas saber cómo lo vas a soportar. Son muchas dudas, muchas preguntas, no hay respuestas, hay miedo repito, impotencia, rabia, te rebelas contra todo. Aprendes a vivir solo el presente, tu estado anímico varía según cada nuevo resultado. Te queda el confiar en los médicos, en todo el personal sanitario, en tu mente y, si crees en algo más, pues también te encomiendas”.
Mientras se conversa con Miguel es imposible distanciarse de su impronta. Bajo la voz suave hay vehemencia. Sus palabras son tan directas como su mirada penetrante. El gesto de sus manos acentúa cada una de las amarguras vividas. Y va y te dice: “cuando crees haber superado el cáncer de colon viene la segunda parte: tras una revisión protocolaria detectan una metástasis en el hígado”. Si no fuera un asunto de gravedad harías un chiste, algo para quitar hierro, incluso para calmarse uno mismo, aliviar la tensión. Le operaron, una intervención quirúrgica de doce horas. Por si un aquel, la vesícula también se quedó en el quirófano.
Luego Miguel te cuenta como casi se asfixia al tragar una pastilla. Se repitió el suceso una vez más. Desde entonces, machaca los comprimidos en un mortero. “Tienes sensaciones extrañas, no le sacas sabor a nada, es terrible no poder coger un vaso de cristal, has de hacerlo con un papel porque se te resbala de las manos. No tienes hambre, pero he aplicado las cinco tomas al día, y así me voy manejando”. Miguel Díaz Martínez continúa su vida. Entre sus propósitos, el compromiso adquirido consigo mismo de ayudar como buenamente pueda a aquella buena gente en circunstancias parecidas o peores. Su libro ¡¿Si lo hubiera sabido antes!? muestra un capítulo de agradecimiento a cuantos profesionales sanitarios le han tratado en estos cinco últimos años, tanto en el hospital La Inmaculada, Torrecárdenas, El Toyo, el Ruiz de Alda de Granada y a los centros concertados de Huércal de Almería y de Huércal Overa, también al Centro de Salud de Cuevas del Almanzora. Naturalmente, no olvida a familia, empleados de su empresa, amigos…, es innumerable para su bien la lista.
Este libro escrito por un luchador es un mensaje de esperanza repleto de poemas y de citas y frases sobre la vida. Por si vale, aquí van algunas: ‘El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es una oportunidad’ (Víctor Hugo). ‘Si siempre es pronto para morir, que no se te haga tarde para vivir’ (Miguel Díaz). Esta conversación la hemos mantenido bajo techo, Miguel no debe tomar el sol. Esta conversación comenzó con un apretón de manos, la hemos sellado con un abrazo.
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