Eduardo del Pino
11:44 • 11 dic. 2011
Allí dentro siempre olía a niño recién nacido y a los embutidos que las familias de los internos colaban de contrabando por la puerta, en un tiempo en el que todavía no existían los vigilantes jurados y la gente daba por hecho que nada recuperaba más la salud que una buena tripa de morcilla.
Media Almería nació bajo su techo, con todos los cuidados médicos posibles, acabando con la tradición de que cada uno viniera al mundo en su casa sin más ayuda que la comadrona del barrio, como había ocurrido hasta entonces. Media Almería nació en el ‘18 de julio’ y otra media descubrió en aquel sanatorio al lado de la Rambla lo que era un dentista de verdad. Allí nos arreglaban los dientes y nos sacaban las muelas picadas, que después celebrábamos comiéndonos un helado por prescripción facultativa en el kiosco de enfrente.
La clínica del ‘18 de julio’ fue el primer sanatorio moderno que tuvimos en Almería, una obra mayor en los años de la posguerra que dotó a la ciudad de unas infraestructuras que no tenía el viejo Hospital Provincial. Se levantó junto a la Rambla, en una explanada pegada a la calle Santos Zárate, frente a la calle Paco Aquino, zona de expansión de la ciudad en terrenos que poco a poco se le habían ido ganando a la vega. En 1947 se aprobó el crédito para sus construcción y tardó más de dos años en construirse y en ponerse en funcionamiento. Era un espléndido edificio con todas las comodidades de los nuevos tiempos, incluyendo los nuevos aparatos de anestesia que fueron una revolución en la ciudad. La clínica tenía su capilla con la imagen de la Virgen de la Medalla Milagrosa, donde iban las mujeres a rezar y hacerle promesas a los santos a cambio de que le curaran la enfermedad a algún familiar.
A la sombra del sanatorio nació un pequeño kiosco que por su situación estratégica se convirtió en un lugar de reunión y en parada obligatoria de los familiares que tenían algún enfermo en el centro. Ocupaba la esquina de entrada a la plaza, lugar por donde pasaban a diario centenares de personas que iban y venían a la clínica. Quién no pasó por aquel chiringuito en un tiempo en el que la mayoría de los niños nacían en la Maternidad del ‘18 de julio’ y donde las consultas de la Seguridad Social estaban bajo el techo de aquel majestuoso edificio.
El quiosco fue un negocio obligado porque en aquel lugar de tanto paso y tanto poder de convocatoria, hacía falta un establecimiento para tomar un café o comerse un bocadillo. Por la mañana temprano, antes de que saliera el sol, el kiosco derramaba hacia la puerta y las ventanas del sanatorio un perfume a churros que resucitaba a un muerto.
Media Almería nació bajo su techo, con todos los cuidados médicos posibles, acabando con la tradición de que cada uno viniera al mundo en su casa sin más ayuda que la comadrona del barrio, como había ocurrido hasta entonces. Media Almería nació en el ‘18 de julio’ y otra media descubrió en aquel sanatorio al lado de la Rambla lo que era un dentista de verdad. Allí nos arreglaban los dientes y nos sacaban las muelas picadas, que después celebrábamos comiéndonos un helado por prescripción facultativa en el kiosco de enfrente.
La clínica del ‘18 de julio’ fue el primer sanatorio moderno que tuvimos en Almería, una obra mayor en los años de la posguerra que dotó a la ciudad de unas infraestructuras que no tenía el viejo Hospital Provincial. Se levantó junto a la Rambla, en una explanada pegada a la calle Santos Zárate, frente a la calle Paco Aquino, zona de expansión de la ciudad en terrenos que poco a poco se le habían ido ganando a la vega. En 1947 se aprobó el crédito para sus construcción y tardó más de dos años en construirse y en ponerse en funcionamiento. Era un espléndido edificio con todas las comodidades de los nuevos tiempos, incluyendo los nuevos aparatos de anestesia que fueron una revolución en la ciudad. La clínica tenía su capilla con la imagen de la Virgen de la Medalla Milagrosa, donde iban las mujeres a rezar y hacerle promesas a los santos a cambio de que le curaran la enfermedad a algún familiar.
A la sombra del sanatorio nació un pequeño kiosco que por su situación estratégica se convirtió en un lugar de reunión y en parada obligatoria de los familiares que tenían algún enfermo en el centro. Ocupaba la esquina de entrada a la plaza, lugar por donde pasaban a diario centenares de personas que iban y venían a la clínica. Quién no pasó por aquel chiringuito en un tiempo en el que la mayoría de los niños nacían en la Maternidad del ‘18 de julio’ y donde las consultas de la Seguridad Social estaban bajo el techo de aquel majestuoso edificio.
El quiosco fue un negocio obligado porque en aquel lugar de tanto paso y tanto poder de convocatoria, hacía falta un establecimiento para tomar un café o comerse un bocadillo. Por la mañana temprano, antes de que saliera el sol, el kiosco derramaba hacia la puerta y las ventanas del sanatorio un perfume a churros que resucitaba a un muerto.
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