Incertidumbre, respeto, cansancio, dudas… dentro de pocos días hará un año desde que muchas de las residencias de este país se cerraran a cal y canto contra la COVID-19. El personal y residentes de la Residencia de Mayores Ciudad de Adra pueden respirar más tranquilos, porque han recibido la segunda dosis de la vacuna y, en pocos días, alcanzarán la inmunidad.
Tienen la suerte y la alegría de decir que, desde que comenzara la pandemia, no se ha dado ni un sólo caso. “No podemos presumir de COVID 0, más que el azar ha sido el trabajo duro, la constancia y el sacrificio de todo el equipo los que han hecho que pueda darse esta circunstancia”, comenta María Luisa Berenguer, directora de la Residencia de Mayores Ciudad de Adra, gestionada por Clece.
Resiliencia
Desde el primer momento, los trabajadores de este centro no dudaron en ponerse manos a la obra y activar todos los medios posibles para minimizar el riesgo de contagio, hasta que por fin llegó el día en el que tanto ellos como los residentes recibieron la segunda dosis de la vacuna. María Luisa tiene muy claro qué responder ante este dato tan positivo: “tengo la suerte de tener un gran equipazo a mi lado” y no se refiere únicamente a los empleados que han estado al pie del cañón, sino también a “familiares, residentes, Ayuntamiento… sin todos ellos hubiera sido imposible llegar al momento al que hemos llegado”. El trabajo bien hecho y la colaboración han sido clave en este logro y es algo que afirma Manuel Cortés, alcalde de Adra, quien asegura además que aunque “es una situación para estar contentos, no debemos olvidar todo lo que hemos pasado” ni el esfuerzo realizado por el personal de Clece y por el propio Ayuntamiento. En este sentido, Cortés asegura que ha sido “fundamental” la comunicación constante entre consistorio y residencia.
No menos importante ha sido la colaboración de los familiares, quienes desde el primer momento comprendieron la situación, dispuestos a ayudar en todo lo que fuera necesario. Y no ha sido fácil, ya que, como confiesa María Jesús Santisteban, hija de Emilia Puga, una de las residentes, “hemos tenido miedo, claro, pero eso fue sólo al principio, porque durante todo este tiempo no faltó nunca una llamada dándonos información sobre cómo estaba mi madre, lo que hacían durante el día, qué medidas estaban poniendo en marcha... Ha sido duro, pero nos han tratado siempre con mucho cariño y compromiso”.
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