La nostalgia de Almería atraviesa el tiempo y las generaciones. El cielo luminoso, ese mar que daba la vida y podía también quitarla, su gente, sus costumbres... recuerdos convertidos en historias que aquellos que se vieron obligados a dejar sus pueblos y campos transmitieron a sus descendientes.
Esa memoria, nostalgia de una tierra que, aunque nunca vista, arraigó en la fértil imaginación de los hijos e hijas de los emigrados, se convirtió en semillas persistentes que terminaron dando sus frutos. Esta es la historia de una de esas niñas, y de cómo después de más de cien años y varios miles de kilómetros de distancia mediante, es posible seguir llevando a Carboneras en la sangre.
Rondaba el año 1918 cuando Francisco Ferre y María Aguado Belmonte se convirtieron en uno de tantos matrimonios almerienses que decidió tomar la que probablemente fue la decisión más difícil de su vida: saltar el charco para empezar una nueva vida en esa tierra prometida que entonces era 'La Argentina'.
Carbonera ella, nijareño él. Ambos sabían que el futuro era muy dudoso en la tierra que los había visto nacer. Una tierra en la que Francisco se afanaba de sol a sol cultivando patatas para poder mantener a su familia. En frente estaba siempre el mar, el luminoso mar de Almería, tan bello como peligroso.
El hermano y el padre de María, pescadores ambos, habían muerto peleando contra él para llevar el sustento a su casa, pero María tuvo el valor suficiente para enfrentarse una última vez contra ese monstruo que se había tragado a su familia., embarcándose en un transatlántico que la llevó junto a su marido a Suramérica. Fue el momento fundacional de una saga familiar que dura hasta hoy en día.
Se establecieron en San José de Balcarce, una ciudad del sur de la provincia de Buenos Aires. Uno de los ingresos económicos del municipio era y es la siembra de patatas, por lo que francisco encontró rápidamente un oficio. A partir de 1920 comenzaron a llegar los hijos. Francisco, Maria, José, Blas, Manuel y Josefa. La segunda, María Ferre, es, a su vez, la madre de la protagonista de esta historia.
No hay más que echar la vista atrás para darnos cuenta de lo poco que valoramos el bienestar, la seguridad y los derechos de los que hoy disfrutamos. Durante el embarazo de Josefa, muere Francisco por una causa tan incomprensible hoy en día como la infección de una herida. El agricultor nijareño no pudo disfrutar del lujo de envejecer rodeado de nietos en su nueva tierra y quizás volver algún día a su pueblo natal: un toro lo corneó en un campo cercano a Balcarce, truncando su futuro.
Noemí, su nieta (hija de María), tiene hoy 74 años. Nunca pudo disfrutar de la compañía de su abuelo, pero su abuela se convirtió, en su adolescencia, en su amiga y confidente. "Mi abuela murió en la ciudad de La Plata cuando yo tenía 17 años, siempre he sido gran confidente de ella, nuestras charlas nocturnas bajo el cielo estrellado en las noches de verano estaban inundadas de los recuerdos de esa abuela luchadora, que amaba tanto a su Almería, su gente, su mar, sus tradiciones. Vi cómo brillaban sus ojos al recordar y más de una vez secar sus lagrimas, me recitaba poemas, me cantaba canciones, me enseñó a tocar las castañuelas, me enseñó muchos refranes...", recuerda.
Todos esos recuerdos dejaron una huella indeleble en la joven Noemí, de forma que cuando creció no dudo en visitar, a la primera oportunidad, la España de las historias de su abuela. Hasta en cuatro ocasiones hizo el viaje inverso al que hicieron un día María Aguado y Francisco Ferre, para volver a la patria de sus ancestros.
"Sentí esta tierra siempre en mi sangre, porque sentía a mi 'abu' muy cerca de mí. Pero las cosas más fuertes las viví en Carboneras. Ese día el cielo estaba tan azul y limpio que era un espejo del mar, o el mar un espejo del cielo, el sol brillaba y me mostraba rincones maravillosos, y la gente que nos veía y preguntaba se daba cuenta de que estaba buscando a mi abuela", recuerda.
La admiración y el sentir de la tierra de sus abuelos no se quedó ahí, sino que terminó aflorando en forma de arte. A los 38 años Noemí comenzó a estudiar y bailar flamenco y, con el tiempo surgió el grupo de baile 'Sentires'. Todo un homenaje a sus raíces. El mar, el sol y el arte flamenco de Almería también quedaron grabados el día de la fundación del grupo, en el año 1996, en un poema:
En cada día bailado
crecemos un poco más,
los movimientos salen así...natural.
96 año intenso.
El bautismo de fuego, el nombre que nos presenta,
y la música que nos penetra, bulerías, seguirillas,
farrucas rumbas y sevillanas.
¡Y sevillanas! La fuente que nos calma la sed de
flamenco.
La luz que nos ilumina.
La líbido de nuestro cuerpo.
Flamenco que nos lleva;
dibujando en el aire con las manos,
con el cuerpo figuras que nos enlazan,
en el piso, mosaicos con mil matices de sentimientos.
Son Sentires...sentires del alma,
sentires del cuerpo,
sentires en movimiento.
Sentires, en definitiva, de una tierra que Noemí, ahora como abuela y matriarca de una familia numerosa, sigue llevando en el corazón y transmitiendo a las nuevas generaciones. "Dios quiera que pueda volver algún día. La pandemia y la enfermedad de mi esposo por ahora no lo permite, pero lo dejo en las manos del Señor".
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