Javier Adolfo Iglesias
21:20 • 04 feb. 2012
Las estrellas brillaban como témpanos la noche del pasado viernes. Y como todos los días a las diez dos equipos de voluntarios de Cruz Roja se preparan para iniciar una ruta solidaria que repiten tres veces a la semana. Son como cabalgatas de reyes mágicos que llevan sandwiches, magdalenas, mantas y café con leche a los que no tienen casa pero sí hogar en cualquier rincón insospechado de la ciudad.
“Vaya noche que he elegido para ser la primera”, afirma con entusiasmo y mucho frío Carlos Martínez, un delineante en paro que se metió a voluntario “para estar entretenido y no comerte el coco”. Irá de la mano de Juan Sánchez tapicero ya jubilado, quien será el conductor de la ruta de interior, en plena ciudad. El equipo lo completa Lucía y Sara Marto, una joven portuguesa.
Bravo 09 es su base en el puerto. En realidad es el rincón donde preparan su cargamento de la ayuda. Con sus propias manos hacen los emparedados y el café con leche que llevan en un gran termo con grifo...todo está contando, sin estar escritos cada uno de los emparedados lleva un nombre propio y una historia que desconocemos. A las once, los dos vehículos parten a hacer cada uno su ruta.
Son las once de la noche y Mauricio Egües lleva el mando de la ruta de la playa en Tango 011. Es celador sanitario en paro y un veterano en la Cruz Roja desde 2007. Como todos sus compañeros es voluntario y tampoco cobra, “gano la satisfaccion que me llevo a mi casa de ayudar a la gente”, afirma. Con Mauri vienen Moisés Heredia, un carpintero metálico que en cuanto vio venir la crisis de la construcción se sacó el título de Auxiliar de Enfermería. Lleva tres años de voluntario en Cruz Roja y está en paro. Junto a él, su prima Noemí y Marisa, una antigua peluquera que trabaja en ayuda a domicilio y que esta noche llevará el “mapa de vulnerabilidad”, la ruta y estadillo en el que cada beneficiario está apuntado.
Los indigentes no pagan IBI ni tasa de basura pero tienen domicilio: chalés abandonados, lonjas derruidas, antiguas casetas de luz o de agua, cortijos, chabolas de maderas...o una gran tubería de uralita abandonada. Los UMES lo saben y acuden al lugar exacto. Cuando el vehículo se acerca y toca el claxon como aviso, Fernando sale de su tubería con gran dignidad, recoge el lote de ayuda y se retira a su hogar tras dar las gracias. Es de los mayores y es español, aunque el desamparo no tiene nacionalidades, sólo vidas e historias personales. No todos son toxicómanos, aunque acuden de día a los centros de acogida de la propia Cruz Roja y el Ayuntamiento. Hay parejas, matrimonios solos y con hijos, como en la otra vida. Hay un padre magrebí con dos hijos, a los que cuida y ayuda a hacer los deberes de la escuela, aunque su hogar no tenga luz eléctrica.
Entre la playa y la Vega de Acá existe una ciudad alternativa que vive oculta a los ojos de los viandantes que pagan impuestos. Los voluntarios tienen su ley, no preguntar y no entrar en los hogares de sus “usuarios”. Los sin casa tienen la suya propia, “la ley okupa”, si dejas tu madriguera otro la puede ocupar.
Esta noche aparecen menos usuarios de lo habitual, será el frío, asegura Mauricio. En la playa suelen vivir casi una decena y esta noche solo hay uno. Cuando entregan el café, la mayoría no tarda en agarrar el vaso de plástico como si fuera el último calor de sus vidas.
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“Vaya noche que he elegido para ser la primera”, afirma con entusiasmo y mucho frío Carlos Martínez, un delineante en paro que se metió a voluntario “para estar entretenido y no comerte el coco”. Irá de la mano de Juan Sánchez tapicero ya jubilado, quien será el conductor de la ruta de interior, en plena ciudad. El equipo lo completa Lucía y Sara Marto, una joven portuguesa.
Bravo 09 es su base en el puerto. En realidad es el rincón donde preparan su cargamento de la ayuda. Con sus propias manos hacen los emparedados y el café con leche que llevan en un gran termo con grifo...todo está contando, sin estar escritos cada uno de los emparedados lleva un nombre propio y una historia que desconocemos. A las once, los dos vehículos parten a hacer cada uno su ruta.
Son las once de la noche y Mauricio Egües lleva el mando de la ruta de la playa en Tango 011. Es celador sanitario en paro y un veterano en la Cruz Roja desde 2007. Como todos sus compañeros es voluntario y tampoco cobra, “gano la satisfaccion que me llevo a mi casa de ayudar a la gente”, afirma. Con Mauri vienen Moisés Heredia, un carpintero metálico que en cuanto vio venir la crisis de la construcción se sacó el título de Auxiliar de Enfermería. Lleva tres años de voluntario en Cruz Roja y está en paro. Junto a él, su prima Noemí y Marisa, una antigua peluquera que trabaja en ayuda a domicilio y que esta noche llevará el “mapa de vulnerabilidad”, la ruta y estadillo en el que cada beneficiario está apuntado.
Los indigentes no pagan IBI ni tasa de basura pero tienen domicilio: chalés abandonados, lonjas derruidas, antiguas casetas de luz o de agua, cortijos, chabolas de maderas...o una gran tubería de uralita abandonada. Los UMES lo saben y acuden al lugar exacto. Cuando el vehículo se acerca y toca el claxon como aviso, Fernando sale de su tubería con gran dignidad, recoge el lote de ayuda y se retira a su hogar tras dar las gracias. Es de los mayores y es español, aunque el desamparo no tiene nacionalidades, sólo vidas e historias personales. No todos son toxicómanos, aunque acuden de día a los centros de acogida de la propia Cruz Roja y el Ayuntamiento. Hay parejas, matrimonios solos y con hijos, como en la otra vida. Hay un padre magrebí con dos hijos, a los que cuida y ayuda a hacer los deberes de la escuela, aunque su hogar no tenga luz eléctrica.
Entre la playa y la Vega de Acá existe una ciudad alternativa que vive oculta a los ojos de los viandantes que pagan impuestos. Los voluntarios tienen su ley, no preguntar y no entrar en los hogares de sus “usuarios”. Los sin casa tienen la suya propia, “la ley okupa”, si dejas tu madriguera otro la puede ocupar.
Esta noche aparecen menos usuarios de lo habitual, será el frío, asegura Mauricio. En la playa suelen vivir casi una decena y esta noche solo hay uno. Cuando entregan el café, la mayoría no tarda en agarrar el vaso de plástico como si fuera el último calor de sus vidas.
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