Manuel Leon
01:00 • 21 abr. 2012
Iban tomando mate y sin cinturón de seguridad en el auto, su viejo y su vieja, en el mejor coche de Comodoro, un Peugeot 504, serie 2000, color verde manzana. Salieron de madrugada, con el contable de la empresa, rumbo a Neuquén, a ver la primera concesión de Gas del Estado que le acaban de adjudicar.
Al padre se le cayó algo, se agachó y al incorporarse ya tenía un camión de frente encima. Pegó un volantazo y el auto empezó a hacer trompos. El papá y la mamá de Cristóbal salieron despedidos y el vehículo los aplastó. “A quien le tocaba hacer ese viaje era a mí”, confesaba Cristóbal López, el hijo de emigrantes almerienses años después, lleno de culpa, al periodista argentino Luis Majul. Pero su madre se empeñó: “¿acaso soy la esclava de la casa, no tengo derecho a pasear un poco con padre?”.
Era 1976 y el joven Cristóbal quedaba huérfano con 19 años, con una hermana, María José, y un millón de dólares en bienes que les legaban sus progenitores.
Su historia arranca cuando en 1949 embarca su padre, Cristóbal Manuel López, en el Puerto de Almería rumbo a La Argentina, huyendo de la escasez, del esparto, de las legañas, soñando con el trigo candeal que enviaba Evita a los españoles de postguerra y que veía en las imágenes del Nodo en el Hesperia. Enseguida empezó López a ‘laburar’: tenía que juntar plata para mandarle el pasaje a su mujer que se había quedado en Almería. A los pocos meses se instalaron en San Rafael, Mendoza y en 1952 ya tenía el emigrante almeriense un almacén de forrajería y criadero de ganado que se convirtió en el más próspero de La Patagonia. Después, empezó a transportar combustible del Gobierno con sus camiones. Cristóbal hijo se empleoó en trabajar como repartidor de pollos del criadero de su padre en 1971. Tenía entonces 15 años y un domingo que su padre jugaba a las cartas con el gerente del Banco Nación, le pidió un crédito para comprar una camioneta; él banquero le contestó: “si te lo firma tu padre, lo tienes asegurado”. Su padre le asignó el mejor recorrido y empezó a ganar un buen dinero. Pero con 17 años, el viejo le exigió que dejara el reparto en carretera para aprender a administrar la empresa.
Los negocios de los gallegos almerienses crecían deprisa. López hijo preguntó a su padre si era un ascenso y éste le contestó que sí; “Cuanto me vas a pagar” le preguntó y le respondió: “el mínimo establecido”. Cristóbalito comparó sueldo y se le vino el mundo encima en su entendimiento juvenil; iba a salir perdiendo y hasta pensó en amotinarse y abandonar el hogar paterno con sus ahorros. Al poco se produjo el accidente y entonces comprendió las razones de su padre.
Después del triste suceso, estuvo un año sin hablar con nadie, hasta que empezó a salir adelante de nuevo. En 1980 creó Clear, recolectora de basuras de su ciudad, después una constructora y obtuvo la concesión de los camines Scania y Toyota. En 1991 ganó la primera concesión del casino de Comodoro y fundó la empresa Casino Club. Estaba empezando a poner los remaches de su imperio, que, en homenaje a la tierra de sus padres, lleva por nombre Grupo Indalo, una de las mayores corporaciones empresariales americanas con más de 20.000 empleados y 5.000 millones de dólares de facturación (diez veces más que Cosentino).
Una de sus más rutilantes operaciones la realizó precisamente con Almería Austral -otra guiño a sus orígenes- una compañía de servicios petrolíferos y perforaciones en Río Gallegos, que vendió a un competidor quien pagó cinco veces su valor por sacar al almeriense del mercado. Pero, como una hormiguita, siguió dando rienda suelta a su ingenio para los negocios.
En 1998 conoció a Nestor Kirchner, patagónico también y gobernador entonces de Santa Cruz. Le echó una mano en una adjudicación para perforar unos pozos de petróleo y Cristóbal, agradecido nunca lo olvidó. Cuatro años más tarde, ese gobernador, con el que había intimado junto a su mujer Cristina, se convirtió en el presidente del país.
A partir de ahí empezó a crecer su aureola
Al padre se le cayó algo, se agachó y al incorporarse ya tenía un camión de frente encima. Pegó un volantazo y el auto empezó a hacer trompos. El papá y la mamá de Cristóbal salieron despedidos y el vehículo los aplastó. “A quien le tocaba hacer ese viaje era a mí”, confesaba Cristóbal López, el hijo de emigrantes almerienses años después, lleno de culpa, al periodista argentino Luis Majul. Pero su madre se empeñó: “¿acaso soy la esclava de la casa, no tengo derecho a pasear un poco con padre?”.
Era 1976 y el joven Cristóbal quedaba huérfano con 19 años, con una hermana, María José, y un millón de dólares en bienes que les legaban sus progenitores.
Su historia arranca cuando en 1949 embarca su padre, Cristóbal Manuel López, en el Puerto de Almería rumbo a La Argentina, huyendo de la escasez, del esparto, de las legañas, soñando con el trigo candeal que enviaba Evita a los españoles de postguerra y que veía en las imágenes del Nodo en el Hesperia. Enseguida empezó López a ‘laburar’: tenía que juntar plata para mandarle el pasaje a su mujer que se había quedado en Almería. A los pocos meses se instalaron en San Rafael, Mendoza y en 1952 ya tenía el emigrante almeriense un almacén de forrajería y criadero de ganado que se convirtió en el más próspero de La Patagonia. Después, empezó a transportar combustible del Gobierno con sus camiones. Cristóbal hijo se empleoó en trabajar como repartidor de pollos del criadero de su padre en 1971. Tenía entonces 15 años y un domingo que su padre jugaba a las cartas con el gerente del Banco Nación, le pidió un crédito para comprar una camioneta; él banquero le contestó: “si te lo firma tu padre, lo tienes asegurado”. Su padre le asignó el mejor recorrido y empezó a ganar un buen dinero. Pero con 17 años, el viejo le exigió que dejara el reparto en carretera para aprender a administrar la empresa.
Los negocios de los gallegos almerienses crecían deprisa. López hijo preguntó a su padre si era un ascenso y éste le contestó que sí; “Cuanto me vas a pagar” le preguntó y le respondió: “el mínimo establecido”. Cristóbalito comparó sueldo y se le vino el mundo encima en su entendimiento juvenil; iba a salir perdiendo y hasta pensó en amotinarse y abandonar el hogar paterno con sus ahorros. Al poco se produjo el accidente y entonces comprendió las razones de su padre.
Después del triste suceso, estuvo un año sin hablar con nadie, hasta que empezó a salir adelante de nuevo. En 1980 creó Clear, recolectora de basuras de su ciudad, después una constructora y obtuvo la concesión de los camines Scania y Toyota. En 1991 ganó la primera concesión del casino de Comodoro y fundó la empresa Casino Club. Estaba empezando a poner los remaches de su imperio, que, en homenaje a la tierra de sus padres, lleva por nombre Grupo Indalo, una de las mayores corporaciones empresariales americanas con más de 20.000 empleados y 5.000 millones de dólares de facturación (diez veces más que Cosentino).
Una de sus más rutilantes operaciones la realizó precisamente con Almería Austral -otra guiño a sus orígenes- una compañía de servicios petrolíferos y perforaciones en Río Gallegos, que vendió a un competidor quien pagó cinco veces su valor por sacar al almeriense del mercado. Pero, como una hormiguita, siguió dando rienda suelta a su ingenio para los negocios.
En 1998 conoció a Nestor Kirchner, patagónico también y gobernador entonces de Santa Cruz. Le echó una mano en una adjudicación para perforar unos pozos de petróleo y Cristóbal, agradecido nunca lo olvidó. Cuatro años más tarde, ese gobernador, con el que había intimado junto a su mujer Cristina, se convirtió en el presidente del país.
A partir de ahí empezó a crecer su aureola
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