Manuel Leon
01:00 • 09 may. 2012
Cuartillas, un caserío humilde, ceniciento, que mira a las cumbres de Mojácar, es un lugar donde se ha detenido el tiempo. Allí se retuercen los perros al sol y los tractores, brillantes de rocío en otro tiempo, acumulan moho y telerañas. Hay motos sin ruedas abandonadas y casas derruidas con vanos pequeños y puertas arrancadas. Es como un viaje al pasado, a unas calles cuarteadas de espliego y girasoles, donde niñas con trenzas jugaron a la comba; o niños rurales, con las mejillas rojas por la leche ordeñada, conducían aros y bailaban trompos.
Cuartillas, un pago que emociona solo de verlo por lo que uno intuye que fue, tiene aún algún hálito de vida: el que el proporcionan Juan Grima y su hermano Pedro, ganaderos, que mantienen a las madre y a las crías de cerdo en un cebadero que tiene más de 300 años; donde se han engordado berracos de más de diez generaciones, desde antes de que Napoleón nos invadiera. Juan tiene la mirada castigada de tanto mirar al sol; tiene las manos grandes y la tranquilidad rural de los hombres de antes. Allí vivieron sus padres y sus abuelos y allí, a Cuartillas, sigue acudiendo cada tarde a dar de comer a los cerdos y a las gallinas. Otro vecino sobrevive vendiendo leche de las cabras que aún apacenta. Al lado vive una veterinaria alemana, desde hace ya muchos años, asaeteada por una torreta de alta tensión.
Cuartillas mira al cerro de Mojacar sin envidia por la altura, situada en el mapa junto al Corral Hernando, La Alberquilla y otros pagos mojaqueros y turreros.
Está a solo diez minutos del pueblo en caballería, atravesandos campos de brócolis y naranjos. Cuartillas es un oasis de paz, donde se puede ver declinar el sol como desde la mismísima Alhambra. Es como si nada ocurriera, porque ya ha ocurrido todo lo que tenía que ocurrir, como en la Comala de Juan Rulfo.
En Cuartillas perviven las ruinas de la ermita, donde hubo un san Antón que se lo llevaron de improviso a Cataluña. Bien está que volviera, dicen los vecinos. Está también aún el esqueleto de la tienda de comestibles de Juana Ruiz y la escuela, donde la maestra doña Isabel enseñaba la lección a las niñas de los alrededores. Un día pasó por allí la Virgen de Fátima en romería, con todos los aldeanos en el camino. Aún cuando uno pasa por allí resuenan todas esas voces de la Cuartillas que ya se fue.
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