Adra

Aquellas tardes en el Miramar

Hoy en día, los más creyentes siguen donde estaban: fieles a sí mismos y a su equipo

Fotografía del Miramar de Adra a finales de los años 50.
Fotografía del Miramar de Adra a finales de los años 50. La Voz
Pepe Cazorla
18:27 • 08 jun. 2024 / actualizado a las 19:59 • 15 jun. 2024

Parece como si las urgencias del presente hubiesen devorado la historia. Aquellos partidos coincidían con una grada norte de Miramar donde los aficionados llegaban a hacer sus propias necesidades, ante la imposibilidad de moverse o salir. 



Sí, en esa grada en la que hoy en día un asiento es ocupado por un solo aficionado, entonces, había tres apelotados. Es más, la semana previa antes de un clásico frente al Almería, eran declarados ‘festivos’ por petición popular. 



El día de partido se enarbolaban pancartas pintadas en rojo que rezaban: ¡Queremos goles o sangre! Tampoco es para asustarse, en Adra nunca hemos tenido cementerio particular de contrarios o árbitros, y eso, que las gradas del Miramar se convertían en un volcán inquieto a punto de su erupción estallando al final de pasiones y fútbol. 



Eran agrandadas tardes de veloces aventuras por la banda con el ala mortal Antón-Lopera. El mejor volante de la categoría, Quesada, los goles de Joaquín, el portero Bermúdez, Ortiz, Zuázua, Remacho, Jorge, Barranco, Miñi, Paquito, Valiente, García Vida, Miguel, Martín… El escudo, la camiseta, la imagen, la dignidad, el orgullo, la honradez, el amor propio, el carácter, la afición, la historia. 



Con un máximo porcentaje de estos valores, toda la plantilla del Adra CF, cumplieron obligatoriamente el guión. La euforia era compartida. No había fórmula mágica, la clave fue la unión del vestuario. No en vano, el Miramar presenció dos partidos de promoción a Segunda División (llenos históricos) en un intervalo de tan solo tres temporadas.  En ambas, llegaron numerosas peticiones de localidades a la Secretaria del club abderitano: de Málaga, Sevilla, Granada, Jaén Albacete o Murcia.



Por un lado, Joaquín Vázquez, el presidente, que fue un notable empresario de la ciudad, consiguió que el equipo hiciera historia e inyectó ilusión a los aficionados. Atrajo hacia el fútbol la mirada del tejido empresarial de la ciudad para ayudar al relanzamiento del equipo, con una campaña de captación de masa social que bautizó “Operación 5.000 socios”.  Fue un éxito sobrepasado con una ayuda económica extra por cada caja de pescado o verduras que iría a engrosar las arcas del club. 



La afición futbolística de Adra, vivía la satisfacción propia del triunfo clamoroso de su equipo. La expansión de la entidad deportiva era constante y crecía de forma vertiginosa. El griterío hacía hervir la grada entera con partidos electrizantes y sin pausas, en dónde los aficionados, no llegaban a ver la camiseta de los contrarios. 



El público puesto en pie les tributaba una apoteósica ovación, mientras en los alrededores del campo se escuchaban el retumbar de potentes e interminables tracas. Aquello sí que era una gozada. Goles, goles, y más goles. Goles maravillosos. Goles y buen juego. Porque el Adra jugaba en Tercera, pero tenía un equipo de Segunda, y de los buenos. 


Las alineaciones eran recitadas de carrerilla una y otra vez en cada rincón o reunión de Adra. Era evidente que el club representaba la hegemonía social del fútbol local. El profundo delirio que despertó su juego de conjunto, le hizo ser un equipo muy significativo por sus triunfos consecutivos en toda Almería. 


Con ellos, con todos, cautivaron a los aficionados que tuvieron la suerte de presenciar su fútbol. Sería difícil biológicamente encontrar una explicación a esa fiebre futbolística impregnada por el paso del tiempo en la Santa Sede del Miramar


Es digno de estudio. Miramar vestía sus mejores galas y sus santos devotos, arropaban al equipo abderitano hasta alcanzar otra onda superior. Sabían sufrir y a nadie se le escapaba que sí la plantilla o el cuerpo técnico llegaban a estar de diez, la afición lo haría de once. Cualquier síntoma de debilidad en el Miramar se pagaba antes con goleadas o con una derrota moderada si el cerrojazo aguantaba durante un buen número de minutos. 


El Adra era un dios vertical en su Miramar. En ese campo que sigue impresionando, un recinto que sobrecoge por su cuerpo monumental, por esa ingente historia que late en la atmósfera. En cada pistoletazo de arranque de liga, Miramar, se convertía en un hervidero de aficionados procedentes de lugares como Granada, Málaga y Almería. 


La capacidad de 3.500 espectadores, llegaba a cuadruplicar con creces con el atiborrado de forofos sentados en sus murallas. Unos encuentros que eran marcados en el calendario el mismo día del sorteo: CD Málaga, Hércules, Albacete, Melilla, Ceuta, Jaén, Recreativo de Huelva o Algeciras entre otros, desfilaban saltando al terreno de juego apareciendo al trote desde aquél túnel, muy parecido al del “Tren de la bruja” y donde los locales querían aniquilarlos a escobazos limpios. Aquello era el delirio…chaquetas, sombreros y bastones por los aires a cada gol donde el balón, mucho antes del éxtasis, ya pintaba a rojizo. 


Una larga lista de futbolistas debutó en Miramar de Adra, como Julián Rubio (Albacete Balompié) o Castellanos (CD Manchego), éste último, seria internacional con la Selección Española A, años después. 

Aquella delantera…Antón, Lopera, Joaquín, Barranco y Valiente, se hizo famosa y aun hoy los aficionados, jóvenes entonces, la recuerdan y anhelan, gozando como delantera legendaria. 


Nunca hasta entonces, Adra, fue tanta capital futbolística. Hoy en día los que son más creyentes siguen donde estaban: fieles a sí mismos y a su equipo en el Santuario, unidos, a un sentimiento que hoy necesita más protección y cariño que nunca, para que a las venideras generaciones les inculquemos lo que es amar a un club.



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