A las cinco de la mañana hay noches en que la luna asoma su redondez por el Cabo. A esa hora de laudes, como en los conventos de clausura, se levanta Josefa de la cama. Mira por el ventanal. La noche aún es cerrada, pero el alba está cerca. A la hora del desayuno, el sol empieza a despuntar por el faro. Josefa Ropero Fortes, 91 años, es la ‘alcaldesa de Las Salinas’.
Esta semana vivía el “mejor momento” de su vida. La otra alcaldesa, María del Mar Vázquez, le agraciaba con el Escudo de Oro de la ciudad. A la hora de la entrevista, viernes a las seis de la tarde, un autobús cargado de invitados pasa justo en frente del banco de su casa, al lado de la Iglesia. Hay una boda. Todos los días hay flashes, frames, productores, guionistas, románticos, acaramelados, niñas de Comunión y turistas que buscan la foto pintoresca. Esta mujer despierta y cariñosa, que ha sido extra en rodajes, amiga de actrices y gentes de verbena, abre su casa al mundo. Su estación es el verano de la gente que anhela un trozo de cielo en la tierra. Nació allí. En el mismo sitio desde donde habla. Salinera, hija de salineras, vive junto a otras 50 o 60 personas en una de las 27 casas del poblado construido hace más de un siglo.
Escudo de oro. Qué sintió.
Se me puso la lengua que no podía ni decir una palabra. Solo dar las gracias. No lo esperaba. Ha sido una sorpresa. Fue el día más feliz de toda mi vida.
Cómo fue eso de ser amiga de cineastas, cantantes, gentes de la farándula…
He trabajado con muchos directores en un pilón de películas. En mi casa tengo muchas fotos con la gente del cine.
Se hizo amiga de Javier Cámara y Jorge Sanz durante el rodaje de ‘Vivir es fácil con los ojos cerrados’. Sanz, que tenía mucho tiempo libre pues solo salía en un par de escenas, se iba a su casa a tomar café y a fumarse sus cigarros. Josefa también le daba al tabaco hasta hace poco. Participó en ‘Toro’, de Kike Maíllo, y ayudó en decenas de videoclips, anuncios, cortos, largos y cualquier obra audiovisual…
Su último rodaje.
Fue con Chanel hace un año. Salí de lejos en el vídeo. Estuvo en mi casa y me dio un abrazo. Los del cine han sido mi familia desde hace más de 60 años. En el primer rodaje del que yo me acuerdo había unos caballos y se escaparon. Pensábamos que íbamos a morir.
Nació aquí mismo.
En el sitio donde estoy hablando. Fue una aficionada quien ayudó a mi madre. Mis padres trabajaban en las salinas y me casé con un hombre que también laboraba aquí. Llegamos a vivir en el pueblo ciento y pico personas, pero las máquinas fueron…
Las máquinas…
Entonces trabajábamos con pala y suela. Se traía la sal en mulos con vagones. Había un taller, una carpintería, un economato… Lo teníamos todo…
Ha sido hasta practicante, dentista…
Si me llamaban los vecinos a las dos de la mañana para poner una inyección, yo iba. Y si había que sacar un diente a un niño, también.
Una estación…
El verano. Hay gente que va y viene. El invierno es muy triste.
Habla y siempre ríe.
Es mi carácter. No me quejo nunca. Estoy en el banco y la gente se para y yo los atiendo. Si he tenido que regañar a alguien, lo he hecho. Si veo que tiran mal la basura, la recojo yo.
Veranos al fresco en la calle. No se deben perder nunca.
Mis vecinas me buscan. Me dicen que les doy alegría. Me voy a cascar con ellas.
Se casó ahí al lado.
En esta iglesia. Es preciosa. Voy a misa todos los domingos. Es una monería.
Una comida salinera.
Un arroz con nuestra mejor sal.
Se quedó sin estudiar.
-Ay, no. Eso me ha faltado. Las maestras se quedaban en Almería. A las niñas nos faltaba la escuela. A los niños, no. Por eso, he procurado dar estudios a mis hijos. Mi nieta es dentista. Trabaja en Francia.
Ha sentido miedo alguna vez al ver el mar furioso tan cerca…
Nunca. Y he visto llegar el agua a mi puerta. El poniente. Me gusta ver el agua brava.
Dibuje un amanecer.
Precioso. A las cinco se ve la luna hermosa desde mi casa. Y luego, el sol que nace. Quien no lo ha visto, no lo sabe.
Cómo vivió la avería que impidió la llegada de agua al humedal. Muchas aves muertas.
Me gustan los animales. Tengo ahí una pila de pajarillos. Cuando las salinas se quedaron sin agua, yo lloraba como si me hubiera pasado algo a mí.
Josefa solloza. Se emociona otra vez. Le duele el humedal y su vida. Es la suya.
Usted es la mujer del banco.
Sí, siempre estoy aquí. Como mi casa está tan cerca… Salgo a caminar hasta la iglesia y luego vuelvo a mi casa. Poco. No puedo más.
Josefa nació y morirá en su casa. Bueno, en realidad jamás se irá. Ha pasado por la vida tendiendo puentes, esbozando sonrisas, abriendo puertas. Es agradecida, empática, dicharachera. Ama su terruño y la historia de un Cabo que mima la sal desde los fenicios. La sal de los romanos y sus conservas. La de los árabes y los piratas filibusteros. La de Felipe II y su control de la producción. La sal que en 1872 pasa a particulares tras siglos en manos del Estado. La sal que hizo vecindad: en 1907 se inauguró el poblado. La que propició el nacimiento, con la familia Acosta, de la sociedad Las Salinas de Almería. Esa que, con el tiempo, cambió el ajetreo de las mulas por las dichosas máquinas. Y con las máquinas llegó el éxodo. Pero quedaron las casas. Y las familias. Y después, el cine y el turismo.
En el mejor sitio del Mediterráneo, el cloruro sódico, esas piedras preciosas, brota en los suelos húmedos y volcánicos del Cabo soñando con ser, como Jesucristo, la sal que sala la tierra.
Recta infinita del Cabo. Un tallo de iglesia. Un par de caravanas. Una moto, despacio. Al fondo, la alcaldesa. En su banco.
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