La fiesta de la trilla en Laujar

La fiesta de la trilla en Laujar

Manuel Leon
13:32 • 20 jul. 2012

Aprendió de chavea a segar, a   trillar y a aventar la mies como el que aprende a montar en bicicleta. Y como todas las cosas que se aprenden de niño, por mucho que pasen los años, nunca se olvidan. Cristóbal Pérez, laujareño  de pro, levanta la horca para aventar el grano con la precisión numismática de un cirujano, como lo hacía su padre y el padre de su padre. Por los dientes de acero se cuela la paja ligera que formará monte independiente del grano de trigo, dispuesta para ser acarreada a los corrales.
Aún llega la fiesta de la trilla a algunas zonas rurales almerienses, aunque sea más por capricho que por necesidad. Allí en las eras alpujarreñas, por el mes de junio y julio, se conserva aún, como una reliquia, esta  práctica ancestral que culmina  con el horneo del pan redondo de trigo candeal. En los ojos entornados por el sol de Cristóbal Pérez, se aprecia el orgullo de seguir practicando un rito milenario; la responsabilidad de llevar a buen término un ciclo que comenzó muchos meses antes con la siembra de la simiente; la satisfacción del trabajo bien hecho que servirá para llenar las trojes y los graneros de abundante grano. La era de Cristóbal, junto al Almirez, junto a las casas perdidas en mitad de la montaña, junto a vides y olivos bíblicos, bajo la altura de los castaños y nogales, se infló este año, como todos los años, de la parva amarilla y mullida como algodón.
Espectadores y turistas mirando la escena de los mulos y los rulos ultrajando el esplendor de las espigas; los últimos borbotones de una tradición campesina que se hunde en la noche de los tiempos en tierra de moriscos. Amaneció el día de la trilla con calima y con el sonido de las chicharras en ese páramo laujareño, tantas veces cantado por Villaespesa y se fue animando la mañana con la fría cuerva manufacturada en la cocina del cortijo. Y el cereal, barcinado tras la siega y extendido para ser triturado por la yunta.
Aún conserva el valle de Laujar de Andarax ese punto andalusí  como fielato de las Alpujarras, con una arquitectura recoleta, con un agua fresca que baja por meandros desde la cumbre para regar almendros y olivos; aún conserva Laujar hombres -brazos de hombre- como los de Cristóbal dispuestos a coger la horca para aventar la mies, para lanzarla al viento que se cuela por la sierra, como hacía su padre y el padre de su padre.







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