El Puche, contra el gran reinado de la basura

El Puche, contra el gran reinado de la basura

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20:50 • 07 oct. 2012

El mercado de fin de semana del Puche muestra claramente las dos caras de la basura. Como recurso, sostiene a un comercio marginal del que sobrevive cada vez más gente. Como contaminante, tiene sumido a este barrio almeriense en una crisis de saneamiento que evoca una plaga bíblica o, como dicen los vecinos, “todas juntas a la vez”.
Juan, puchero de toda la vida y veterano activista “por un barrio mejor”, según dice, lidera una campaña para parar un mercado que él mismo ayudó a poner en marcha hace ya casi dos años. Entonces la idea le pareció buena para el barrio y para todos. Las condiciones eran perfectas: una multitud de profesionales peinando contenedores de basura en los barrios de clase media, más una hectárea de descampado resultante de la demolición de una sección del Puche Viejo.
El enclave, céntrico y marginal al mismo tiempo, no tardó en atraer a vendedores y clientes de toda la ciudad y de comarcas adyacentes. Pero el éxito inicial se vio enseguida empañado por un problema de actitud que no ha hecho sino agravarse: muchos comerciantes tienen la costumbre de desentenderse de la abundante mercancía no vendida, dejándola tirada en el suelo. Otros, algo más “sensibles”, la arrojan directamente al Andarax.
El mercado y los contenedores
Poco después de que arranque el mercado, Juan y su convecino Jamal van de puesto en puesto proponiendo una idea: a dos euros por puesto, un grupo de jóvenes con carromatos puede encargarse de organizar la basura que sobre para su recogida. Los vendedores se muestran concienciados del problema, hasta consternados, pero a la hora de la verdad nadie da un céntimo. La ausencia total de contenedores tampoco ayuda.
Al cierre del mercado, el descampado es otra vez un reguero de residuos, incluso orgánicos. De hecho, este mercado da también para hacer la compra: carne, pescado y vegetales al borde de la caducidad, y hasta para poner una granja: aves de todo tipo, cabras, ovejas, conejos. Juan señala disgustado al suelo, hacia los pestilentes fluídos de una furgoneta de pescado que ya no está. Polvorientas rachas de Levante empujan los restos hacia los edificios de viviendas. Ambos vecinos admiten la verdadera lacra del barrio, su miserable cultura social, pero por mucho "que se les de por imposible", afirman, no les gusta ver a sus hijos "expuestos a que les muerda una rata o algo peor, sin que se haga algo al respecto". Además, añade Juan, el ayuntamiento "lleva ya tiempo informado".
Con todo, el tema traspasa de largo los límites del ayuntamiento. Sólo hay que asomarse al Andarax para entenderlo: un vertedero inmundo esperando a que la próxima riada lo disperse en la inmensa bahía.


TEXTO Y FOTO: FRANCISCO LAGUERA







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