Estudió Fisioterapia en Granada y no lo hizo como el resto. Mientras sus compañeros leían libros de texto, la almeriense Gloria Navarrete Olmedo escuchaba las grabaciones que su padre, farmacéutico en Berja, le había preparado. Y es que esta profesional sanitaria es invidente. Una discapacidad que no le resta un ápice de profesionalidad.
De hecho, está preparando su acreditación como profesional de calidad, igual que lo hace el resto. Y todo, gracias a un programa de la Consejería de Salud de la Junta de Andalucía dirigido a los sanitarios invidentes. Navarrete inició esta acreditación hace unos años. Ahora espera que los informáticos de Torrecárdenas y los de la ONCE acaben de adaptar su ordenador para mejorar su trabajo.
Un trabajo, el de fisioterapeuta, que realiza igual que cualquier otro compañero. Y no lo dice sólo ella, también sus compañeros. “Me cuidan”, reconoce Gloria que, a sus 43 años, vive totalmente independiente. “Me gusta el cine, me encanta la ropa y también ir a la playa”, asegura esta mujer que fija fácilmente la mirada en su interlocutor.
“Quizá el hecho de no haber sido ciega hasta pasados los 20 años, me permita actuar de forma diferente a quienes son invidentes de nacimiento”, razona. Y es que no es la primera vez que sus pacientes se percatan de su ceguera después de varias sesiones.
“Sí es cierto que me ayudo de las madres de los niños que veo ahora en Rehabilitación Infantil para que me den datos que necesito y no puedo ver. Para lo demás me manejo estupendamente”, insiste.
Eso sí, cuando el usuario le dice: “Me duele aquí”, ella necesita “un poquito más de información”, bromea. De hecho, este tipo de situaciones le hacen sonreír.
“Nunca he tenido problemas con los pacientes y ahora, con los niños mucho menos”, explica. Claro que para Gloria Navarrete el cambio que su unidad de Rehabilitación ha hecho de Torrecárdenas a la Bola Azul, le ha costado algo más. “Me he tenido que adaptar al espacio, tuve que hacer el viaje en autobús varios días antes para conocer las paradas y poder recorrer el trayecto hasta aquí”.
No lo hace sola, su perra-guía le acompaña y le da “mucha seguridad”. “Con el bastón no acabo de sentirme igual”, aclara, a la par que anima a cualquier persona ciega vivir “como cualquier otro”.
“Yo soy normalita y he conseguido una carrera universitaria y sacar una plaza en el hospital”, asegura. Para los niños ciegos que ha atendido es “mucho más que normal”.
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