Comentaban los mayores del lugar que cuando el marqués de Almanzora llegaba al poblado por un lado, la marquesa salía por otro. Un chascarrillo que ha sido recordado durante décadas y que servía para describir el ímpetu de una de sus vecinas más ilustres.
Catalina Casanova y Navarro (Cuevas del Almanzora, 1831-1914), condesa de la Algaida y marquesa consorte de Almanzora, destilaba poder y generosidad a partes iguales. Fue la marquesa del pueblo para los vecinos de la barriada cantoriana y del Valle que dio nombre a su título. El eco de sus acciones solidarias resonaba de un rincón a otro de la cuenca del Almanzora cada vez que Catalina visitaba una de sus fincas repartidas entre el Levante y el Almanzora.
Desde Cuevas del Almanzora hasta Tíjola, todos sabían de la marquesa. En 1901 repartió 3.000 panes en Garrucha (donde la iglesia reservaba una capilla para los marqueses) para familias necesitadas. También cedió junto al todopoderoso marqués, Antonio Abellán Peñuela, los terrenos para la construcción de la estación de ferrocarril, que a la postre sería una de las más transitadas de la provincia.
Generosidad e influencia De igual modo, la marquesa compró las estanterías para el gabinete de Física y Química del colegio de Cuevas del Almanzora, costándole este gesto 2.000 pesetas, una nada desdeñable cantidad. Aunque que si algo le sobraba a la marquesa era generosidad... y dinero. Se estipulaba que el matrimonio podía ingresar 25.000 pesetas mensuales. Una fortuna para los años a caballo entre el siglo XIX y XX.
Porque, a pesar de todo, la marquesa era una noble. A falta de años para que apareciera Coco Chanel y cuando pocos sabían de la moda parisina, Catalina ya viajaba a la capital gala para ir a la última. Tenía que deslumbrar en los bailes a los que acudía la alta sociedad y que celebraba en su palacete de la calle Leganitos, en Madrid. Las relaciones con gente influyente y la voluntad les permitieron hacer un poco menos pobre Almanzora y su Valle. Por no decir que fueron pieza clave en el desarrollo de la comarca. Eso sí, si alguien esperaba con ansias la visita de la marquesa eran los más jóvenes. Durante sus estancias en el Palacio del Almanzora, la marquesa repartía caramelos y refrescos desde un balcón a los pequeños que se agolpaban debajo.
Lo hacía desde un balcón que escondía a sus espaldas el Salón de las Conspiraciones. Haciendo honor a su nombre, en esa sala el marqués bendecía o echaba por tierra nombramientos políticos. Pero esas cuatro paredes guardaron más secretos, como las reuniones en las que el marqués consiguió que el tren llegara al Almanzora en lugar de Los Vélez, con todo lo que esto supuso para el desarrollo de la minería en el Valle. Incluso logró cambiar el trazado para que pasara por delante de su palacio en lugar de por Albox. Literalmente. Todo en la misma habitación desde cuyo balcón la marquesa obsequiaba a sus paisanos, retrato del rol que cumplía con eficacia cada cónyuge.
Uno en el control del poder político y económico, otra repartiendo buena parte de los ingresos en obras caritativas y donaciones para la educación o sanidad, ya que hasta su muerte sustentó con 250 pesetas anuales el hospital de Cuevas del Almanzora.
Caridad En el pueblo cuevano recordaron durante un buen tiempo la ayuda que prestó a los damnificados por las inundaciones de 1879. Entre sus acciones también destacan las inversiones para mantener el patrimonio monumental en pueblos del marquesado. Tal era la influencia de los primeros marqueses que su poder propició escenas napoleónicas en la
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