Antas

Las burritas que trajeron los Reyes

Cuidar a los animales es un trabajo más en el día a día, “pero se hace con gusto”, dice el abuelo

Los Reyes Magos se encargaron de traer a Castaña, que ya tiene siete años, después Platera llegó para hacerle compañía.
Los Reyes Magos se encargaron de traer a Castaña, que ya tiene siete años, después Platera llegó para hacerle compañía.
Josefina Guerrero
11:00 • 02 ene. 2016

Ana y Miguel no van a casa de sus abuelos sin acercarse a ver a sus animales. A ellos los Reyes Magos no sólo les traen juguetes, sino que cuando era pequeña, a Ana le trajeron a Castaña, un bonito ejemplar de burra, sobre el que ella y su hermano pasean cuando su abuelo y su padre pueden ayudarles. Pero Castaña, que ya tiene siete años, no es la única burrita que hay en casa, años después, para que no estuviera sola, llegó Platera, de cuatro, la burrita del pequeño de la casa, Miguel.




Sin duda, los burros tienen algo de entrañable y  despierta ternura en cualquiera que se acerca a ellos, más aún cuando se trata de algo que recuerda a la niñez, como ocurre con Manuel, el abuelo de estos dos pequeños, que no está dispuesto a que sus nietos se vean privados de algo que considera un privilegio. Pese a que es mucho el trabajo el que dan todos los días, “se hace con mucho gusto”. Ahora en invierno la tarea de es más fácil, pero en verano, “todo el día hay que ir cambiándolas de sitio, en busca de una buena sombra”.




Afición
Desde que prácticamente sabe andar, Ana ha conocido de cerca la afición que a su abuelo le llega desde que era un niño. Junto a su hermano, acompañan al abuelo a recoger a las burras “y cuando están en la cuadra nos deja acariciarlas un ratito”.




Hay que tratarlas con cariño y cuidarlas mucho, es la gran enseñanza que los abuelos quieren transmitir a sus nietos. Pero además, ante las dudas que se plantean sobre las burritas  los pequeños lo tienen claro. Así, por ejemplo,  Ana afirma que las herraduras sirven “como zapatos, para que no se hundan en la tierra y para que no les hagan daño los bichos”.




Lejos están los tiempos en los que las burras eran animales de carga; hoy día, los dos ejemplares que tiene Manuel pastan tranquilamente durante horas e, incluso, hay que luchar contra los kilos de más para que puedan tener borriquitos en el futuro, por lo que de vez en cuando, también pasean junto a su amo por los caminos del pueblo.




En extinción
Solo tres son los ejemplares de burros que quedan en un pueblo tan vinculado a la agricultura como Antas. Se han recuperado así los rebuzno, algo que antes era habitual. Hoy día son propiedad de algunos “melancólicos” de la vida agreste de antaño, con espacio y tiempo para tener a animales que hace no tantas décadas eran medio de transporte, ayuda en el campo y transporte de carga.




Desde que era como sus propios nietos, Manuel ha estado siempre cerca de burros. Para él era un día especial cuando subido a lomos de las bestias, sus padres bajaban desde Sierra Cabrera al mercado de Turre todas las semanas con la recolecta en las “aguaeras”.




 



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