Un viaje en busca de la ‘tierra de las maravillas’

José González se adentra en una historia tejida con hebras de 19 municipios

El autor firmando ejemplares de una de sus composiciones anteriores.
El autor firmando ejemplares de una de sus composiciones anteriores.
Manuel León
01:00 • 23 mar. 2016

Lleva miles de años ahí, con las mismas palmeras, los mismos montes, las mismas bahías sin nenúfares. Está donde tiene que estar, en  una esquina del mundo civilizado, agazapada entre Cabrera y Almagrera, entre el Cabo de Agata y las cuevas arcillosas -como la oquedad del cántaro de una mojaquera- de Terreros. Es la tierra del Levante almeriense, ese territorio arisco, desnudo, que a Goytisolo, a Delamarre y a Cook cautivó. 




El autor de este libro no es  un viajero de esos contornos, un trashumante de veredas entre Cuevas y Vera, entre Sorbas y Lubrín. No. José González -Pepe el de Piedad para los lugareños- no va por allí con cantimplora y esparteñas. No. El autor de estos relatos, de esta nueva  mirada a una tierra desheredada de todo -excepto de higueras y algarrobos- tiene allí solaz y  hacienda. 




Allí nació, en Turre, bajo el báculo de San Francisco, y allí sigue  anclado, por mucho que se aleje como un argonauta. José González nos regala para la posteridad, algo que no tiene  precio: una nueva mirada de esos campos, de esas olas, de esos cortijos, de esas gentes de ojos marchitos por el sol. 




Lo hace desde sus adentros, desde el afecto que imprime el conocimiento de lo que se narra, de lo que se canta. Se ha inventado Pepe el de Piedad, el farmacéutico turrero, el diligente gestor de laboratorios, una pócima mágica, para que los que son, como los que no son de allí, sientan un poco más esa tierra alejada del mundanal ruido. Nos trae, como un terral, “Viaje al Levante Almeriense. La Axarquía otras posibilidades”: 112 relatos telegráficos, como los que aventaba en sus inicios García Márquez, el hijo del telegrafista de Aracataca, como los que gastaba Neruda en sus cuartillas de Isla  Negra; unos chispazos entrañables, mecidos, como un balandro en la playa de La Garrucha, por 37 fotografías genuinas de Domingo Leyva.




No se puede pedir más, o quizá solo un poco más, a una gavilla de relatos estructurados en 22 capítulos en los que aparecen retazos, esquinas, rostros, horizontes, de 19 municipios de ese andurrial levantino, al que, inevitablemente, uno termina queriendo sin querer. 




El autor viaja, como el que recorre el pasillo de su casa, pero con unos ojos nuevos, ese viaje que uno emprende como el que persigue un sueño, como Javier Reverte por el corazón de Africa, como Leguineche por la Manila que  nos trajo el mantón. Como se aventuraba el veneciano Marco Polo pensando en “buscar maravillas”. José no ha salido de su casa y ha escrito un libro de relatos oceánico, una narración fabulosa de guiños, que sirve -nos sirve- como el mejor alimento de los sueños. 




En la Fuente morisca de Turre recién ungida, con el rumor del agua, con cantaores y bailaoras del Turre Viejo, el autor presentará el Sábado de Gloria  este librito de microrrelatos, estas píldoras de felicidad para todo el que las quiera emplear, esta historia cuajada de hitos sentimentales del Levante almeriense. 




El Pósito de pescadores y el Puente Vaquero 
El marinero labrador de Pulpí, el Pozo del Esparto de Cuevas, el Viernes Santo en la Glorieta de Vera, el Pósito de Pescadores de Garrucha, Las Alparatas de Mojácar, la jacaranda de Turre, el Puente Vaquero de Los Gallardos, son algunos de los hitos que se esconden en los mensajes que lanza José González dentro de una botella, esperando encontrar a un lector en cualquier orilla que se precie. Viaje al Levante Almeriense, editado por Arráez Editores y Kos, viene a completar otras obras anteriores del autor como Ajuste de Cuentos, Cuando el corazón es un ciervo fatigado o Lo que queda entre el aire y la ceniza.



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