Llegar a la tercera ciudad más grande de la India, Bangalore, tras un largo viaje desde Almería, supone sobrevolar varios mares y continentes, para por fin aterrizar sobre un antiguo anhelo. Hace más de diez años escuchaba por primera vez a alguien hablar sobre un exjesuita, que había decidido despojarse del hábito para gritar que la pobreza no hay que comprenderla, sino erradicarla. El mensaje era antiguo, pero llegaba nuevo a aquel salón abarrotado de mujeres almerienses, cuando por primera vez recibí imágenes del proyecto: Mujer a Mujer en la India.
La Fundación Vicente Ferrer
A principios del siglo XXI muchos estábamos sensibilizados con el fenómeno de las ONG en el mundo, participábamos activamente de la idea de erradicar la pobreza extrema allí donde se produjese. Pero, existían varios factores que estaban calando de manera eficaz en España con respecto a esta, todos ellos sustentados en una especie de Moisés con DNI español, Vicente Ferrer, que llevaba décadas trabajando en una zona concreta de la India. Ese hombre y su esposa, Vicente y Anna, habían entendido y puesto en práctica el Humanismo, ofreciendo al prójimo el camino de la Providencia, sin tocar ni religión ni política, tan solo construyendo un camino de dignidad con la implicación activa de la población. Creer que alguien con nombre y apellido lo estaba consiguiendo, era el primer acto de fe que hice en aquel salón de moqueta verde, donde nos proyectaron imágenes de las brillantes sonrisas de la India. Por ellas estábamos en el Campus número uno de la Fundación Vicente Ferrer. Pisar su tierra roja y entrar en un estado de felicidad permanente fue todo uno. Además la película de Vicente Ferrer vista in situ y releer el libro de Anna Ferrer, Un pacto de amor, me situaba en el punto de partida en el que se encontraba esta pareja de locos en los años sesenta, cuando llegaron al entonces desierto de Anantapur, una de las zonas más pobres del planeta, plagada de supersticiones y sectarismos sociales.
Moncho Ferrer, pilar de futuro
Pero en noviembre del 2016 Vicente ya no está, o mejor dicho, lo sobrevuela todo y vive dentro de muchos, capitaneados por su esposa y su hijo. Fue él, Moncho Ferrer, quien nos cogió de la mano con la sencillez del hombre bueno y sabio en que se ha convertido, aquél que se ha forjado dentro del milagro y no ha perdido el tiempo. Fuimos cada día de esa semana visitando una parte de la transformación social que compone la gran transformación del distrito de Anantapur y que arropa ya a 3,5 millones de personas. La educación igualitaria entre géneros, la sanidad gratuita para los más necesitados, la inserción social de los discapacitados, los talleres de mujeres incluidos en la Red internacional del Comercio Justo… todo ello se nos mostraba como el cimiento palpable de su felicidad. Porque no existe desarrollo real, al menos que todas las mujeres progresen y consigan la igualdad en todas las facetas de la vida. Y alumbrar, apoyar a la luz del hogar, como llamaba Vicente a las mujeres, está constituyendo la primera gran revolución en este país.
Las mujeres indias
Nacer en la India como mujer sigue suponiendo una pesada carga familiar, fundamentalmente porque pervive la ley no escrita, pero plenamente vigente, de las dotes. Cuando un matrimonio tiene una hija, ya sabe que tendrá que desembolsar un dinero para poder casarla. Una tasa que fluctúa en función de la casta a la que se pertenezca. Por tanto, una hija supone de partida un gasto y un hijo supone una inversión, ya que la familia del esposo obtiene una criada para la casa, la nuera, además de aportar un dinero extra.
El mundo rural sigue funcionando de manera medieval en los sitios donde aún no ha llegado la Fundación. Es decir, existe un cacique local, dueño de los terrenos de la comarca, que acapara toda la mano de obra masculina para su hacienda. Además el señor feudal alimentaba a sus obreros y familiares, vertiendo la comida hirviendo en sus manos o, si no soportaban las quemaduras, comían del suelo. Por tanto, pervive un segmento de seres humanos en la India, que no tienen derecho a nada, y que son vejados por sistema: los Intocables. Para más inri, era costumbre que los hombres se gastaran su pequeño jornal en partidas de cartas y alcohol, asfixiando aún más la situación de extrema pobreza.
Esto es lo que encuentra Vicente Ferrer, acuciado por una pertinaz sequía, la cual azota a una población, abocada a una muerte agónica desde el nacimiento. Y asumiendo la responsabilidad de un gobierno, Vicente y Anna empiezan desde cero a cambiarlo todo: cavan pozos, cultivan otras plantas más rentables, crean hospitales, escuelas… todo…
La auténtica revolución
Pero sin duda hay un punto de inflexión, de afianzamiento en el cambio social: cuando se promociona el asociacionismo femenino. Comienza a prender la auténtica luz. Esto ocurre hacia el 2004. La Fundación les presta el dinero a ellas, el cual deben devolver a plazos y sin intereses, para comprar una búfala o unas cabras a las que sacarle rendimiento. Cuando ellas aportan un sueldo digno a la familia, obtienen su respeto. Entonces la Fundación pasa a otra fase en la que les ofrece una casa a su nombre, hecha por sus maridos y vecinos como mano de obra. Y todo con el complemento de educación y sanidad para la comunidad.
Anantapur sonríe
Y este es el mesiánico giro social conseguido en los últimos quince años. Dignidad allí donde reinaba la muerte y el sufrimiento a sus anchas de generación en generación. Hoy, muchos de aquellos pueblos de sombras lucen llenos de niños y niñas limpios de todas las edades saliendo de la escuela; mujeres enfundadas con sus mejores saris, acuden a recibirnos con collares de flores y ungüentos para cada uno de nosotros, en esos días de la semana más emotiva de mi vida. Los hombres también participan activamente de la fiesta y del cambio. Algunos españoles que vamos en los grupos a inaugurar casas con Moncho Ferrer, dicen entre dientes sentirse abrumados al ser recibidos como dioses; quieren huir de tanto amor y agradecimiento, porque no pueden asimilar que con una cantidad insignificante para nuestras economías, que oscila entre 10 y 20 euros al mes, se haya producido el milagro. Yo me dejo querer, empatizo con su felicidad y solo quiero abrazarlos, besarlos, fundirme con ellos en ese entusiasmo vital tan perdido en nuestro mundo occidental.
70.000 casas construidas, cuatro hospitales comarcales, escuelas y universidad para todas las castas, educación para discapacitados, mujeres con un suelo digno…comida vegetariana, música, bailes tribales de enorme belleza…Toqué la alegría de vivir, la de sentarse en el suelo y andar descalza…
La Europa hueca
Y era inevitable comparar todo con España, con Europa, y tener sentimientos encontrados. Lo más amargo, constatar la pérdida de nuestro mundo rural, tan vacío de niños. Entonces, por las noches, que fueron bastante insomnes, quise ser Vicente o Anna para saber qué contéstame a la gran pregunta de vuelta: ¿cómo ayudar a mi entorno, ante la incertidumbre de una sociedad envejecida en cuerpo y alma, perdida entre su autosuficiencia y sus sectarismos, tan enraizados como los indios?
Españoles en búsqueda
Todos los españoles que conocimos en el Campus, con los que comíamos y cenábamos en animadas charlas de hermanamiento patrio, fueron fuente del vasto enriquecimiento humano. Gente interesantísima que estaba como nosotros allí en modo búsqueda, muchos de ellos sin pensamientos de volver a casa o con intención de escapar de ella, a falta de sintonía con nuestro mundo conocido.
Anna Ferrer está precisamente estos días en España celebrando el 20 aniversario de la Fundación en nuestro país y fue la única pena, no poderla conocer en su casa.
Al despedirme abracé con auténtico pesar al Anantapur de la sonrisa, a Moncho y a sus pilares más importantes, a aquellos niños de segunda generación que crecieron juntos para convertirse hoy en trabajadores incansables por la igualdad de oportunidades, a los españoles del Campus. Recibí de todos ellos una lección sobre qué es la felicidad y para qué sirve el dinero.
El color, el olor, el arte, el tráfico apabullante y sin embargo la ausencia de conflicto pase lo que pase, el devenir lento del tiempo, la caída de la rupia… el Indian style se me pegó a la piel…
Hoy sigo paseando entre los grillos nocturnos de la India, con mi mente insomne llena de muchas más preguntas que antes, porque parte de mí se quedó allí, en la ciudad del Infinito, Anantapur, el reino de los sueños imposibles donde pervive un dios verdadero.
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