El Kommando Poschacher

La vida de cuatro almerienses cambió un 24 de agosto de 1939

Félix Quesada, Manuel Cortés, Rafael Castillo y Jacinto Cortés.
Félix Quesada, Manuel Cortés, Rafael Castillo y Jacinto Cortés. La Voz
Juan Francisco Colomina
07:00 • 24 feb. 2020

El convoy de Angulema



24 de agosto de 1940. Angulema, Francia. Félix Quesada (Serón, 1926) y los hermanos Jacinto (Pechina, 1923) y Manuel Cortés (Pechina, 1925) son trasladados desde sus centros de alojamiento hasta la estación de ferrocarril. Al llegar encuentran que la SS y la Gestapo están dando órdenes a la policía francesa. No saben a dónde van. Algunas autoridades franquistas les han asegurado a sus padres que van de vuelta a España. La inseguridad se apodera de ellos, y aunque ya no son unos críos, la protección de sus padres les tranquiliza un poco.



Félix tiene apenas 14 años, Manuel 15 y Jacinto, el mayor, 17. Tanto Jacinto como Manuel huyeron de España en febrero de 1939 junto a sus padres, Francisco y Carmen, y sus hermanos Ángeles, Aurora, Ángel y José. Toda la familia fue traslada desde Port-Bou hasta Angulema. Allí permanecerán hasta aquel 24 de agosto de 1940. Por su parte, Félix marchará al exilio junto a su madre Encarnación y sus hermanos Violeta y Encarni. Sus vidas entre febrero de 1939 y agosto de 1940 transcurren sin muchos sobresaltos salvo los propios de encontrarse exiliados y sin saber qué destino tendrían. La claudicación de las tropas francesas en junio les sume en un mar de temores.



¿Qué serán de ellos? Las comunicaciones entre los exiliados no auguran buenas noticias desde España: la represión que el gobierno franquista contra los derrotados está siendo más brutal que durante la propia guerra. Huir a México es una opción bastante seria pero la dificultad de adquirir un pasaje para tantos miembros de la familia se está haciendo muy difícil. Nunca pudieron llegar a esa opción. Angulema quedó bajo control de las tropas nazis y el gobierno franquista, desde el ministerio de Exteriores con Serrano Súñer, no los reconocerá como españoles. Aun así, les mienten y les dice que al bajar del tren pisarían suelo español. No tiene opción. Aquel 24 de agosto de 1939 sus vidas cambiarían por completo. Tras varios días hacinados en los vagones lo que verían sus ojos no serían las tierras de España sino una larga fila de guardias de la SS con aterradores perros que les enseña las mandíbulas. Acababan de llegar a Mauthausen.




La llegada a Mauthausen



Tras bajarse del tren Félix, Jacinto y Manuel son separados de sus padres. Las mujeres son devueltas al tren; ellos, pese a ser menores de edad, son encerrados en el campo. Nunca más verían a sus madres ni hermanas: desde Mauthausen son devueltas de nuevo a Francia y de allí partirían a España. Qué fue de ellas es algo que desconocemos. Nada más llegar al campo son desnudados y despojados de las pocas pertenencias que llevan en su poder. Tras ponerse la ropa que les proporciona los kapos se les borda en la chaqueta un triángulo azul con un S en su interior: son Spanier, una categoría más de deportados. A Félix se le borda el número 3854. A Jacinto y a Manuel los números 3889 y 3825, respectivamente. Entre agosto de 1940 y primeros de 1942 conocerán la muerte, el hambre, el trabajo forzado, las palizas y, en definitiva, el terror en las canteras del campo, donde miles y miles de deportados perdieron la vida, entre ellos José (Pechina, 1913), el hermano mayor de Jacinto y Manuel, fallecido un 25 de septiembre de 1941. 



Anton Poschacher 



Pero en los campos de concentración y exterminio no solo hubo muerte, sino que también hubo mucho negocio. Las SS crearon un amplio sistema que suministraba trabajadores a las empresas y empresarios que colaboraban con el régimen nazi. Uno de aquellos empresarios fue Anton Poschacher, que poseía una pequeña cantera entre el campo y el pueblo de Mauthausen. Poschacher “contrató” con la SS una compañía de 42 trabajadores españoles menores de edad para trabajar en sus canteras. Y allí fueron a pasar Félix, Jacinto y Manuel y otro almeriense, Rafael Castillo Díaz (Doña María, 1923), que provenía de Trier. Los cuatros, junto a los otros 38 compatriotas españoles, iban y venían del campo a la cantera cada día. Las condiciones, como podemos imaginar, eran terribles, aunque no tanto como en el interior del campo. Esas idas y venidas les permitía cierta libertad y comunicación con otros miembros de los campos. La proximidad con el pueblo desmiente que la población alemana fuera ignorante con lo que pasaba en los campos de exterminio. Si bien quizás no eran conscientes de la terrible mortandad ni de las condiciones de los internos, sí que eran conocedores de la existencia de lugares donde mucha gente, especialmente judíos y enemigos de régimen nazi, eran internados. 


FracescBoix, el fotógrafo de Mauthausen

Hace algo más de un año se estrenaba en España la película “El fotógrafo de Mauthausen”. Protagonizada por Mario Casas, el actor se metía en la piel del célebre fotógrafo catalán y narraba las peripecias que hizo él y un puñado de internos para intentar sacar los negativos de las fotografías de los miles de internos que habían ido llegado al campo austríaco. Tras varios intentos infructuosos que se saldó con la muerte de varios deportados, uno de ellos pudo sacar esos negativos del campo y esconderlos. Según narra Benito Bermejo y Sandra Checa, aquel héroe fue nuestro Jacinto Cortés, que, junto a José Grau, pudieron entregar las latas a Anna Pointner, que las custodió hasta que Boix pudo recuperarlas y mostrarlas en los Juicios de Núremberg contra la jerarquía nazi. Gracias a Boix, Grau y Cortés, y a tantos otros, el horror de Mauthausen pudo conocerse a través de las imágenes que el fotógrafo catalán había ido tomando a lo largo de los años de encierro. 


Supervivientes

Los 42 integrantes del “Kommando Poschacher” fueron liberados en noviembre de 1944. Al no ser considerados elementos peligrosos pudieron “disfrutar” de una cierta libertad fuera del campo. Félix Quesada murió en Antibes, Francia, en 2005. Manuel, tras la liberación, se trasladó unos años a Francia para marchar a Polonia en los años 50. Se graduó en Ingeniería, formó una familia y se repatrió a Gijón, donde acabaría falleciendo en los años 70. Su hermano Jacinto falleció el 2 de septiembre de 2003. Se casó con Severina y vivió discretamente en Francia. De Rafael Castillo se nos pierde la pista tras salir de Mauthausen. Todos ellos fueron víctimas de una cruel guerra civil, conocieron las penurias en Francia y el horror en Austria. Sus memorias, muchas de ellas rescatadas, nos recuerda que el horror que surge de lo más profundo del ser humano es mucho más terrible que la peor de las pesadillas que podamos tener. En el año que se cumplen 75 años de la liberación de los distintos campos de concentración y exterminio nazis convendría rescatar sus historias para que las nuevas generaciones, por lo general olvidadizas, sepan que el infierno existió. Y existe. 


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