Las palabras importan, pero dar ejemplo importa más

A las puertas del 8M, seguimos necesitando un poco más de sororidad

La sororidad es hoy más importante que nunca.
La sororidad es hoy más importante que nunca. La Voz
Laura Marcilla
13:01 • 06 mar. 2020

Aunque no tengo todo el tiempo que me gustaría para seguir los debates de actualidad, hay algunos temas que no es posible ignorar (a menos que se viva en una cueva). Sin buscarlo muy activamente, es fácil mantenerse al día sobre la situación del coronavirus. También sin grandes esfuerzos se encuentran noticias que anuncian la cercanía del Día de la Mujer. Y, como no creo que pueda aportar nada útil en torno al primer tema, me voy a quedar con el segundo para la columna de hoy.




Antes de continuar, he de admitir que me cuesta bastante hablar sobre feminismo en un lugar donde pueda leerme mucha gente. Estoy acostumbrada a compartir datos basados en la evidencia científica, de tal manera que no son meras opiniones, sino hechos contrastados.



En un ámbito tan susceptible de causar polémica como es la sexología, trabajar desde el conocimiento científico es un escudo para protegernos de los ataques a nuestra profesión o a nuestra profesionalidad. A lo largo de mi formación, me han transmitido la importancia de que la sexología sea feminista, de ponernos las gafas de la perspectiva de género antes de analizar cualquier situación y ser conscientes de que el factor “género” suele condicionar la cuestión con la que tenemos que trabajar. El género, por suerte o por desgracia, lo atraviesa todo en nuestra sociedad. El ejemplo más evidente que se me ocurre es la violencia de género. No creo que sea posible intervenir de forma adecuada con víctimas o con agresores sin incluir una aproximación feminista.




Me etiqueto orgullosamente como feminista, pero sigo teniendo muchas opiniones en construcción o en revisión, detecto contradicciones en mis propios argumentos internos y dudo mucho antes de hacer afirmaciones tajantes al respecto. Porque soy consciente de la responsabilidad que hay tras cualquier mensaje que se vierte públicamente y que, aunque todos tenemos derecho a cambiar de opinión, las palabras importan y no siempre se pueden retirar sin más.




Sin embargo, en las redes sociales, parece que las palabras no pesan tanto. Observo muchos debates virtuales en los que se recurre al insulto con demasiada facilidad, como si detrás de ese avatar y ese nombre de usuario no hubiera una persona real. Por supuesto que también hay conversaciones respetuosas y enriquecedoras, pero las otras hacen más ruido.




A veces, en estas interacciones, la falta de respeto no aparece en forma de palabras malsonantes. Se puede tener un discurso intelectual y académico, muchos conocimientos y muchos libros leídos a las espaldas y, no obstante, mostrar actitudes carentes de todo respeto. Desde los púlpitos de la superioridad moral y la condescendencia también se puede ofender.




Y me duele cuando el blanco de esa ira son mujeres (últimamente, muchas mujeres trans, a quienes se les niega su identidad), y me duele más todavía si las personas detrás de esos mensajes son también mujeres, cuando deberíamos estar luchando codo con codo contra las desigualdades en lugar de las unas contra las otras. En cambio, la sororidad brilla por su ausencia.




No hace falta entender el significado de la palabra sororidad para intuir que así no se avanza. Mucho antes de conocer esa palabra o recibir ninguna enseñanza formal al respecto, yo ya había aprendido de feminismo (sin saberlo) gracias a las mujeres de mi vida. Gracias a mis dos abuelas, que ya en su época fueron mujeres trabajadoras y con las que tuve la suerte de pasar la mayor parte de mi infancia.


Gracias a mi madre, que fue madre soltera en los 90 (cuando era aún más complicado que ahora), que me inculcó la importancia de la independencia y que, si bien no siempre ha estado de acuerdo con todas mis decisiones, jamás ha dejado de apoyarme en ellas. Todas las mujeres de mi familia, sin palabras específicas, me transmitieron que yo podría hacer lo que quisiera, que mi valor como persona no

dependía de mi género. Y me enseñaron, por encima de todo, la importancia del respeto.


Todo ello lo aprendí con su ejemplo, no con sus palabras. Porque las palabras importan, pero dar ejemplo importa más y, sin ello, los discursos se quedan vacíos.


Laura Marcilla es sexóloga.


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