Le confiesa Celia Viñas a su alumno predilecto, Gabriel Espinar: “Hay que ser optimistas y alegres por deber, por cariño hacia los demás. Yo tengo incluso el hábito de disimular los dolores físicos para no apenar a los demás”.
Certificado de su muerte
El propio Dr. Cristóbal Gómez Romero me certifica la muerte de Celia Viñas en informe que copio literalmente: “Hago constar que en el mes de junio del año 1954 intervine de una miomatosis múltiple a Dª. Celia Viñas Olivella, practicándole la enucleación de varios miomas de tamaño variable que oscilaban entre los tres y diez centímetros de diámetro; que, debido a la intensa hemorragia que se presentó después de esta intervención, me vi precisado a proceder a una reintervención y practicarle una histerectomía con transfusiones de sangre; que se presentó en el curso postoperatorio un trastorno de diátesis hemorrágica con falta de coagulación sanguínea, dando lugar a hematurias e incluso gastrorragias, etc. que produjeron el fallecimiento de la enferma a pesar de los tratamientos que se pusieron con objeto de superar esta gravísima e inesperada complicación. Durante mi asistencia sí puedo asegurar que no había embarazo. Almería, a uno de diciembre de 1982. Firmado: Cristóbal Gómez Romero”. (Recogido en Galera, F. (1991): Vida y obra de Celia Viñas, IEA, p. 65).
Celia Viñas fue un valor probado, auténtico, que dejó en Almería una forma de ser y trajo un aire de libertad vital, rompiendo moldes pedagógicos y culturales y abriendo caminos de inquietud artística y literaria a nuestra ciudad hacia otros puntos de la geografía nacional. Marcó una época en la historia de Almería. Fue una persona excepcional por su manera de ser y actuar. Por las cosas que decía y cómo las decía. Por lo que enseñaba y cómo lo enseñaba. Por las cartas que escribía, por los artículos que publicaba, por las obras de teatro que montaba, por las emisiones de radio que dirigía y, en definitiva, por las numerosas actividades en que intervenía de una forma directa o indirecta.
Para un mejor conocimiento de esta figura, remito al lector a las Cartas de Celia Viñas a su familia, Volumen I y II (IEA, Diputación Provincial de Almería, 2015 y 2019).
Elige la vacante de Almería, tras obtener plaza de cátedra de Lengua y Literatura de Instituto con el número uno, a donde llega el ocho de marzo de 1943. (“Aquella primera noche en Almería, día 8 de marzo, me enteré de muchas cosas del Instituto que tenían forzosamente que interesarme...”).
Y en esta ciudad, Almería, murió el 21 de junio de 1954, a las tres y quince de la tarde, al complicarse la intervención quirúrgica, al tercer día, en la habitación número dieciocho del, ya desaparecido, sanatorio del Dr. Domingo Artés Guirado, junto al colegio de la Salle, para extirparle una serie de nódulos miomatosos que le impedían realizar el sueño de su vida: tener un hijo. (“Para no ser madre, prefiero no vivir” había escrito). Exigió al médico y gran amigo de Celia y Arturo, doctor Cristóbal Gómez Romero, en el que tenían plena confianza, el compromiso verbal de respetarle la matriz salvo en el caso de que peligrase su vida. Cuando se debatía, con reposo absoluto en cama, entre embarazo, sí; embarazo, no, escribe: “¿Os imagináis a Celia metida en cama y completamente inmóvil dos meses o más?... Son malas temporadillas que el Señor envía para que la miel de la felicidad no empalague demasiado la boca y el paladar…”. El propio doctor Gómez Romero me dijo, en una conversación a finales de noviembre de 1982 en su sanatorio de Los Ángeles, que le había detectado un útero grande, lo que, unido a sus alternancias y retrasos menstruales, planteaba la duda de un posible embarazo. En una posterior consulta, más minuciosa y profunda, le detecta que no hay tal posible embarazo, sino la presencia de unos cuantos nódulos.
Guardó reposo aquejada de prolongadas hemorragias, acariciando, como algo real en su vientre, ese niño que pudo ser y no fue ya que solo existiría en su ilusión de ser madre. Le escribe a Pepita Carretero: “Ahora estoy viviendo yo una realidad que si no la pienso, se me escapa, ¿cómo sé yo que voy a tener un hijo si no lo pienso? Ningún puñito rosado está golpeando, ni he tenido los clásicos mareos de señoras con corsé… No puedo ni comer sentada y leo novelas de Carmen Laforet más horizontal que un nivel de albañil… Arturo hará una escapada aerodinámica desde la Escuela Normal de Ávila a Almería, preocupado por el estado yacente de su esposa. Es muy difícil dictar una carta. Y además cansa igual que escribirla”.
Su amiga y poeta Trina S. Mercader recuerda que “el último tiempo de Celia fue de sufrimiento, de callado sufrimiento en la soledad de su casa de Almería. Arturo estaba en Ávila. Esas hemorragias la tuvieron recluida en cama todo el tiempo que ella creyó embarazo. Estaba dispuesta, costara lo que costase. Sus cartas de este tiempo están llenas de cierta velada resignación, silencio íntimo, sentimiento de fracaso que nunca quiso exteriorizar. La avergonzaban sus indisposiciones, sus naturales enfermedades, como si su resistencia física no admitiese jamás una flaqueza, un descanso”.
Celia Viñas prefirió esperar a que terminase el curso para, antes de marchar a Mallorca con Arturo de vacaciones, someterse a la intervención quirúrgica. Ella no quiso que Arturo lo comunicase a su familia de Palma. No avisó a nadie. Ella y Arturo. No se enteraron ni sus más íntimos amigos. También me comentaba Gabriel Espinar, uno de sus más fieles discípulos y amigos, que ellos hubiesen podido avisar de los problemas que se le podían presentar ya que sabían de sus pequeñas taquicardias, facilidad para las hemorragias: durante la menstruación tenía que guardar cama varios días por la cantidad de sangre que perdía como, igualmente, al extraerle alguna muela. Esto no quiere decir que no gozase de buena salud. Según su hermana Encarna: “Era fuerte, juvenil y vital de físico. Últimamente, en Almería, había engordado mucho, pero conservaba una agilidad y una fortaleza envidiables. No, nunca tuvo problemas por ningún aspecto de salud, al menos que nosotros sepamos”.
Adjuntamos el informe del médico que la intervino. Fue un grano de trigo sembrado, demasiado prematuramente, en el desnudo paisaje almeriense, que aún sigue dando sus frutos. Antes había escrito a Gabriel Espinar: “Cuando me canse de verdad, ya será tiempo de morirme dignamente sin frases… Antes tendré felicidad y desventura, enfermedades y alegrías, cansancio y paz, trabajo y divino ocio bajo unas estrellas andaluzas y tendré algo mejor: la seguridad de mi destino de maestrita de niños que recitan a los clásicos una Fiesta de Navidad con la voz pura de los ángeles”.
Su poema “Un árbol” de 1944, “poesía que es diálogo en trance agónico, fusión total y entrega sin reservas a su tierra sedienta”, recogido en la página 61 de su primera obra poética Trigo del Corazón (1946), expresa los sentimientos de la poetisa con tanta fuerza que sería capaz de morir si su muerte sirviera para dar vida a un árbol. Constituyen estos versos de carácter profético una premonición trágica de su muerte, en conexión con el tema del paisaje en su desnudez esencial y exponente claro de su amor a esta tierra. Ella amó Almería, sus cerros, su cielo, su mar, su gente… más que si hubiera nacido aquí. Antes dejó escrito: “Almería es una tierra para casarse y morirse en ella”.
Testimonio
Recojo el testimonio de Gabriel Espinar en esos momentos: “Cuando murió Celia, aún yacía en el suelo, recién traída del sanatorio donde había fallecido, cuando empezaron a llegar consternados y estupefactos los alumnos y amigos. De las primeras personas en llegar fue doña Mª del Mar Pérez Burgos. (Doña Mª del Mar, profesora de Lengua, era entonces una figura entrañable de la enseñanza. Sus alumnas la adoraban y cuando vino Celia, sin pretenderlo, le arrebató su suave mandato). Doña Mª. del Mar, en aquellos momentos tan intensamente dolorosos en que la muerte imponía su verdad, se arrodilló sin perder su amable compostura, levantó el extremo inferior del sudario y besó aquellos pies que habían abierto tantos caminos a los jóvenes. Hermoso y dolorido gesto de reconocimiento ante la amiga leal y generosa que, por otra parte, representaba a aquellos que admitieran la presencia de Celia desinteresadamente y desde posiciones ideológicas muy distintas”.
La amortajaron sus amigas, las monjas de Antas, y algunas de sus alumnas. Ellas pusieron todo el mimo y la más dolorosa ternura sobre su cuerpo. Su muerte causó un tremendo impacto y consternación en toda Almería y fuera de ella, especialmente en Palma de Mallorca. Una masa inmensa de gente se congregó en la Catedral de Almería para rezar por su alma en la misa de “corpore insepulto” a las nueve de la mañana del día 22. Igualmente, el sepelio, a las seis de la tarde, hizo que, de forma espontánea, el pueblo abarrotase el itinerario. Impresionan las fotografías de la multitudinaria manifestación de dolor tras el féretro de Celia por el Paseo de Almería con la presencia de todas las clases sociales. Fue algo espontáneo, popular, nunca visto en la ciudad. Miles de personas acompañaron al cadáver hasta el cementerio. Y allí, en el cementerio de san José de Almería, descansa esta mujer que, para Jacinto López Gorgé, “era de tal vitalidad, de tal fuerza creadora en todo su ser humano y literario que parecía imposible su muerte”. Se colocó, como ella quería, una lápida, tan sencilla que conmueve, de mármol blanco y cuatro clavos de níquel. El nombre de CELIA en el centro. Y la fecha: 21 de junio de 1954.
Muchos años después, en junio de 2014, al estar previstas una reformas en aquella zona, en la parte alta, junto al cementerio inglés, y la sepultura de Celia sería demolida, se trasladaron sus restos a la entrada del cementerio, en el Jardín de la Memoria, y se erigió, como recuerdo, un precioso monolito, gracias a la iniciativa de personas como Pedro Asensio Romero, autor de Los años de la señorita Celia (Editorial Verbum, 20v4), una magnífica historia novelada sobre la profesora y aquella Almería, Antonio Sevillano Miralles, escritor e historiador, y otros, y la desinteresada colaboración del Ayuntamiento de Almería y del Grupo ASV Servicios Funerarios para la ciudad de Almería que también publicó un libro-homenaje a Celia. El alcalde de Almería en ese momento, Luis Rogelio Rodríguez-Comendador, pronunció unas palabras de elogio a la profesora en su inauguración y dijo: “Celia, probablemente, la no-almeriense más almeriense de la historia”.
Joaquín Navarro Esteban dejó este testimonio escrito en La Voz: “La prematura muerte de Celia Viñas nos dejó huérfanos. Nunca olvidaré la sensación de vacío y llanto que me inundó cuando su entierro pasaba por el Paseo presidido por el muy digno Arturo Medina. Hasta los ciudadanos más alejados de la poesía y de la personalidad de Celia estaban emocionados… Mujer, maestra, poeta y amiga, Almería le debe mucho más de lo que le dio. Nosotros le dimos mucho menos de lo que le debíamos. Pero las obras, los ejemplos y los estímulos de Celia siguen viviendo en muchos de los almerienses que entonces éramos niños y jóvenes de la posguerra. Y eso nos ayuda a vivir como personas sensibles y libres”.
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