El Fraile, mucho más que un cortijo

Entrega 53 del Ciclo de artículos ‘Desde Mi Ventana’, de Amigos de la Alcazaba

El Cortijo del Fraile   fue construido hace más de 2 siglos por los frailes dominicos. Paco Manzano
El Cortijo del Fraile fue construido hace más de 2 siglos por los frailes dominicos. Paco Manzano
Antonio J. Sánchez Zapata
07:00 • 13 jul. 2020

El sol se pone dejando el cielo con una tenue luz anaranjada, y los faros del coche iluminan un camino flaqueado por pitas, que parecen inclinarse curiosas a tu paso. Al salir del camino y girar el volante se ve al fondo, como un espejismo del pasado, la silueta inconfundible del Cortijo del Fraile. Y es que llegar a él desde Rodalquilar al atardecer, es casi una experiencia mística que inunda los sentidos.  



El Cortijo del Fraile fue construido hace más de 2 siglos por los frailes dominicos, tras la Desamortización de Mendizábal (1836-1937) pasó de la Iglesia a manos privadas. Su enorme finca de más de 700 hectáreas se convirtió en fuente de trabajo, no solo para sus dueños sino para cortijadas de los alrededores. Era un pequeño micromundo autárquico, en donde convivían varias familias con todo lo necesario para que pudieran subsistir cuerpo y alma en aquel apartado lugar: Aljibe para el agua, hornos, establos y cochineras para los animales, y por supuesto una ermita donde oficiar la misa.



Aunque si por algo es recordado y fue convertido en icono fue por el Crimen de Níjar. En julio de 1928 se prudujo la fuga a caballo de Francisca Cañadas con su primo Francisco Montes, dejando plantado al novio Casimiro Pérez a escasas horas del enlace. Pero cuando se encontraban a varios kilómetros del cortijo, dieron con ellos su propia hermana, quien intentó estrangularla, y su cuñado Francisco Pérez, quien descerrajó 3 tiros de escopeta que acabaron con la vida del Francisco Montes. Esta historia ya forma parte del halo de leyenda que envuelve el Cortijo del Fraile, y que le otorga ese vetusto misticismo que envuelve todo el edificio.



Recuerdo la noche del 8 de junio de 2008. Decenas de personas veían “El bueno, el feo y el malo” en una gran pantalla portátil en mitad del campo. Durante la proyección, un carro de caballos conducido por Eli Wallach llegaba a la Misión de San Antonio con un Clint Eastwood moribundo, mientras el público estallaba en aplausos y vítores. Porque aquella Misión de San Antonio no era otra que el Cortijo del Fraile, y aquel lugar donde se veía la película era justo delante de él. Tuvieron que venir los norteamericanos del Rolling Road Show para hacer algo así. Pero no son los únicos foráneos que valoran el cortijo: yo mismo acompañé a un autobús de estudiantes irlandeses a visitarlo, y me consta que también acuden de otras muchas nacionalidades.



Porque es más que un simple edificio o un paisaje: es Historia, es Literatura, es Cine. Contemplan sus muros más de dos siglos, que fueron inmortalizados por las obras de Carmen de Burgos, Federico García Lorca o Sergio Leone. Pero por desgracia, lo que te hace inmortal para la Historia, no te preserva del paso del tiempo terrenal. El cortijo languideció inexorablemente con el pasar de los días, de los años, de las décadas de abandono. Numerosas voces se alzaron en su defensa durante todo ese tiempo, sin que tuviese el más mínimo resultado sobre el edificio, pero lo que sí consiguieron fue remover conciencias en la sociedad almeriense.Quién no valora hoy en día el Cortijo del Fraile. 



Tras concentraciones, artículos en prensa, apariciones en radio y televisión, la política -como casi siempre a remolque de los ciudadanos-, acabó implicándose en el asunto y finalmente se consiguió la declaración de Bien de Interés Cultural, gracias a lo cual se reforzaron los muros que aún quedaban en pie, prestando especial atención a la capilla. Y así seguimos. El cortijo continúa en manos privadas, con una valla que recorre todo su perímetro y que impide el acceso. Se salvó de la destrucción total, que fue una pequeña victoria, pero se perdió la guerra. Ha quedado en un limbo extraño. Es un barco varado en la arena que no se hunde, pero tampoco vuelve a navegar.  





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