Natalia Delmar La Serrata ha experimentado una evolución artística que podría calificarse de inédita. Y que solo se explica desde el prisma de quien entiende la creación como un todo. Del ballet clásico al baile flamenco puro que después abrió al jazz, la lírica, el merengue y hasta la moda para derivar en la música urbana. Y todo ello sin despeinarse y con honores a ambos lados del Atlántico.
Aunque se prodiga menos de lo que le gustaría en su tierra, Almería, la joven lleva en su nombre artístico el recuerdo del paraje cabogatero de La Serrata que le encantaba observar siendo niña y que ahora le da “muchísima fuerza” antes de salir al escenario. Ya sea para bailar flamenco o para cantar música urbana con su grupo ‘3 in one’, el que ha formado junto al rapero neoyorquino Flow C y el dominicano La Ley bajo el auspicio del productor Julio García, descubridor de Romeo Santos, considerado el rey de la bachata.
Desde su residencia en Madrid, hace balance de los que fueron sus últimos logros antes del frenazo que supuso la pandemia. A ella la pilló con el álbum ‘Palmun2’ recién grabado en República Dominicana que, pese a estar disponible en plataformas digitales y haberle brindado la oportunidad de actuar por ‘streaming’ en el Latin Film Festival retransmitido por Univisión desde Nueva York, no llegó a tener la promoción que merecía. Por eso, en cuanto se pueda viajar sin restricciones, tiene previsto un tour de conciertos por ciudades como Miami.
Eso en lo que respecta a la música urbana. Porque como bailaora ha trabajado con maestros del flamenco como Juana Amaya, Farruquito, La Farruca y José Galván y ha bailado escenarios que son templos del arte jondo como el festival de Jerez y la Bienal de Sevilla y en otros internacionales y glamourosos como la Fashion Week de Milán.
Intrahistoria
Más allá de los grandes titulares, Natalia Delmar La Serrata vino a este mundo con el arte en las venas a pesar de que en su familia no tenía más referente creativo que su abuelo, quien nació en La Almedina y lo mismo cantaba e improvisaba a la guitarra que escribía. Él, que se había dedicado profesionalmente a otra cosa, se convirtió en el principal defensor de su nieta favorita, a la que desde bien pequeña le fascinaba imaginar un universo propio, cada vez que alguien ponía en duda la utilidad de un futuro relacionado con la cultura y el espectáculo.
A los cuatro años, Natalia ya recibía clases de ballet y luego de gimnasia artística. Ser una niña rellenita y no muy elástica no le impidió destacar. “No hay foto mía de esa época en que no esté subiendo la pierna. Entonces descubrí que el ser humano no tiene límites; con siete u ocho años inventaba mis propias coreografías y empecé a cantar antes que a hablar”, confiesa a LA VOZ.
Madrid y Sevilla configuraron las siguientes escalas en la vida de una artista que siente el flamenco como “una conexión muy grande con Dios”. Allí empezó a aprender de Juana Amaya y entró en la compañía de José Galván, padre de Israel Galván. Enseguida notó que a cada paso de la coreografía le daba su punto, que no se le daba bien eso de "copiar".
De ahí a los inicios de su carrera en solitario pasó poco tiempo. “Encontré a un guitarrista y pagaba a una cantaora porque yo quería hacer las cosas a mi modo y tener mi sello, seguir lo que me dictaba mi alma. Así que comencé a hacer presentaciones que grabé y que mandaba a peñas y festivales para darme a conocer”, relata.
A raíz de eso, llegaron las primeras contrataciones en festivales como el de Jerez y en peñas de Sevilla, que “son un reto muy grande porque la gente que va es entendida”. “En Almería he hecho muy poco, es curioso; algo en La Guajira, en Entre flamencos del Puerto, fui imagen del Festival del Jaroso de Cuevas y en el Cervantes con La Farruca porque quise hacer el estreno de nuestro espectáculo aquí”, cuenta. ‘Del llanto y el fuego’ y ‘Del fuego y la memoria’ fueron las dos propuestas “flamencas, flamencas” que montó con la Farruca y que llevaron incluso a Estados Unidos.
Pero Sevilla ya se quedaba pequeña y surgió un viaje a Italia en el que La Serrata conoció a un montón de músicos, lo que la llevó plantearse ofrecer otro concepto de flamenco abierto a nuevos públicos. Así, en la Fashion Week de Milán, fusionó el arte jondo con el jazz, el baile contemporáneo y la ópera en un tributo a María Calas que todavía se recuerda.
Poco después, llegó la oferta de montar otro espectáculo en República Dominicana que uniese flamenco y merengue. Estaba en el momento justo en el lugar apropiado porque allí se encontraba el productor de Romeo Santos que estaba creando un grupo con dos raperos latinos y le preguntó si cantaba. “Me pidió hacerme una prueba y me pasó un tema que, aunque no tenía nada que ver conmigo, parece que defendí bien porque ya grabamos y firmamos el contrato para el disco”, añade.
Eso fue justo antes de la pandemia. Ahora esta almeriense acaba de lanzar un perfume con su nombre en Italia, Emoción Natalia, mientras espera como agua de mayo la ansiada normalidad. Se sabe afortunada porque puede dedicarse a lo que ama y “componer todos los días es un regalo divino”. “Soy creyente de la vida, del amor, de Dios, y mientras pueda hacer lo mío, vuelo sin alas”.
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