Mar Cirugeda (Almería, 1963) tiene la suela de las zapatillas desgastada. Y no es solo que sea andariega, es que también nada y hace submarinismo. Desde que le diagnosticaron una enfermedad autoinmune, sabe que no hay tiempo que perder. Ni a la hora de recorrer mundo, ni de ampliar su colección de fotografías. Una selección de las cuales puede verse hasta final de mes en la Taberna Joseba Añorga. Se trata de la segunda edición de ‘Walls. La piel de una ciudad’.
La obsesionan las paredes y las grietas. Y en sus imagénes no es difícil apreciar que antes que fotógrafa, fue pintora. La afición a las cámaras le viene de su padre, que a sus 86 años sigue colaborando con arquitectos y paisajistas. De tal palo tal astilla. Porque, aparte de haber estudiado Filosofía, Mar es madre, cocinera, decoradora, interiorista y, por supuesto, una artista que nunca se pone de perfil.
¿Cómo maridan sus fotografías con los platos de Joseba Añorga?
Según dicen, se complementan genial. He recibido comentarios de gente que no conozco sobre lo bien que encajan y fíjate que Joseba es vasco y las fotos son de Almería. Pero es que aparte de que haber seleccionado algunas ya emblemáticas, he metido una serie con color a herrumbre que recuerda a esas paredes del Casco Viejo de San Sebastián. Esto es la primera vez que lo cuento, ni siquiera lo sabe Joseba, pero creo que ha funcionado.
Ahora se la conoce por la fotografía, pero viene de la pintura y ciertamente algunas de sus fotos parecen pintadas…
Yo siempre digo que pinto con fotos, llevo la fotografía al plano de la pintura. Vendría a ser algo así como una fotografía pictorialista. Tengo el estudio lleno de pinturas grandes al óleo, pero no se vendía nada y me di cuenta de que tenía muchísimas fotos, así que empecé a imprimirlas, las puse en la tienda de una amiga y empezaron a funcionar. Además, el paisaje de aquí me vuelve loca. Llevo años trabajando el mar a lo bestia, pillando sus texturas transparentes, porque además soy un gran nadadora y buceadora.
¿Recuerda su primera fotografía?
Tengo muchas que hice de mis padres con solo cinco o seis años. Pero la primera que recuerdo es una foto que hice a mi hermano pintando con un tiza en el terrao. La presenté a un concurso del colegio que gané y con el premio me compré temperas en todos los colores y pinceles. Yo tendría dieciséis y Gonzalo, ocho.
¿De dónde nace su fascinación por retratar las paredes y las grietas?
No lo sé, pero el suelo del terrao de esa primera foto ya estaba rajado. (Risas). Siempre me han atraído más los espacios vacíos y desolados que los repintados. Me gustan los callejones viejos y la basura.
Ahora trabajo en un proyecto sobre Las Norias y estoy flipada con los
invernaderos. La desolación de los plásticos tirados, ese salvajismo. La
belleza también está en la fealdad.
¿Y qué ve a través de esas paredes y grietas?
Dicen que las paredes oyen, pero yo creo que las paredes de Almería hablan y que hablan muchísimo. A mí me encanta Cádiz y hay paredes bonitas, pero no son como las nuestras. El carácter almeriense no es de encalar ni repellar, aquí se ha pintado capa sobre capa porque no había dinero o por desidia. Y yo he investigado por curiosidad hablando con gente mayor y, por lo visto, a las droguerías llegaban unos polvos amarillos que se echaban a la cal. De ahí las paredes amarillas. Otras veces eran azuletes o rosas.
Es alucinante, pero en mi exposición ves capas en cinco o hasta diez colores. Yo las miro y veo la de generaciones que han estado viviendo ahí. Ya van quedando menos, pero hay maravillas. Es para hacer un estudio antropológico. ¿Qué no habrá pasado en esas casas? ¿Cuántas historias, muertes, nacimientos y cuántas vidas? La vida de la gente pintando.
Dado que encuentra belleza en la decadencia, verá la que sufren ciertos lugares de Almería como las Minas de Rodalquilar.
El magnetismo del valle de Rodalquilar es tremendo. También me encanta ir a la zona de Alquife y a Aguamarga, donde hay unos restos mineros impresionantes. Tienen la vida de la gente marcada a fuego, de esa que se dejó la salud.
Y luego Almería es tan volcánica, tan interesante. Hace no mucho, me puse a estudiar cerámica y es fascinante porque tenemos las tierras más primigenias, en esta provincia está todo. Igual que hay una de las floras más variadas de Europa y la gente no lo sabe. Yo lo sé por mi padre. Son flores diminutas que nacen hasta de una grieta. ¡Ya estoy con las grietas otra vez! (Risas).
En una tierra con tanta tradición fotográfica, ¿es fácil distinguir el grano de la paja o es de la opinión de que todo el mundo tiene algo que aportar?
No solo creo que todo el mundo tiene algo que aportar, sino que animo a la gente a que se lance. A aquellos que me preguntan, les doy los nombres de todos los impresores, les guió para hacer su primera exposición y casi los comisario. Todo el mundo que haga algo lo tiene que enseñar, porque si no, no tiene sentido. La experiencia estética solo cobra sentido si hay un observador que se emociona.
Ayudo en lo que puedo, pero reconozco que voy por libre porque no me veo en ningún colectivo. No soy ni de club de fútbol, ni de partido político, ni casi de grupo familiar. Me encanta estar con gente y participar, pero otra cosa ya es ir a reuniones. No me gustan ni las de vecinos. Hace un tiempo me diagnosticaron una enfermedad autoinmune y me dije: no hay un minuto que perder. Y soy muy práctica.
Aparte de que creo que en todos esos colectivos hay demasiados hombres. ¿No hay más mujeres que hagan fotos? No me lo creo. Yo misma renuncié a mi carrera porque sigo siendo cuidadora, nos queda mucha lucha.
¿Cuál es el rincón más fotogénico de la provincia?
Hay muchísimos, pero quizá la parte de costa entre la Cala del Plomo y San Pedro. Hay una zona mágica que tiene mucho significado para mí. Pero digo eso por decir algo, porque voy a los Filabres y flipo con la flor de almendro y con los paisajes otoñales de Fondón.
Almería es fotogénica entera por esa luz tan increíble y los contrastes que aportan más fuerza al color. Desde que me diagnosticaron esta enfermedad, me puse a andar y todavía no he parado. De ahí salió mi primera muestra, ‘La piel de la ciudad’, con casi todas las fotos hechas con un iPhone. Con el tiempo me he ido desinteresando de todo lo que sabía de la fotografía profesional, porque la herramienta con la que trabajas no importa, lo importante es saber mirar y tener gusto para la edición. Yo he visto a gente durante la pandemia que, con lo que tenía en su casa, ha hecho verdaderas obras de arte. A Van Gogh nadie le preguntó qué pigmento usaba.
¿Puede hacer Almería algo más por sus artistas?
La gran asignatura pendiente de Almería es la cultura. Yo una vez fui a Fitur para apoyar a 'Rodalquilarte' y pagándome yo misma el viaje, y allí solo había políticos que iban a hacerse la foto. Eso pasa con la cultura: o estás con ellos o estás en contra. Pero que tengas una postura crítica no significa que estés en contra.
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