El humor es uno de los tributos más gravosos que el ingenio ha de pagarle a la estupidez humana. Ese es uno de los principios ineludibles de la profesión de cómico por el indiscutible provecho que obtiene de la necedad colectiva. Incluso, de la individual llegado el caso. Pero también, entra en juego en este oficio la ternura, que es la enfermedad secreta del cómico.
Con dichas prerrogativas, Kikín Fernández, Alvarito y Paco Calavera arrasaron el Maestro Padilla la noche del viernes 8 de abril, sembrando carcajadas en los rostros de la media entrada que se congregó para la noche de 'Risas X Almería'.
Los tres artistas almerienses dibujaron un retablo del mundo más cercano visto a través de esa lupa imaginaria que el monologuista parece tener escondida en el camerino y que sirve para agrandar y ver al detalle lo que somos y lo que corremos el riesgo de llegar a ser.
Si hubiera una Real Academia Almeriense, Kikín Fernández debería ocupar el sillón ‘A’ Mayúscula, porque convirtió buena parte de su intervención en una lección de lexicografía almeriense. Eligió una serie de palabras que solo se utilizan en esta ciudad explicando con detalle su significado, al tiempo que las definiciones se proyectaban en el fondo del escenario con la misma precisión de cualquier diccionario. La expeditiva sentencia “fosqui mony”, el vetusto concepto de “ardiles”, el recomendable “aliquindoi” o el peculiar ”tenguerengue” dieron paso a la apoteosis del almeriensismo: el “follaero”, que puede alcanzar su máxima intensidad cuando se remata con un “que pa qué”. Según Kikín, un “follaero que pa qué” describe el máximo nivel de desorden e intensidad posibles que puede presentar un acontecimiento. Después de la clase de lexicografía, Kikín se enredó en un relato sobre las ardillas y la perversa maldad de estos animales, desde una exquisita perspectiva del humor basado en el absurdo.
A Alvarito le llaman la atención las nuevas artes gimnásticas. Sobre todo, una tan novedosa como la llamada pole dance, que es el último grito de los gimnasios. Lo que pasa es que a este joven cómico, que ha crecido notablemente en madurez y talento, le sorprende que las practicantes de esta modalidad paguen en el gimnasio por ejercitarla, sobre todo si se tiene en cuenta que las streapers cobran por entregarse a tales excesos… Rozando lo políticamente correcto, el más joven de los tres monologuistas se atrevió con la actualidad más reciente como la COVID y las mascarillas o el precio de los combustibles. Eso sí, sin olvidarse de una descarnada mofa hacia su oreja izquierda. Alvarito comparó el vicio de las series de Netflix con el sexo, explicando con todo detalle como son ahora las relaciones de pareja entre los más jóvenes. Ahora, los “pagafantas” son “pagaNetflix”.
A Paco Calavera le tocó cerrar el espectáculo, con el difícil objetivo de mantener el nivel de sus compañeros de troupe. Así las cosas, arrancó confesando que no le había dado un palo al agua en toda su vida. Al límite de la reflexión filosófica, Calavera dejó sentado que “la verdad está sobrevalorada” y que es preferible fingir que se es idiota, porque “contra un tonto no se puede hacer nada”. Y en esa estantería colocó a los negacionistas de toda suerte.
De todos modos, su condición de vago no parece haberle granjeado excesivas ventajas. De hecho, concluyó su acerado soliloquio asegurando que “sabes que estás mal cuando ves a un perro y te da envidia”. De alguna manera, el célebre cómico almeriense consiguió recrear uno de aquellos inefables antihéroes de los tebeos de antes. De ahí, el éxito de su intervención. Al final, los gimnasios volvieron a aparecer como una especie de templos religiosos de nuestro tiempo. Calavera aconsejó a su público que tomaran disgustos como mejor manera para adelgazar e imaginó uno de estos lugares repletos de máquinas aparentemente absurdas lleno de funcionarios dando malas noticias.
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