¿Cuánto tiempo pueden resistir los toros en el contexto social y cultural de nuestro tiempo? ¿Cuántas décadas de globalización y de evolución en la relación entre las personas y los animales puede soportar la Tauromaquia a lo largo del siglo?
Si el mundo taurino no acepta que debe afrontar una serie de cambios sustanciales, tarde o temprano conocerá un periodo marcado por el declive y el conflicto. Un proceso del que difícilmente saldrá indemne. Todo parece indicar que, probablemente, el XXI será el último siglo de la historia taurina. Hay un buen número de razones para ver el futuro de este modo. Estas son solo seis.
1. Ética y sociología
Si alguien cree, desde los tendidos o desde el callejón, que existen razones filosóficas, sociológicas o culturales para defender la Fiesta Taurina como seña de identidad tendrá que admitir igualmente que los valores inherentes al hecho taurino desaparecieron hace demasiado tiempo. Una cosa es la proclamación de una identidad personal vinculada a los toros y otra bien distinta es la permanencia de la forma de entender la vida que comporta el hecho taurino. Una cosa es ir a la plaza de toros cargado de afición y otra bien distinta es asumir que la ética del valor y la estética de la lucha con el animal salvaje sigan vigentes en el mundo actual. La evolución de la forma de entender la vida ha modificado varias veces el hecho taurino a lo largo de la historia, con notable éxito en casi todos los casos. Y sin que nadie se planteara cuestiones de identidad. En realidad, no existen argumentos para defender la Tauromaquia en nuestro tiempo. No porque los antitaurinos esgriman argumentos más sólidos, sino porque, en el fondo, el hecho taurino es un fenómeno que solo ofrece discursos que tienen sentido dentro de su propio universo.
2. Uso partidista
Si los profesionales del toro, los ganaderos, los empresarios, las asociaciones taurinas y, por supuesto, el público taurino, cifran sus esperanzas de futuro para la Tauromaquia en el éxito de las barricadas ideológicas de la extrema derecha, el hecho taurino se convertirá en un mero instrumento de especulación electoral. La identificación de los toros con la reacción y con el franquismo es producto de una especie de fake news surgida en la última etapa de la dictadura. Hay quienes la utilizan como argumento por ignorancia y quienes la explotan intencionadamente. lo cierto es que la Transición desencadenó un largo periodo de esplendor taurino en todos los aspectos, con implicación de las instituciones públicas, un incremento de festejos, el nacimiento de nuevas escuelas taurinas y el surgimiento de figuras imprescindibles. Ni la Democracia ni los gobiernos socialistas acabaron con los toros ni lo pretendieron. Tampoco utilizaron la Tauromaquia como argumento político porque no existía una polarización social y política en relación con este tema. La extrema derecha solo quiere a los aficionados como rehenes electorales.
3. Clases sociales
Si los toros siguen excluyendo a una parte de la sociedad por el elevado precio de las localidades será poco menos que imposible asegurar y conservar uno de sus más sólidos pilares como es el carácter popular. La transversalidad social del fenómeno taurino ha sido una de sus virtudes menos conocidas pero más importantes en el papel que ha desempeñado a lo largo de los siglos. La percepción interesada, y errónea en origen, de que las plazas de toros se llenan exclusivamente de miembros de las clases sociales y económicas más poderosas se ha convertido en uno de los argumentos más poderosos de los antitaurinos. La necesidad de defender la popularidad de los toros desde las mismas taquillas no es solo un argumento interesado o demagógico. Es un planteamiento imprescindible que no necesita retórica alguna para poner en evidencia el rasgo más poderoso de la corrida de toros: su realidad como espacio de encuentro de la sociedad en un acontecimiento tan singular, que permite que el elemento humano forme parte del espectáculo. Los tendidos no son una pasarela del éxito socioeconómico. Los tendidos son una amplia representación de la sociedad vista a través de una afinidad arraigada como pocas.
4. Rigor
La decepcionante y pobre sensación que generan las corridas de toros en demasiadas plazas impide que el hecho taurino se ha percibido en toda su dimensión. La corrida solo puede ser un fenómeno excepcional en todos sus aspectos. Y, todo ello, con la aquiescencia de los profesionales, los empresarios y, en menor medida, los ganaderos. La lamentable actualidad de la suerte de varas es, en sí misma, una buena razón para suprimirla. Pero también, la pésima orientación de la concesión de trofeos o el comportamiento de las cuadrillas en plazas de menor categoría exigen una reacción de todo el mundo taurino.
5. Importancia ambiental
Si la cría de ganado bravo constituye una forma única y genuina de preservar espacios naturales del máximo valor ambiental, ¿por qué no figura como un elemento esencial de los Objetivos de Desarrollo Sostenible? ¿Quizás porque dicho argumento estaría más cerca de las posiciones antitaurinas? ¿Acaso quienes ejercen mayor influencia en el mundo taurino son negacionistas del cambio climático? ¿Simplemente por estupidez? Probablemente, uno de las pocas virtudes del hecho taurino en toda su extensión sea la aportación de la dehesa brava, sin embargo, es muy poco frecuente que los discursos de la taurinidad dediquen una referencia clara y contundente a la solidez ambiental de la cría de ganado bravo.
6. Antropología
Si los toros no son entendidos como un hecho antropológico tendrán que adaptarse a su inclusión dentro del disperso y ambiguo espacio semántico de "Cultura". Un término impreciso y acomodaticio que admite desde la música sinfónica hasta la canción del verano. Desde 'La vida es sueño' hasta 'El rey león'. El hecho taurino rebasa con creces esa idea de Cultura dominada por una larga lista de opciones de ocio. No es un mero espectáculo, sino que representa secuencias ancestrales conceptos de cría de ganado y de prácticas relacionadas, profundamente vinculado a un medio natural concreto. La corrida traslada al medio urbano una realidad rural de sólido arraigado en las relaciones del hombre con la Naturaleza. Para bien o para mal, está asentada en conocimientos contrastados en el tiempo y en continua evolución. Los toros no representan otra cosa que no sea su propia identidad. Lo que sucede en la plaza ocurre de verdad. No es una representación ni una reflexión sobre nada que no esté comprendido en su propia naturaleza. Por esa razón, tampoco encaja a la perfección en el concepto de Cultura. Por supuesto, el patrimonio arquitectónico taurino es Cultura como también lo es la ingente obra plástica, literaria y cinematográfica sobre el toro. Pero, los toros son, en esencia, una realidad antropológica que ha de ser abordada desde esa exigente y compleja realidad.
La corrida sin sangre, ¿una utopía?
Las corridas de toros han recibido a lo largo de los siglos las influencias de los fenómenos históricos más importantes ¿por qué razón habría que considerar que la forma actual de la Tauromaquia es perfecta y, por lo tanto, inmutable?
El mundo taurino, incluyendo sus diferentes ámbitos y sectores, debería conjurarse para elaborar un plan estratégico de adaptación y desarrollo futuro para el siglo en curso, si es que no desea que el XXI será el último de la Tauromaquia. En suma, una adaptación inteligente al mundo actual, sin barricadas ni insultos cruzados. Sin demagógicos detractores ni patriotas de no se sabe qué patria.
Puede parecer una utopía sugerir una evolución sensata para un fenómeno como el taurino, tan inorgánico y desestructurado. Pero, las utopías a veces son el primer paso para el sentido común. Una utopía podría ser una corrida sin sangre ni muerte, accesible económicamente a la mayor parte de la sociedad, rigurosa en todo su desarrollo y precisa y seria en el resultado y la valoración de los participantes. Una corrida que refleje fielmente sus valores antropológicos y su decisiva importancia ambiental.
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