Jacinto Castillo
21:44 • 26 mar. 2012
La vigesimonovena edición de las Jornadas de Teatro del Siglo de Oro concluyeron en la noche del pasado sábado con una sobrecogedora descarga de belleza.
La tragedia nacida de la maldad y de la ambición en el texto de Shakespeare, aparece encarnada en este montaje de Ur Teatro, no sólo en el descomunal esfuerzo interpretativo de todo el rerparto, sino también en una inspiradísima puesta en escena y en una dirección artística genial.
Desde los primeros versos, la pieza genera sobre las tablas un espacio sin tiempo definido, en el que las pasiones y los sentimientos que animan la acción consiguen alcanzar toda su incontenible expresividad. Una fuerza dramática que llega al patio de butacas en estado puro, sin la necesidad de recurrir a ejercicios de interpretación artificiosos. De ahí, la poderosa credibilidad que consigue esta obra, pese a moverse en un espacio sensitivo que transita, a veces, entre el sueño y la metáfora, ingredientes estos que siempre comportan en el teatro el riesgo de la perplejidad del público y el consiguiente distanciamiento. Antes bien, el trabajo desarrollado por la directora Helena Pimenta, con una intensa participación de toda la compañía, ha reunido en este montaje elementos destacables de las vanguardias teatrales más sólidas para ponerlas al servicio del texto: un compromiso con el autor y con el público, a partes iguales.
Justamente, este espectáculo, cuya escenografía esta firmada por el propio actor que encarna a Macbeth, José Tomé, es un pavoroso viaje al centro de la condición humana, tal y como precía pretender el autor. Pero, por añadidura, también una antigua cuestión: ¿porqué lo bello es siempre creíble aunque no sea acierto?
La homogeneidad interpretativa de todos los personajes, las bellísimas irrupciones del Coro de Voces Graves de Madrid y la exquisita armonía cromática a lo largo de toda la pieza se funden para alumbrar un mundo en el que sólo existe la acción dramática y sólo importa aquello que les acontece a quienes la encarnan.
Otra dimensión
La perfecta interacción entre los actores presenciales y las imágenes proyectadas en el fondo de escenario dejan pronto de convertirse en una mera peculiaridad del montaje, como sucede en muchos casos, para erigirse como una especie de cuarta dimensión tan coherente y asimilable como las demás.
El Macbeth de Ur Teatro ha sido el mejor broche de oro para el esfuerzo realizado este año por los organizadores del ciclo teatral: el teatro es necesario porque sólo en el teatro se puede se puede concebir algo semejante a este Macbeth.
La tragedia nacida de la maldad y de la ambición en el texto de Shakespeare, aparece encarnada en este montaje de Ur Teatro, no sólo en el descomunal esfuerzo interpretativo de todo el rerparto, sino también en una inspiradísima puesta en escena y en una dirección artística genial.
Desde los primeros versos, la pieza genera sobre las tablas un espacio sin tiempo definido, en el que las pasiones y los sentimientos que animan la acción consiguen alcanzar toda su incontenible expresividad. Una fuerza dramática que llega al patio de butacas en estado puro, sin la necesidad de recurrir a ejercicios de interpretación artificiosos. De ahí, la poderosa credibilidad que consigue esta obra, pese a moverse en un espacio sensitivo que transita, a veces, entre el sueño y la metáfora, ingredientes estos que siempre comportan en el teatro el riesgo de la perplejidad del público y el consiguiente distanciamiento. Antes bien, el trabajo desarrollado por la directora Helena Pimenta, con una intensa participación de toda la compañía, ha reunido en este montaje elementos destacables de las vanguardias teatrales más sólidas para ponerlas al servicio del texto: un compromiso con el autor y con el público, a partes iguales.
Justamente, este espectáculo, cuya escenografía esta firmada por el propio actor que encarna a Macbeth, José Tomé, es un pavoroso viaje al centro de la condición humana, tal y como precía pretender el autor. Pero, por añadidura, también una antigua cuestión: ¿porqué lo bello es siempre creíble aunque no sea acierto?
La homogeneidad interpretativa de todos los personajes, las bellísimas irrupciones del Coro de Voces Graves de Madrid y la exquisita armonía cromática a lo largo de toda la pieza se funden para alumbrar un mundo en el que sólo existe la acción dramática y sólo importa aquello que les acontece a quienes la encarnan.
Otra dimensión
La perfecta interacción entre los actores presenciales y las imágenes proyectadas en el fondo de escenario dejan pronto de convertirse en una mera peculiaridad del montaje, como sucede en muchos casos, para erigirse como una especie de cuarta dimensión tan coherente y asimilable como las demás.
El Macbeth de Ur Teatro ha sido el mejor broche de oro para el esfuerzo realizado este año por los organizadores del ciclo teatral: el teatro es necesario porque sólo en el teatro se puede se puede concebir algo semejante a este Macbeth.
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