Durante más de un siglo, la parroquia Nuestra Señora del Carmen de Cantoria ha albergado una obra de Tiziano en sus paredes. Un San Juan Bautista, que hasta ahora se consideraba una copia de un cuadro del italiano, se alzaba en la entrada del baptisterio y ha sido así testigo de la historia del pueblo durante años. Por eso, la noticia de que el Museo del Prado la atribuye al propio maestro italiano ha sido acogida con ilusión, aunque también con la tristeza de suponer que el cuadro no volverá a su sitio.
San Juan Bautista forma parte de un grupo de cuadros que el Museo del Prado entregó como depósito a la diócesis a finales del siglo XIX. Lo hizo por requerimiento del Obispo Orberá, tal como relata el delegado episcopal de Patrimonio Cultural de Almería, Francisco Fernández Lao. Junto a ella, llegaron a Almería un cuadro de la imposición de la Casulla a San Ildefonso, que, durante una restauración, se descubrió que era obra de Antonio Lanchares, discípulo de Zurbarán, y un cuadro de Santa Teresa, de la Escuela Sevillana, ambos en la misma iglesia. También se entregaron en depósito otras obras cuyo paradero se deconoce.
Forma parte así de lo que se llama “El Prado disperso”, un conjunto de más de tres mil obras que se encuentran por toda España desde que en 1872 se anexionara al Padro el Museo de la Trinidad, con obras de la desamortización, y la colección de la pinacoteca nacional creció demasiado.
Una tercera versión
Los técnicos del Museo, que visitan periódicamente las obras, se llevaron el cuadro que estaba en la iglesia hace unos años para restaurarla. “Estaba muy oscura, bastante deteriorada”, recuerda Fernández Lao, quien confiesa que él sí sospechaba que podría ser obra de algún importante pintor.
El San Juan Bautista que escondía Cantoria se une a otras dos versiones que Tiziano hizo del mismo tema y que se encuentran, una en la Gallerie dell’Accademia de Venecia -a la que más se parece-, y otra en El Escorial. La tercera quedará previsiblemente en el Prado, aunque desde la diócesis se albergaban esperanzas de que volviera a su sitio, en la entrada al baptisterio de una iglesia que también ha sido restaurada hace tan sólo cuatro años con mucho esfuerzo de su feligresía. La misma que ahora da, sorprendida, el adiós a un tesoro escondido.
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