Aquella caravana destartalada había captado mi atención. Siempre estaba aparcada en el mismo sitio, delante de un portón metálico muy grande, amarillo como el submarino de los Beatles. Un día que la psicodélica puerta estaba abierta, asomé la cabeza. Así descubrí el flipante universo de la casa de atrezzo Historia y Curiosidades, especializados en hacer creer al espectador que el escenario es real a través de cuidar el detalle.
Primero vi que del techo colgaban una gran cantidad de preciosas lámparas antiguas. Casi sin darme cuenta me había metido dentro de una gigantesca nave de 1400 metros cuadrados y dos plantas llena de objetos antiguos o muy curiosos: las jaulas de una mazmorra, un comedor sevillano del XVI, un cofre de viaje que había hecho las Américas.
Como el lugar estaba en penumbra avancé por un pasillo hasta llegar a encontrarme con una gente muy peculiar que charlaban muy animados, manejaban su propio mundo, ajeno a lo que pasaba fuera. Una parte de mí clamaba por salir por patas, pero la otra quería quedarse. Me había cautivado ese olor a viejo. Olía a historia y pertenencias íntimas, cosas que guardas con recelo, olvidadas en un sótano cuando partes a la otra vida.
Sonreí de la mejor forma que pude, saludé y me presenté. Pensaba que estaba en un anticuario y pregunté si me venderían un espejo de pared. Entonces una de las mujeres, cofundadora de la casa de atrezzo, me guió por le local para mostrarme los objetos por los que había solicitado.
Mis ojos se posaban ansiosos en los objetos y preguntaba sin pudor por cada cosa que me llamaba la atención. La mujer se reía y me contaba la historia que vinculaba esa pertenencia con una época o personaje histórico. Había una cocina azul de los 80, un autómata del siglo XVIII y prendas de la División Azul, los soldados españoles que apoyaron a Hitler durante la Segunda Guerra Mundial.
Y entonces llegamos al corazón de la bestia. La mujer abrió una puerta de madera antigua rescatada de la basura que había pertenecido a un teatro almeriense. Era una estancia única. Había una cama con dosel, cuadros y tapices por las paredes y un sofá francés de época con muñecas antiguas de porcelana. Mi guía insistía en que todo se alquilaba para el cine, de hecho las piezas no tenían polvo, se veían usadas y con vida.
La misteriosa mujer hablaba con entusiasmo de un documental en el que su empresa había participado, Black For West. Rodado en Almería y ambientado en la conquista del oeste americano. La cinta cuenta la historia de los olvidados por el cine y la historia, los afroamericanos, que en aquel momento eran shérifs, tramperos o soldados y sin embargo no formaban parte del inconsciente colectivo.
El propietario es un hombre alto, moreno de mediana edad de semblante serio, casi intimidatorio. Es reservado, inquieto, creativo, amante del rock&roll y apasionado de la historia de Almería. Prefiere no salir en la foto, ni tirarse muchas flores, aunque el gusto por su trabajo es palpable.
“Para mí, mi trabajo no es trabajo, porque lo haría sin cobrar, es mi pasión”, dice mientras se frota los ojos de cansancio. El equipo no ha parado de trabajar, los dos empleados descargan el furgón y organizan el material. Todavía quedan piezas por traer del rodaje de la producción El Zorro, y ya preparan para rodar un spot publicitario al día siguiente.
El coleccionismo siempre ha sido su hobby, aunque hace bastante tiempo que el se dedica al cine sólo hace cuatro años. “Hace años que empecé a alquilar muebles y objetos para publicidad y películas. A partir de la pandemia fue cuando despegó el negocio y pude vivir totalmente del cine”.
Dice que lo que más le gusta de su trabajo es la creatividad y lo resolutivo que hay que ser. “No sólo llevamos piezas para el atrezzo, sino que también las creamos, como las jaulas que ves ahí. Además trato de trabajar con herramientas de la época para que los acabados queden lo más parecido posibles”.
Sin embargo, lo que más aprecia este coleccionista es el papel: “Me da igual que sea una carta de amor o una nota de asesinato, es la caligrafía cursiva, el esmero. ¿Sabes porque se pagaba hace dos siglos la firma de un notario? Porque la rubrica de ese hombre ocupaba todo el folio, era una obra de arte”, dice con emoción.
Al final me fui con un espejo grande de marcos dorados. Era tan grande que tuve que desplazar el asiento y pegarme al volante como una lapa. En ese respirar entrecortado por llevarme un trozo de historia a casa, aunque me advirtieron que era falso, pensaba en lo peculiar que es Almería. “Luz y desierto”, como decía el dueño de la casa de atrezzo.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/5/vivir/270290/el-arte-de-hacer-creer-que-lo-que-ves-es-real-atrezzo-almeriense-de-cine