La crónica de Los Chichos: quién dice que los gitanos no trabajan

Público de todas las edades llenan la Plaza de Toros de Almería en su concierto de despedida

Manuel León
20:37 • 30 jun. 2024

“Yo quisiera ser el dueño de los remos de tu amor” y la plaza entró en éxtasis; la Plaza que inauguró Lagartijo en el año de la polka, en la que cada vez se torea menos y se baila más; la plaza de Manolo Cuesta que ayer aparecía con un césped artificial sobre el albero  para recibir a Los Chichos. Los gitanos que armaron la tremolina en el coso de Vilches; los Chichos de ayer y de siempre, los de las cintas de casettes en una España que agonizaba y otra que nacía. Más de una hora antes, el gentío esperando en una cola redonda como un natural de José Tomas; y dentro, en el escenario, un padre, un hijo y un tito, en una noche gloriosa para cientos de chicheros que alumbraban la oscuridad con la linterna del iPhone. Son ilusiones, amor de compra y venta, así fueron rodando todas las canciones inmortales de este grupo arrabalero que es la banda sonora sentimental de generaciones enteras, que no fabrican música de Beethoven, ni de Frank Sinatra, pero que son más venerados que San Pantaleón bendito. Porque la letra de sus rumbas hablan de la vida cotidiana,  de los sueños, del talego, de mujeres bonitas y de hombres valientes. Y así, a la chita callando, han logrado vender 22 millones de copias, cantándole a los desheredados, a los rebeldes como el Vaquilla. Suenan a Vallecas, pero también a La Chanca, estos Chichos, a los que se les ama o se les odia.



Ahí estaban en el escenario taurino, dándolo todo, a pesar de los años, Emilio y Julio González y en el centro, el niño hombretón, en camiseta de camionero, con un torrente de voz como el mugido de un miura, con un público rendido, de todas las edades, de todos los barrios de Almería, abuelicos que se han hecho viejos escuchando Ni más ni menos, y jovencillas de trenzas que llegan en aluvión a Los Chichos alimentadas por los relatos de sus padres en un Seat 131. Y Jero, el del medio, siempre presente, siempre haciendo con él espiritismo el resto del grupo. El genio al que le estalló la vida después de componer más de 200 canciones, no solo para Los Chichos, también para Las Grecas y otros grupos de aquella España que amanecía. Porque si Camela  o Bordón 4 son ya historia, Los Chichos son prehistoria, son la fuente principal, como La Iliada de la que bebieron los clásicos. 



Y seguían y seguían Los Chichos con sus chicheros reventándose la garganta de cantar y los pies de bailar: Vente conmigo gitana, Quiero ser libre, Amor pecador, La Cachimba, Mujer Cruel. Hippies, postmodernos, gitanillos con gomina, oficinistas, estudiantes de la UAL, todos allí, apiñados, como en una logia masónica, cantando todas esas letras desgarradas de Los Chichos. Al igual que en los tendidos y en los palcos también llenos de gente haciéndose selfies y de meriendas, como si fuese una tarde de corrida de agosto.









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