Le podrían haber matado decenas de veces en la Batalla del Ebro y miles en Mauthausen, pero Juan Camacho Ferrer sobrevivió. Por eso, cuando muchos años después le cayó encima otra dictadura , la uruguaya, ya sabía de que lado ponerse para mantener la firmeza en sus ideas y que precauciones eran imprescindibles para seguir vivo.
Salió de Gádor en 1925, con sólo seis años, con su familia, rumbo a Francia. Como miles de almerienses de todas las épocas, la emigración fue la primera lección de historia práctica que recibió. Con ser dura, no iba a ser la más terrible de su vida.
A los catorce, a trabajar, en una fábrica de vidrio muy cerca de Lyon y con 17, recién desencadenado el golpe de estado de julio de 1936, de vuelta a España, a Barcelona. Allí, más trabajo, para ganar un sueldo y, en el tiempo que le queda, aún más trabajo en la construcción de refugios.
La Historia alarga sus pasos y Juan Camacho, con 18 años recién cumplidos se alista para luchar contra el fascismo y pasa a formar parte de la División de Enrique Líster.
La guerra pone a prueba su condición de luchador infatigable, de experto en resistencias sobrehumanas, soportadas ambas por la obsesiva convicción de que la Libertad lo merece todo.
La Batalla del Ebro se convierte en una pavorosa escuela donde este joven luchador, que conservaba aún en la memoria vagos recuerdos de sus infancia en Gádor, aprende que la vida no es un mero regalo, sino que es la única razón para tomar la decisión adecuada en cada momento. Pero los acontecimientos mandaban en aquel otoño de 1938 y Juan Camacho vivió la inmediatez dela derrota y la antesala de la muerte, como había sucedido en septiembre con su hermano mayor, que sucumbió en el frente de Gandesa bajo un diluvio de bombas.
Quizás por eso, seguro casi de una muerte cercana, Juan y sus compañeros de armas “toman” una bodega abandonada la noche antes de la batalla y se fotografían disfrazados de árabes, convencidos de que al día siguiente las tropas marroquíes del otro bando les iban a arrebatar la vida. Pero no fueron las balas, sino una terrible fiebre lo que llevó a Juan al hospital militar de Montserrat, en un ambiente cargado ya de derrota y de últimos heroismos.
No había mucho tiempo para largas convalecencias yJuan es enviado a realizar tareas de vigilancia en los Pirineos. El éxodo de republicanos españoles le llevó a el también a la amrga importencia de los campos de refugiados en Francia, primero en Agde y luego al de Argelers-surMer. Tribulaciones, miserias, intentos de salir a delante en situación extremadamente adversa, como la inmensa mayoría de los que pasaron la frontera.
De nuevo, la guerra
La Alemania de Heatler invade Francia y Juan decide alistarse para seguir luchando contra el fascismo y, de paso, resolver su situación de refugiado. Se alista en abril de 1940 y es enviado al frente de la ciudad de Miséry. Dos meses después, su unidad es cercada por la Wehrmacht y cae prisionero. Era el seis de junio y los acontecimientos se precipitaron. Después de más de un año de prisión, su condición de republicano español, de ‘rotspanen’, le lleva a Mauthausen. Seguí pagando por sus ideas después de haber defendido un suelo que no era el suyo en favor de la Libertad.
Mauthausen
Sólo el viaje, hacinado en un tren de ganado ya costó incontables vidas. Sólo, como preámbulo de un horror que rebasa el límite de los soportable. La crueldad, como credo; el exterminio, como solución.
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