La historia de Zaid Ait Malek (Imilchil, Marruecos, 1984) es una de esas que a uno le encorajinan para mirar al futuro con optimismo, por duro que sea. “El hombre de la eterna sonrisa” como algunos de sus compañeros le llaman en el mundo de las carreras de montaña, ha forjado ese gesto alegre gracias a una vida cuesta arriba en la que subir montañas no ha significado sólo practicar un deporte, sino una superación personal.
Zaid nació hace 30 años en una jaima en la cordillera del Atlas, a casi 3.000 metros de altitud. Su familia, nómada por tradición, pastorea cabras y ovejas por el valle del Asif Melloul desde tiempos inmemoriales y rara vez se prodiga por el pequeño pueblo al que llaman hogar, Imilchil.
Esta villa, que no llega a los 3.000 habitantes, se formó alrededor de la tribu trashumante Ait Hadidou, que está sufriendo un proceso de asentamiento a las faldas de los altiplanos marroquíes. Allí es donde se cría Zaid, que deja a sus padres para continuar los estudios elementales a los siete años.
Entre montañas
“Siempre que tenía un día libre me gustaba subir a la jaima para ayudar a mis padres”, comenta con nostalgia. El atleta recuerda sus inicios en el mundo del “trail” (carreras de montaña”, como un juego de la infancia: “me gustaba acompañar a mi madre siempre que tenía que volver desde el pueblo”.
Uno de sus entretenimientos de juventud consistía en explorar libremente las escarpadas colinas que forman la cordillera. Mientras cuidaba del ganado, el pequeño curioseaba de manera casi temeraria las grutas y las madrigueras que esculpen las cornisas del Atlas.
A Zaid le gusta contar la historia de cuando encontró dos polluelos de águila en un nido durante una de sus incursiones por la montaña. Atrevido y travieso, los llevó a casa y los cuidó. Sólo uno logró sobrevivir, pero el otro le acompañó durante años; así, relata orgulloso cómo se convirtió en el chico a quién escoltaba un azor africano mientras correteaba ladera arriba entre el pueblo y la jaima.
La aventura de Europa
Todavía sin iniciarse en el mundo del deporte de competición, Zaid pasa su juventud estudiando la secundaria y trabajando como albañil mientras echa una mano en el negocio familiar cada vez que puede. Un buen día, un primo cercano le propone la idea de cruzar el estrecho para comenzar una nueva vida en España, donde a buen seguro ganarían mucho dinero y vivirían mejor.
“A mí no me gustaba la idea al principio”, recuerda el marroquí, que tenía su vida hecha ya a las dificultades del norte de África, “pero siempre he sido aventurero y al final logró convencerme”.
Zaid y su primo se las arreglaron para colarse en un barco que se dirigía a Algeciras entre las ruedas de un camión. Era el invierno del año 2007 y pasaron más de 5 horas de cruda mar agarrados al chasis de un desvencijado transporte de mercancías con la idea de lograr el sueño de una vida más fácil.
Cuando llegó a suelo español, su talento innato para correr le salvó de ser atrapado por las autoridades, una suerte que no compartió su compañero, que fue deportado de vuelta a su Marruecos natal, dejando a Zaid solo en un país desconocido. En su camino se topa con un compatriota que se apiada de él y le invita a montar en su furgoneta, “le dije que iba a Barcelona... andando, así que se ofreció a dejarme en Almería con una familia que me ayudaría”.
Cuando llegó a San I
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/5/vivir/57856/el-africano-que-llego-a-almeria-se-hizo-atleta-y-suena-con-correr-en-el-mundial