Antas es un pueblo a la medida del hombre, industrial, agrícola, rico y confortable, que es –tal vez exagere un poco- a la cultura almeriense de hoy lo que fue su Argar para la Cultura Ibérica: centro de debate y foco de irradiación, de la mano de la Asociación Cultural Argaria con Javier Irigaray a su cabeza.
El viernes intervino José Luis Martínez -de quien hice la presentación- hoy, editor de La Voz de Almería, y antes, en aquella época, el periodista de veintitantos años que revolucionó el ambiente político al hacerse con el borrador de los primeros 39 artículos de la Constitución y publicarlos en “Cuadernos para el diálogo”, lo que estuvo a punto de truncar la carrera constitucional, dadas las airadas reacciones del Gobierno, del Parlamento, de los Ponentes…; y que cuatro años más tarde pasó la noche del 23-F arrojado al suelo por un Guardia Civil, que lo mantuvo apuntándole con una metralleta junto al dirigente de UCD Vázquez Guillén, al lado de la cabina en la que Tejero se comunicaba con Miláns del Bosch.
José Luis, sin embargo, huyó de los anecdótico y, como si estuviera en una Facultad universitaria, un Ateneo, una Academia, hizo una rigurosa disertación histórica del ambiente y del proceso, desde la revuelta estudiantil de 1956, pasando por las gestiones de los aliados para la fracasada restauración de la Monarquía en don Juan de Borbón, el acuerdo militar con EE.UU. y el Concordato con el Vaticano –decisivos para el reconocimiento internacional de España y su ingreso en la ONU-, hasta “la Constitución de los hijos de vencedores y vencidos, el consenso de vencedores y vencidos de una Guerra civil”, aunque no por ello eludió anécdotas divertidas que, en sí mismas, eran un retrato de la época más dura del franquismo.
Estudió en detalle el papel de la oposición interior, disidente del franquismo de la primera época –Sainz Rodríguez, Serrano Súñer, Ruiz Jiménez, Dionisio Ridruejo, Sánchez Mazas, Joaquín Satrústegui, Ruiz Gallardón, Gabriel Elorriaga, Javier Pradera, Ramón Tamames y Enrique Múgica. Estos tres ultimos son junto a otros, los autores del “Manifiesto del 56”, que empieza afirmando “nosotros, hijos de los vencedores y vencidos”, el primer acto organizado en España por hijos de vencedores y vencidos que interpretaron la ineficacia de la Guerra civil no sólo desde uno sólo de los bandos, que deseaban simplemente un país como el resto de los países europeos y, por primera vez, pedían la reconciliación.
Y, de ahí, pasando por la grisura de la época, el tiempo de silencio, el Contubernio de Múnich, la presión militar y terrorista, de manera ininterrumpida recorrió el camino que llevó a la promulgación de la Constitución y los años, literalmente terroríficos, que la siguieron.
José Luis Martínez tiene el deber moral de publicar su trabajo. Por ejemplo, un domingo con La Voz de Almería. Debe de poder ser estudiado por todos: quienes vivimos aquellos días y quienes, por desgracia, es probable que jamás oigan hablar de ellos. Para que esto no sea posible. Y aprendamos que es mejor pasar el desencanto a la ilusión de un país que puede volver a ser lógico, grande, ilusionante e ilusionado…
Al final del amplio coloquio, manifesté mi estupefacción e indignación por los pactos que ese mismo día se habían firmado en la provincia de Almería -en lo que todos coincidimos- mi profundo asco por haber pasado de aquella generosa ilusión constituyente –cuando todos pusieron por delante el bien común de España y los políticos, lógicos y morales, se sabían mandatarios de sus electores, no mandamases de los mismos- al asqueroso desencanto de unos pactos hechos sólo por odio y cuestiones personales. Y me acordé de la anécdota del torero Juan Belmonte: un banderillero suyo llegó a Alcalde y cuando el Maestro, de visita en su pueblo, le preguntó “¿pero cómo has llegado a ser autoridad?” le respondió: “Pues ya ve, Maestro: degenerando”. Y de Platón también me acordé: los sabios hablan porque tienen algo que decir (como José Luis Martínez en Antas); los tontos hablan porque tiene que decir algo (como el muchachillo vengativo y osado) ¡Y qué feliz fui ayer cuando vi cómo el muchachillo, orejibajo, varado en seco, fue obligado a desdecirse y a restablecer la moral, que no es otra cosa que equilibrio.
Lo resumió Javier Irigaray: a los partidos grandes ha llegado gente pequeña. ¿Para cuándo una ley electoral con segunda vuelta?
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