Conocí a Don Emilio hace cuarenta años… o más, quizá, muchos más. El tiempo pasa muy rápido últimamente. Las imágenes que tengo de él en aquellos años, son las de un gran hombre, enfundado en una gabardina gris, que iluminaba las tardes de penumbra del viejo Estadio de la Falange. Entonces, ni los estadios eran estadios ni los entrenadores parecían entrenadores.
Y Emilio lo era. Su conocimiento profundo del atletismo, su pasión por este deporte, su vocación docente, su perseverancia, su capacidad de análisis y observación… su brillante inteligencia creativa, constituían el caldo de cultivo perfecto para enganchar a cualquier chico o chica en la práctica atlética. Y, cómo no podía ser de otra forma, yo también quedé encandilado por esa personalidad arrolladora. Me lo presentaron como Don Emilio y así se ha ido, con el “don” adherido al nombre.
Un tratamiento que nadie osó jamás cuestionar y que, sin embargo, nunca le oí reivindicar para él. Emilio nos dejó ayer a la edad de 92 años, tras toda una vida entregada a su familia y a la enseñanza del Atletismo con mayúsculas.
No puedo descubrir nada a estas alturas que no se sepa de Don Emilio, pero, permítanme que les cuente una anécdota de la cual fui testigo. En el año 1988, la Asociación Internacional de Entrenadores de Atletismo (I.T.F.C.A.) celebró su Congreso anual en Barcelona y allí acudimos, Emilio, su hija Mª del Mar y un servidor. Emilio hacía las veces de maestro de ceremonias con un par de novatos y, nosotros, pues aprovechándonos de tan distinguido guía. Lo que nunca imaginamos fue lo que ocurrió cuando Emilio y el prestigioso entrenador estadounidense de lanzamiento de peso, Art Venegas, entablaron conversación (Los tonos sepias de mis primeros recuerdos se tiñen de un color vivo cuando rememoro esta historia). En ese preciso momento, se terminó el congreso. Aquello se transformó en un debate en torno a la técnica de lanzamiento inventada años atrás por Emilio y de la que había oído hablar Venegas.
El entrenador estadounidense ya no hablaba para el auditorio, sino que preguntaba una y otra vez a Emilio por detalles de esa técnica. Una vez terminada su charla, Venegas pidió a los responsables de la federación que organizarán una práctica con el entrenador almeriense y, allá que nos fuimos todos, camino de las instalaciones atléticas de Serrahima en Montjuic. Esa tarde, Art Venegas llegó a decir que los lanzadores españoles alcanzarían la élite mundial si se prestaran a ser dirigidos por Emilio…
Persona Don Emilio ha sido un hombre fuerte, que ha sobrevivido tanto a su propia historia, que los homenajes y las distinciones o llegaban tarde o empezaban a repetirse. Se lleva con él una gran “biblioteca” de conocimientos que, lamentablemente, no están publicados.
Dicen que cuando un gran entrenador se muere se marcha con él toda una filosofía de hacer y pensar las cosas. Emilio nos deja su “Metodología práctica de las técnicas atléticas”, pero ya no volveremos a disfrutar de su particular forma de enseñanza, de su lenguaje preciso a la hora de explicar las técnicas, de su portentosa capacidad de observación, de su intuición creativa que podía anular o complementar la mejor de las hipótesis.
En lo personal, debo decir que he perdido a mi segundo padre. Por él me hice entrenador y por él sigo acudiendo a la pista. Su ejemplo diario fue el catalizador de mi vocación docente y ha sido determinante, hasta la fecha, para que no renunciara a mi identidad atlética. Mi vida, salvo los primeros años de la infancia, ha transcurrido en la pista y buena parte de ella junto a mi tutor y maestro. De él aprendí casi todo y, de sus apuntes y de mis recuerdos, aún sigo aprendiendo.
Pero el mundo del atletismo también pierde a uno de sus héroes, a uno de sus padres fundadores. La Escuela Nacional de Entrenadores de la Real Federación Española de Atletismo, fue, quizá, el más importante de sus proyectos.
Reconocimiento A ella le dedicó buena parte de su vida y, cuando ya no fue posible (muy a su pesar), continuo ejerciendo su magisterio en la pista. Tanta ha sido su vocación que hasta el final de sus días ha ejercido de entrenador, a pesar de tener más de noventa años.
Don Emilio Campra, descanse en paz, los que nos quedamos intentaremos mantener alimentada la llama de su memoria.
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