Se acabó la Semana Santa. El Papa Francisco ha lavado los pies a doce refugiados, tres de ellos musulmanes. Es mucho más que un símbolo. Francisco ha dicho que hay que poner punto final a la venta de armas a todas las partes en conflicto. Armas que se usan para asesinar a millones de inocentes. Armas que impiden el final de los conflictos, armas que constituyen uno de los mayores negocios en manos de uno de los lobbies más poderosos de la historia. Armas que destruyen toda fraternidad y que favorecen la hipocresía de los Gobiernos.
El nuestro no vende armas a países que no respetan la libertad y la democracia. Pero todos sabemos que muchas veces esas armas acaban en manos de gobiernos corruptos y de grupos terroristas y que el comercio subterráneo de armas es uno de los más rentables. Armas americanas, rusas, españolas, europeas están siendo usadas por terroristas a los que luego combatimos.
Muchos grupos terroristas han sido financiados, creados, protegidos por los mismos que ahora les combaten. Es la OTAN, la ONU, Estados Unidos, Europa quien ha creado muchos de estos monstruos para ser el "contrapeso" de algunos dictadores, de muchos gobiernos antidemocráticos.
Son los bastardos intereses comerciales los que respaldan que se violen diariamente los derechos humanos en muchos países. Es la hipocresía de Occidente la que permite que mueran millones de inocentes en guerras que han creado ellos mismos o que no quieren acabar. Es la hipocresía de Europa la que impide dar una solución real y urgente a la huida de millones de personas. Es la hipocresía de los políticos la que impide la unidad ante una de las mayores catástrofes de la historia en los últimos setenta años. No hay ya guerras mundiales, pero hay crímenes universales.
La solución no parece que vaya a estar en ellos, en los políticos que nos dirigen y que miran hacia otro lado o que están dispuestos a "invertir" miles de millones de euros en conseguir que los que buscan asilo se queden a las puertas de Europa en condiciones infames. Es la Europa de los derechos y las libertades la que está creando los guetos, la que está levantando barreras de alambradas y ladrillos, la que está cerrando sus puertas. Son los fariseos de ahora mismo, los que Cristo denunció hace veinte siglos.
Decía un sacerdote en una de las últimas celebraciones de esta Semana Santa -por cierto, multitudinarias, silenciosas, respetuosas, vividas por los que creen y por los que no creen- que cuando los hombres dan la espalda a Dios, dan la espalda también o, sobre todo, al prójimo, a los otros, a los que esperan nuestra mano. Con los refugiados, como con los que sufren persecución en muchos lugares del mundo no hay más receta que el Amor. La Semana Santa es una enorme oración de Amor por el hombre. Solo el Amor -la generosidad, la solidaridad, la esperanza, la misericordia- ofrece una salida digna para esta humanidad a la que el tiempo juzgará, tal vez, despiadadamente por su falta de respuesta, por su indiferencia por su desAmor. Nada que dejamos de hacer es gratis. Solo nos queda el Amor.
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